Pamela no puede evitar que de sus ojos se escapen algunas lágrimas y su voz se resquebraje al hablar del momento en que supo que estaba embarazada sin querer estarlo. Sin haberlo planeado.
Cuando se nace mujer, muchas cosas pasan así, sin haberlas planeado. Una de ellas es la cruda posibilidad de que tras un descuido o un violento círculo de abuso, el vientre comience a abultarse y nueve meses después haya que hacerse cargo de una vida que no estaba entre los planes. Si se es menor de edad o no, es indiferente, la naturaleza no discrimina.
Pamela dice que ya quiere crecer, que ya quiere tener un trabajo para poder comprarle cosas a su bebé. También dice que cuando está triste o se desanima, ve la cara de su niño y todo cambia. No siempre fue así.
“Cuando yo llegué acá, llegué muy decepcionada”, dice la joven de 17 años. ‘Acá’ es su casa desde hace dos: la Posada de Belén, un albergue para madres adolescentes administrado por el Patronato Nacional de la Infancia (PANI), la Conferencia Episcopal y la Asociación Posada de Belén Madre Teresa de Calcuta. Actualmente, el centro se hace cargo de 65 mamás adolescentes y cerca de 72 bebés. Es decir, casi 140 menores de edad.
“Yo sentía que mi hijo era como… como si me estuviera haciendo daño. A mí me decían, ‘es que usted tiene la presión muy alta. A su hijo le puede pasar tal cosa’. Entonces yo sentía que él me estaba haciendo daño a mí. Yo no sabía si demostrarle amor o mejor quedarme ahí. Cuando yo llegué a Posada hubo muchas amistades que me dijeron que obviamente para mí iba a ser muy duro, pero que sí podía”.
Y sí se pudo, asegura sonriente. Pamela tiende a hablar como adulta, pero a ojos de cualquiera sigue siendo apenas una niña. Así sucede cuando se crece de golpe y sin tener mucho tiempo de asimilar nada.
La naturalidad con la que relata los hechos que la llevaron hasta donde está no es fácil de digerir. “Quedé embarazada a los 14 años. Mi familia solo son mis hermanos porque mi mamá está muerta. Hace mucho tiempo murió, y mi papá no sé, desde que mi mamá se murió nunca se ha aparecido”.
Ella es la menor de siete hermanos y vivía en San Carlos antes de que el PANI coordinara un espacio para ella y su bebé en la institución ubicada en El Coyol de Alajuela.
“Fue como decepcionarme a mí y decepcionar a mi familia, porque ellos querían que yo fuera como la diferente. Que sacara mis estudios y lograra mis metas ya que ellos se dedicaron a trabajar para darme todo a mí. Yo sentí que en esa parte yo los defraudé, pero después me di cuenta que no. Me siguieron apoyando en todo”.
Las historias de las jóvenes del centro se repiten una y otra vez. Todas tienen un factor común: están aprendiendo a ser madres al mismo tiempo que entierran su propia niñez. Son mamás de niños que fácilmente podrían ser sus hermanos.
Esperanza
Dice Sylvia Vindas, coordinadora institucional de la Posada de Belén, que en el centro no hay bebé sin mamá, ni mamá sin bebé.
Para ser parte del centro se debe contar con dos requisitos: ser madre adolescente (o estar embarazada) y encontrarse en situación de riesgo.
“Las muchachas llegan aquí a través del proceso PANI”, explica Vindas. “Ellas son rescatadas en situación de riesgo social. Hablemos de riesgo social con todo lo que abarca: desde abuso dentro de su núcleo familiar –violación por parte de tíos, hermanos, papás–, extrema pobreza, casos de abandono… Todo lo que es riesgo social aplicado al PANI son casos que nos llegan a nosotros aquí”.
Desde hace casi dos décadas (abrió sus puertas en 1999), el centro busca ofrecer un hogar seguro y digno, educación, cuido para sus bebés y terapia psicológica y espiritual para todas esas niñas y adolescentes que ven su infancia interrumpida por la noticia de que un bebé viene en camino dentro de ellas. Eso, sumado a la falta de un ambiente ideal para el crecimiento de ambos.
El PANI le cedió a los obispos el terreno por 50 años para que estuviera bajo su tutela. Cuando inició, era un proyecto pequeño, para apenas nueve niñas. Hoy, no dan abasto. Tres o cuatro casos por semana son rechazados al no tener el espacio para continuar recibiendo menores que se encuentran en las mismas condiciones.
El principal plan a futuro es la creación de la “Ciudad de las niñas”, que será la remodelación del centro para poder acoger a trescientas menores.
La Posada de Belén cuenta actualmente con varios módulos habitacionales, casa cuna, consultorio médico, panadería, aulas educativas, cocina, comedor, lavandería, una sala de estimulación temprana y más. “Es como un pequeño país”, resume Vindas. Y sí, lo es.
