La ampliación de la ruta 32 alberga un sitio funerario que data de entre el año 300 a. C. y el 300 d. C. De allí, en un área de 1.592 metros cuadrados (m²), arqueólogos costarricenses recuperaron 941 objetos que fueron parte del ajuar y los rituales con los que se enterraba a aquella población. Entre los artefactos, destacan 60 metates, 56 manos de moler, 77 collares de piedras verdes y 21 puntas de lanza o puñales. A esto se le añaden 1.022 fragmentos de piedra y 46.865 fragmentos cerámicos.
Para sorpresa de los científicos, el sitio Río Danta –llamado así por su cercanía con el río de ese nombre, en Guápiles– no había sido intervenido antes. Es decir, no registraba la llegada de huaqueros ni “coleccionistas” para extraer piezas. Era un sitio virgen que narra la historia de las prácticas funerarias de un periodo arqueológico llamado “El Bosque”.
Los científicos todavía no se atreven a estimar el valor histórico y patrimonial de lo hallado.
“Este sitio va a brindar muchas respuestas sobre los rituales funerarios de los antepasados (...), porque ya tenemos los objetos y su contexto de cómo estaban colocadas, cómo estaban dispuestas, los tipos de tributo a los muertos”, subrayó María Gabriela Zeledón Angulo, arqueóloga coordinadora del proyecto y quien estuvo a cargo de la evaluación de sitio, el trabajo de campo y el rescate de las piezas.
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María Rojas Sáenz, arqueóloga del proyecto que se encarga del análisis de laboratorio, enfatizó en que lo más importante de este lugar no es la cantidad de objetos encontrados, sino esa falta de alteración.
“Todos los cementerios de esta etapa que tienen piedras verdes (que la gente llama ‘jade’) están alterados. Todos los de esa zona lo están, ahí pasaba la vieja línea del tren. Muchas de estas colecciones fueron huaqueadas, robadas, la gente las vendía y mucho terminó en colecciones privadas o en el extranjero. Río Danta es uno de los pocos sin alteración humana”, afirmó.
No en toda el área de 1.592 metros cuadrados se encontró una gran cantidad de material arqueológico. Rojas recalcó que, normalmente, las personas se imaginan que un sitio arqueológico es un punto muy específico, cuando en realidad es “un polígono grande, donde puede haber grandes concentraciones –como, en este caso, un cementerio–, pero también hay periferias u otros lados, con otros usos, donde la densidad de objetos sea más baja”.
En este momento, las piezas están en proceso de análisis en laboratorio, antes de que pasen a manos del Museo Nacional de Costa Rica (MNCR) para su resguardo.
“No podían dejarse en sitio, porque el lugar va a ser destruido como parte de la ampliación de la carretera. Entonces, el Conavi (Consejo Nacional de Vialidad) pagó tres rescates para salvaguardar el patrimonio y que los objetos pudieran preservarse”, explicó Zeledón.
La Nación visitó el laboratorio donde se está en trabajo de inventario y análisis de cada una de las piezas encontradas, vio algunas y conversó con parte del equipo encargado tanto del rescate como del estudio posterior.
¿Cómo se descubrió el sitio Río Danta?
A diferencia de otros sitios arqueológicos en Costa Rica, este no tiene muchas décadas de conocerse, ni hay información histórica sobre él. Rojas detalló que se sabe que la línea vieja del tren es de importancia arqueológica, porque es una llanura donde se asentaron muchas poblaciones, por lo que no era de extrañar que se encontraran cementerios o aldeas cacicales.
Sin embargo, cuando comenzó a hablarse de la ampliación de la ruta que conecta San José con Limón, este punto particular fue una sorpresa. Para la construcción de obras como carreteras, se requiere hacer, antes de comenzar, estudios de Geología, Biología y Arqueología, para determinar eventuales impactos a los diferentes tipos de patrimonio nacional.
En el 2018, durante el estudio de prefactibilidad de la ampliación de la vía, el arqueólogo Felipe Sol Castillo identificó este sitio y lo puso en la base de datos del Museo Nacional. Según sus estudios, se trata de un sitio de un solo periodo arqueológico, en este caso, El Bosque (300 a. C - 300 d. C).
Posteriormente, la arqueóloga Magdalena León Coto hizo un sondeo y encontró solo un objeto, pero debían hacerse más evaluaciones.
Zeledón entró al trabajo con el estudio de evaluación en el 2022. Primero, hizo pozos de sondeo cada 10 metros en toda el área que sería intervenida. En la parte noreste, comenzaron a descubrir artefactos a baja profundidad: metates, vasijas pequeñas. Se hicieron trincheras para poder trabajar mejor. Lo visto hasta aquel momento, por el tipo de materiales encontrados y su disposición, les decía que era un sitio funerario.
Lo que iban excavando, lejos de delimitarles la zona, les iba indicando que el área era más grande de lo esperado... y faltaban sorpresas por aparecer.
Para ese momento, el permiso que tenía Zeledón ante la Comisión Arqueológica Nacional era de evaluación, no de rescate. Entonces, hizo las ampliaciones, y en el informe final, ella indicó que el área continuaba y solicitó que se pudiera abordar como un rescate. Ya para ese entonces se habían hallado collares de piedras verdes, tres metates, vasijas y un sello corporal (con los que se pintaban la piel).
