La muerte del papa Francisco sorprendió al mundo este 21 de abril. Aunque el Pontífice estuvo hospitalizado durante 37 días en febrero y marzo debido a una neumonía bilateral, en los últimos días se le había visto salir a saludar a los fieles durante la semana santa y parecía recuperado. El último saludo, precisamente, fue este domingo de Resurrección.
¿De qué murió? El Vaticano confirmó que el papa Francisco falleció producto de un ictus, es decir, un accidente cerebrovascular (popularmente conocido como “derrame cerebral”) y una posterior “insuficiencia cardiaca irreversible”.
Vatican News confirmó que el profesor Andrea Arcangeli, director de la Dirección de Sanidad e Higiene del Estado de la Ciudad del Vaticano, indicó que el Papa tenía antecedentes de insuficiencia respiratoria aguda en neumonía bilateral multimicrobiana, bronquiectasias múltiples, hipertensión y diabetes de tipo II.
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La muerte se comprobó mediante un registro electrocardiográma tanatológico. “Declaro -escribe Arcangeli- que las causas de la muerte, según mi conocimiento y conciencia, son las arriba indicadas”.
“Fuentes vaticanas confirman que el Papa se despertó a las 6 a. m. y se encontraba ‘razonablemente bien’. A las 7 a. m. se sintió enfermo. Media hora después, exactamente a las 7:35 a. m., se informó del fallecimiento. Ahora hay confirmación de que se trató de un derrame cerebral que ocurrió en el contexto de un problema cardíaco grave”, cita el diario Corriere della Sera.
El medio italiano indicó que el cuerpo del Pontífice ya estaba “debilitado por infecciones respiratorias que habían provocado su hospitalización”. Allí tuvo tres crisis que habían puesto en duda una recuperación total.
¿Qué es un accidente cerebrovascular?
Los accidentes cerebrovasculares (ACV) impiden el flujo de la sangre en el cerebro y hacia otras zonas del cuerpo. Hay dos tipos de ACV: el isquémico y el hemorrágico.
En el isquémico se “tapa” una arteria y esto impide el paso normal de la sangre hacia las neuronas. Esto puede deberse a la formación de un coágulo sanguíneo, ya sea en el mismo cerebro o en otras partes del cuerpo. Muchas veces los coágulos pueden circular por otras partes del cuerpo, pero como en el cerebro los vasos sanguíneos son más angostos, el paso de sangre se dificulta o se corta al llegar ahí.
En el hemorrágico, una de las arterias cerebrales estalla y se provoca una hemorragia interna en el cerebro. Este segundo es menos común, pero podría ser más letal si no se atiende.
Las personas mayores de 55 años, quienes tienen antecedentes familiares y los que tienen enfermedades crónicas como hipertensión, diabetes o males cardiacos tienen mayor riesgo de un accidente cerebrovascular. Lo mismo sucede con quienes fuman, consumen alcohol en exceso y son sedentarios.