Moscú. AFP Hace años que Maria y Alexandra contemplan vagamente abandonar Rusia, pero es la legislación antigay aprobada este año en el país la que las ha convencido para empezar a hacer los trámites.
Esta tranquila pareja de lesbianas, que trabaja como docentes y vive con una hija de 7 años en las afueras de Moscú, ha perdido la esperanza de que Rusia avance en línea con el resto de los países europeos, donde los matrimonios gais son legales en cada vez más países.
“Antes teníamos la esperanza de que todo mejoraría, pero en vez de eso, la tendencia se ha invertido. Espero que nos vayamos”, explica María, de 31 años, cuya hija, Lilya, es fruto de un corto matrimonio. Ahora la cría junto a Alexandra, de 30 años, su pareja desde hace seis.
El presidente ruso, Vladimir Putin, aprobó hace unos meses una ley que prohíbe la “propaganda gay” a menores, que provocó críticas de todo el mundo e incluso llamados a que Rusia no pueda ser la sede de los juegos olímpicos de invierno en el 2014.
En la práctica, la ley implica que cualquiera puede ser multado en Rusia por decir a los niños que las relaciones heterosexuales y las homosexuales son iguales. Esto es lo que “realmente nos decidió” a abandonar el país, explica María, que como el resto de los interrogados para este testimonio, pidió omitir su apellido o incluso ocultarse bajo un nombre ficticio.
Ambas han iniciado los trámites para un permiso de residencia en Canadá, donde Alexandra, investigadora, podría trabajar.
¿Solo el principio? Las dos creen que la ley contra la propaganda gay es solo el principio, y recuerdan las declaraciones de la diputada Yelena Mizulina.
La congresista, que preside el Comité para la Familia de la Cámara Baja, indicó hace meses que está elaborando una nueva política familiar basada en valores “tradicionales” como el matrimonio heterosexual, la prohibición del aborto, quitar los hijos a las parejas gais y prohibir que estas adopten.
La retórica conservadora ha aumentado en Rusia de la mano de una intolerancia creciente. Desde el 2005, el número de personas que cree que los homosexuales deberían tener los mismos derechos que el resto de la sociedad bajó de un 51% al 39% este año, según el centro de sondeos Levada.
En un clima cada vez más homófobo, a los padres homosexuales les preocupa qué pasará si a sus hijos les preguntan sobre su situación familiar en la escuela.
Olga, una lesbiana de 34 años, no quiere mentir a su hija cuando tenga edad de entender.
“Cuando el Gobierno señaló a los gais como el enemigo número uno, quedó claro que es hora de irse”, agrega. Olga está aprendiendo polaco y ahorrando dinero para marcharse al país vecino.
Por su parte, Artyom, de 30 años, se convirtió en padre biológico de gemelos hace poco y ayuda a una pareja de lesbianas a criarlos.
Él se casó con la madre de los gemelos cuando ella estaba embarazada y sus padres los ayudaron sin saber que su esposa tiene una relación con una mujer. “Mantenemos nuestro anonimato y hacemos creer que somos una familia normal”, explica.
Al igual que muchos rusos, cree que los gais deberían mantener su condición en secreto.
“Es como una cadena de silencio”, lamenta, por su parte, Alexandra. “Pero eso es ser cobarde, por eso queremos irnos”.