Los permisos para hacer labores de rescate se obtuvieron en el 2023 y, luego de los informes previos, el rescate comenzó en enero pasado. Ahí fue cuando Zeledón conformó a su equipo y contrató a Rojas para que le apoyara en las labores.
Un sitio funerario con más sorpresas de las esperadas
Zeledón definió el sitio Río Danta con “un regalo sorpresa que se recibe envuelto, y al comenzar a desenvolverlo, se van descubriendo cada vez más y más componentes del obsequio, y se sigue desenvolviendo y siguen saliendo nuevos regalos insospechados”.
En un inicio, ella solicitó los permisos para realizar el rescate en un área de 400 m². Imaginó que sería menos el terreno con material precolombino, si acaso la mitad, pero sabía que debía solicitar un poco más de área de estudio en caso de que salieran más objetos. Esos 400 m² resultaron conservadores para un área que terminó siendo cuatro veces más grande.
“Los 400 metros eran la punta del iceberg, nada más”, dijo Zeledón entre risas.
Rojas añadió: “Por lo general, en los proyectos, las etapas se hacen una vez al año. Nosotros tuvimos que hacer tres etapas intensivas en un año”.
Se hicieron pozos de 2x2 metros para excavar. Desde los primeros centímetros de profundidad, comenzaron a salir objetos, y los que estaban a mayor profundidad, se hallaron a 1,3 metros de la superficie.
Las temporadas fueron dando sorpresas porque hacia el final de la primera, cuando ya estaban por cerrar, en marzo, aparecieron nuevos restos. Y cuando se estaba por cerrar la segunda, en mayo, justo en la última semana, apareció un collar “inmenso” y otros 35 artefactos, lo que los obligó a continuar.
“Ya no se podía cerrar, teníamos que seguir. Nunca nos imaginamos que saliera tanto”, recordó María Gabriela Zeledón.
Se tuvo que contratar más personal. Gente de la localidad que no tenía mayores posibilidades de empleo fue capacitada y tuvo una fuente de ingresos. En total, participaron 17 personas.
Rojas indicó que es el Museo Nacional el que tiene la última palabra de cuándo se cierra un proceso de rescate como estos. Por ello, envían a un arqueólogo fiscalizador.
“Con todo lo que estaba saliendo, ellos no iban a permitir que se cerrara, sabiendo que quedaban cosas ahí que deben preservarse", señaló.
A la fecha, este es el sitio del Atlántico con más metates y mesas de piedra por metro cuadrado, y de conjuntos y collares de piedras verdes.
Un cementerio sin cuerpos ni huesos, ¿por qué?
Cuando se detecta un cementerio o sitio de ritos funerarios, lo normal es encontrar esqueletos o al menos huesos. Pero este no fue el caso. En su lugar, Zeledón y su equipo encontraron manchas que les indicaban que alguna vez hubo cuerpos ahí. En total, se hallaron 329.
Son varias las razones para no encontrar huesos. Una es la cantidad de tiempo transcurrido, el periodo terminó en el año 300 d. C, hace más de 1.700 años; posiblemente, el cementerio tenía más de 2.000 años. Por otro, la acidez del suelo y las condiciones climatológicas de la zona no hacían posible la subsistencia de huesos por un tiempo tan prolongado.
“Uno esperaría encontrar restos óseos o restos vegetales, pero tenemos la visión de lo que se preservó, que no es orgánico“, agregó Rojas.
La excepción, especificó Zeledón, fue la madera. Se encontraron joyas y artefactos de madera que sí resistieron el paso de los siglos. Muchas estaban carbonizadas.
“El pH del suelo de ahí es muy elevado; esto hace que no se conserven ciertos materiales y se forme una mancha de color oscuro”, expresó la arqueóloga.
Estas manchas se encontraron entre los 80 centímetros y 1 metro de profundidad. En unos pocos casos, había otra mancha debajo.
¿Cómo se trabaja con estas piezas arqueológicas?
El trabajo no se limitó a excavar. Las piezas tenían que transportarse hasta el laboratorio con sumo cuidado para evitar que se quebraran o se rompieran las vasijas o metates.
Luego de esto, una parte muy importante era la limpieza de cada objeto. Todos estaban cubiertos de tierra y, en muchos casos, de barro, y tenían que lavarse con gran delicadeza. Esto fue especialmente difícil con collares que tienen las piezas muy pequeñas.
Ahora, el equipo está con varias fases del trabajo a la vez: hacer inventario, y ver las fotografías y mediciones para recrear los planos de cómo estuvo distribuido el cementerio alguna vez.
Además, todo debe ir marcado con un código antes de entregarse al Museo. Dicho código comprende el sitio del hallazgo, la fecha en que fue rescatado y un número particular para cada objeto.
Asimismo, se enviarán cuatro muestras para realizar pruebas de carbono 14 a Estados Unidos y confirmar la datación. Y se analizarán las materias primas para ver de dónde vienen, por ejemplo, para saber si los cuarzos verdes procedían del Atlántico o de otro lugar.
Luego de esto, se entra en una fase de mayor análisis, se hacen los informes para el Museo y se producen las publicaciones científicas.
“Apenas vamos comenzando con todo. Falta análisis y luego dar a conocer. Este conocimiento no puede quedarse en el Museo. Debemos conocer nuestro pasado”, resumió Zeledón.