Se levantan temprano para alistar a sus bebés, van a la escuela de 8 a. m. a 5 p. m. Hacen sus tareas por la noche, conviven, pelean, son amigas. Viven su adolescencia en conjunto y se enseñan, entre ellas mismas, a cuidar de sus pequeños.
“Hay historias que uno no puede a veces ni entender cómo pueden pasar, pero pasan. Aquí ellas no solo viven. Darle de comer y dónde vivir a alguien es muy fácil. Nosotros tenemos un proceso educativo y psicológico que las acompaña a ellas desde que entran”, agrega. “Aquí tenemos escuela y colegio avalado por el MEP. Es un sistema educativo privado en el que ellas sacan dos años en uno. ¿Por qué así? Porque el tiempo que están aquí para algunas son muchos años y para otras es (un lapso) corto. Nosotros necesitamos que en el menor tiempo posible ellas vayan adquiriendo herramientas para poder salir de aquí y enfrentarse y reincorporarse a la sociedad de la forma más natural y normal posible”.
Con ‘herramientas’ se refiere a la formación técnica paralela que se ofrece en gastronomía y estilismo, pero también de una calurosa mano y cariño maternal para esas madres jóvenes al momento en que se les vino el mundo encima y sin contar con armaduras.
Maternidad temprana
Noemi quedó embarazada a los 14 años. Vivía con su mamá cuando llegó la noticia y el miedo tocó la puerta.
“Económicamente nos costaba un poco, pero íbamos a como podíamos. Yo ingresé acá por la parte económica. Mi mamá no podía estar conmigo y con mi bebé y ayudarnos a los dos, porque en ese entonces ella también estaba embarazada”, relata la joven. “En ese momento ella tenía que velar por el bebé de ella, por mi hermanito, por mi hijo y por mí. No podía. Por eso fue que yo también tomé la decisión de venir acá”.
Noemi estaba en octavo de colegio cuando quedó embarazada. Su embarazo lo llevó simultáneamente con el de su madre y al mismo momento en que se convirtió en tía por segunda vez. Su hermana, de en ese entonces 16 años (hoy de 19) acababa de tener a su segundo hijo, de tres.
“Yo dije, si a ella le cuesta… ella tiene la ayuda del papá de sus bebés. Ella ahorita está con él, pero mi caso era diferente. Yo solo tenía el apoyo de mi mamá, pero ella también estaba embarazada. Sí me asusté mucho”.
Noemi dio a luz en el hospital al bebé, pero no salió con él. La trabajadora social del centro médico determinó lo mismo que sale de su boca. La situación económica no la hacía candidata para ser madre de su propio hijo en esas condiciones.
Tras 15 días hospitalizada, su niño fue enviado al Hospicio de Huérfanos de San José: primero de tres albergues en los que estuvo durante el mes que estuvieron separados.
El PANI dio la orden: la única forma de que estuvieran juntos de nuevo era fuera de su hogar, y fue así como presentaron su caso a la Posada de Belén. Ella decidió que así sería, y así será hasta que cumpla la mayoría de edad y termine de estudiar. Esta semana recibió la noticia de ser la primera “chica Posada” en concluir su bachillerato dentro del centro.
“Yo quería estar con él. Igual fue difícil separarme de mi mamá, pero todo lo que hice es por él… y por mí, también. Para poder salir adelante”, dice. “Como a todas, a veces nos queremos ir porque te aburrís de estar aquí pero realmente si uno se pone a pensar, las oportunidades que nos dan afuera no podemos tener”.
La posibilidad de contar con Casa Cuna les facilita los estudios. Sus bebés se quedan bajo el cuido de funcionarias de la institución, divididos por edades. Los más pequeños son los recién nacidos, de cero a seis meses. Los rangos van aumentando hasta llegar a los mayores, que llegan a tener algunos hasta seis años.
Según datos del PANI, Noemi es solo una entre miles de adolescentes que quedan embarazadas en nuestro país cada año. Para finales de setiembre ya se habían dado 5.034 nacimientos de madres menores de 19 años, de los cuales 157 son de mujeres de 14 años o menos. En el 2016, se contabilizaron cerca de 11.000 mujeres menores de 19 años que dieron a luz.
“Es increíble ver todo lo que yo pensé que no iba a lograr estando afuera y que a través del tiempo ya lo he logrado”, agrega la Noemi. “He podido gracias a la ayuda que tenemos aquí, pero tampoco es tan fácil. Ha pasado el tiempo tan rápido que uno dice, ¿a qué horas?, ¿en qué momento?”.
¿Y después?
El centro no pretende que cuando sus cédulas de identidad marquen 18 vuelvan a la calle sin nada y con un niño que mantener.
Posada también cuenta con una casa para las jóvenes mayores de edad que no tienen recursos ni redes de apoyo afuera.
