El aguacero torrencial rugía de tal forma que Ana Cortez, una residente de Soyapango -en la periferia de San Salvador- por ratos alzaba la voz al otro lado del teléfono.
Para esta madre de tres hijos, al igual que para los 6,7 millones de salvadoreños, la llegada de Adrián es algo difícil de creer; inclusive ahora que sus efectos son visibles en todo el país.
"Es la primera vez que ocurre algo así. No sabemos cómo nos va a ir, qué nos irá a pasar; cómo irá a ser (la llegada del huracán). "Nos pidieron que no saliéramos. Todos están muy afligidos con sus familias en las casas", contó con nerviosismo.
En los supermercados, los salvadoreños libraban una batalla en pos de víveres. El gobierno tuvo que tomar medidas para impedir que algunos se aprovecharan de la situación.
"Solo se pueden comprar raciones, pero muchas de las cosas de los supermercados se agotaron. A la población le pidieron que se abasteciera de agua y comida que no se estropee.
"También nos dijeron que alistáramos candelas porque es muy posible que nos falte la electricidad. Vivimos en gran tensión; solo por ratos se nos olvida", indicó la señora al ser entrevistada por La Nación .
Las gasolineras también estaban abarrotadas. La mayoría de los hoteles costeros fueron desocupados.