“Hay muchachas que cuando cumplen la mayoría de edad no tienen familia, nadie que pueda tenderle una mano cuando salgan de aquí. Entonces, qué pasa si nosotros decimos: ya cumplió 18, ya no es mi problema, salga. Vuelve a la situación de riesgo peor, con su bebé”, explica la coordinadora. “La casa para mayores de 18 es un paso que les ofrecemos a las chicas fuera de Posada. Terminan de estudiar, les ayudamos con estudios técnicos, las muchachas reciben formación hotelera cuando ya están cercanas a la mayoría de edad, secretariado, oficinistas, inglés, para que nos sea más fácil conseguirles un trabajo”.
A través del área de trabajo social les buscan empleo, las acompañan en sus procesos laborales y continúan contando con Casa Cuna para salir a trabajar.
“Les damos unos meses para que ellas guarden su salario completo, porque acá les damos todo, para que cuando salgan tengan un ahorro suficiente para pagar un apartamento o un cuarto, una casa o lo que se requiera”, comenta. “Cuando ellas salen después de que tienen un tiempito de trabajar les ayudamos a conseguir alguna red de cuido para el bebé. No son todas las que aplican a la casa de 18 porque algunas sí tienen a algún familiar que se haga cargo de ellas”.
Cuesta que ese vínculo que se forma entre ellas y el centro llegue a romperse. Al menos así fue para Mónica González, ex “niña Posada” y actual niñera del centro.
González tiene 30 años y fue una de las primeras jóvenes que ingresó cuando el albergue aún comenzaba a dar sus primeros pasos.
No había llegado ni a los 15 años cuando José Euriel empezó a crecer dentro de su vientre. Era otra administración, dice, pero le ayudaron mucho. Le dijeron que ahí encontraría muchas oportunidades para salir adelante, para encontrar la “buena vida” que aún no conocía.
“Vivía con mi mamá y mis hermanos. Mi mamá tenía un marido que la maltrataba y nos maltrataba a nosotros. El PANI decidió que viniera acá”, asegura González. “Mi hijo tiene 18 años y ya tiene dos hijos. Nunca volvió a tener contacto con su papá, porque sinceramente no fue porque yo quise (quedar embarazada). No deseo verlo nunca más en mi vida”.
Llegar al albergue sintiendo que la vida no vale nada no es poco común, asegura. Pero a la distancia, su vida la ve desde otra perspectiva.
“Posada es una buena oportunidad para las madres adolescentes”, indica González, quien ya tiene siete años de laborar para el centro. “Este lugar es una ayuda para las mamás, para que estudien y saquen adelante a sus hijos. Es bonito, a mí me gusta mucho trabajar con los bebés. Uno tiene que tener mucha paciencia y mucho cariño, pero como yo estuve aquí, yo me identifico mucho con algunas de las mamás”.
El futuro
Entre los noventa funcionarios del centro se reparten las diferentes tareas que exige la crianza de tantos menores.
Para muchos, ya dejó de ser un trabajo. “Yo creo que aquí todas nos sentimos un poco mamás. Yo tengo tres varones pero 65 hijas. Esto es como la extensión de la maternidad. Yo creo que mi trabajo es un pedacito de cielo. Cuando todas se vienen aquí en pelota con todos los bebés, o veo a estas chiquillas tiradas panza arriba haciendo trabajos aquí conmigo... Esto es un regalo”, dice Vindas. “No podés quitarles la oportunidad que en algún momento les quisieron robar. Aquí ellas aprenden a tener una vida digna, a luchar por sus sueños, a darse cuenta de que sus hijos merecen eso y más. Se dan cuenta de lo valiosas que son”.
En nuestra visita, en un aula con unas diez niñas estudian sobre derechos humanos. Hace unos días estuvieron repasando un reportaje publicado en esta Revista sobre las historias de madres adolescentes privadas de libertad del centro penitenciario para menores.
Se conmovieron. Se asombraron. ¿Les quitan a los bebés a los tres años?, preguntan. Yo no podría, dicen.
Dentro de sus realidades y habiendo sido arrancadas de las garras de la violencia, el abandono y/o la pobreza extrema, aún tienen campo para el compadecimiento. El “pudo ser peor”.
“Uno aprende mucho también de las historias de las chiquillas que uno se queda asustado”, dice Pamela después de contar que fue criada únicamente por sus hermanos. “A veces me cuentan algo y yo pienso… Dios sabe por qué no tengo papá y mamá. A veces uno se queda así. Sinceramente yo le agradezco mucho a Posada. Uno se siente muy alegre de saber que aquí hay tantas personas que a uno lo quieren y quieren al bebé”.
Pamela le pide en ocasiones a la trabajadora social que llame a su hermana para contarle todo lo que ha logrado. Quiere que se den cuenta y hacer que su familia se sienta orgullosa de ella. Dice que espera pronto terminar el colegio y está segura de que va a ser médica forense.
En su vida, Pamela ha perdido y ganado muchas cosas; pero eso, su determinación, no se la arrebata nadie.
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Los nombres de las menores de edad fueron cambiados para proteger sus identidades.