Ya desde hace algunos años se habla de las dos Costa Rica. El más reciente informe del Programa Estado de la Nación (PEN), que analiza el desempeño del país en el 2021, termina de confirmarlo al registrar la desigualdad por ingresos más alta desde 1987.
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Esto también nos coloca del lado de los países más desiguales, o inequitativos, de América Latina, afirma la investigadora del PEN, Natalia Morales, quien, a pesar de las evidencias, conserva el optimismo y espera que se produzca un cambio en la política pública que logre una mejor redistribución del bienestar para toda la población.
El siguiente, es un resumen de la entrevista con Natalia Morales, donde se repasa la cronología de esta caída libre, y las causas y consecuencias de una sociedad cada vez más desigual.
–¿Qué significa ser un país más desigual?
– En la década de los 90, Costa Rica era uno de los países más equitativos de América Latina junto con Uruguay. Había brechas entre los más ricos y los más pobres, pero, en general, no teníamos grandes diferencias. Había patrones de movilidad social donde, si usted estudiaba, se aseguraba un empleo digno. En los noventa, manejábamos tasas de desempleo entre 6% y 8% y teníamos bienestar.
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“A principios del presente siglo, en el 2001 y 2002, empezó a aumentar la desigualdad. Este proceso se ha ido consolidando. A partir de la crisis del 2008-2009, se disparó y casi que toda la década del 2010 al 2020 tuvimos una desigualdad alta. Pero cae la crisis de la pandemia y lo que tenemos es una destrucción importante de empleos. Esto es lo que se ve en el 2021: una sociedad que se nos está partiendo, con enormes disparidades entre ciertos grupos que se recuperaron más rápidamente, con empleos de mejor calidad y condiciones, versus un conjunto grande de la población que sigue estando excluida o al margen de otros beneficios de la sociedad. Es una sociedad que se nos está partiendo. Es un país que, en los últimos 20 años no ha generado políticas redistributivas.
“(La desigualdad) nos está generando esa partición de aguas donde tenemos cada vez más exclusión social, zonas del país donde hay gran violencia homicida, problemas de empleo y acceso a la educación. No tenemos políticas redistributivas. La educación pública, que siempre fue una política de movilidad social, ahora tiene gran segregación entre quienes van a escuelas públicas y los que van a privadas. Todos esos cambios no se han acompañado de políticas que ayuden a tener más movilidad social. Esto, finalmente, termina quebrando a las sociedades”.
– Estos descubrimientos, que no son nuevos, se hacen con base en información limitada. ¿Esto quiere decir que la realidad puede ser peor?
– Correcto. En la región más desigual del mundo, que es América Latina, Costa Rica sobresalía en el pasado porque tenía una robusta clase media, con acceso a oportunidades si se educaba. Ahora esto no es así. Cada vez, nos fuimos contagiando más de esa región desigual de América Latina. Costa Rica se olvidó de eso y nos parecemos cada vez más a esa sociedad más desigual.
– ¿Tiene que ver esto con estilos y capacidad de liderar el país? ¿Por qué y cómo llegamos a esto?
– Hay muchos factores que se pueden asociar. Uno, tiene que ver con el estilo de desarrollo y crecimiento económico por el que apostamos, que ha resultado muy exitoso para algunos grupos, pero excluyente para otros. Este tipo de zonas francas, de industria de alta tecnología, que está muy bien, pero que no encadenan con el resto de la economía. Empezamos a ampliar las brechas entre quienes sí lograron graduarse de la universidad versus el resto, que quedó excluido por una educación pública que no generaliza los beneficios para todos.
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“Además, con falta de políticas que ayuden a esos sectores más excluidos. Pero no solo políticas sociales, sino económicas y productivas. Antes de la crisis del 2008-2009, el crecimiento económico iba muy de la mano de la generación de puestos de trabajo. Después, el desempleo empezó a aumentar porque el sector productivo para el mercado local y más tradicional no logró recuperarse de esa crisis. Eso ha implicado que tengamos empleos de más mala calidad en los sectores más tradicionales, como el agro, la industria y servicios de mercado interno.
“Se nos olvidó aplicar políticas más redistributivas. Por ejemplo, muchos de estos sectores más dinámicos no pagan los impuestos que deberían y con los cuales se podrían mejorar los encadenamientos. No digo que esté mal, pero sí deberíamos estar pensando en cómo estos sectores más dinámicos pueden generar más beneficios e inversión para el resto de la población que no está vinculada a ellos”.
– ¿Habrá alguna intencionalidad en todo esto, o es un asunto de competencias y capacidad para la articulación institucional y gestión política? ¿O una combinación de ambas?
– Creo que ambas. Hay sectores que piensan que para qué cambiar algo que les está beneficiando. Hay una inacción pública con complicidad. No tengo cómo demostrarlo, pero sí creo que hay una inacción porque ciertos grupos han propiciado que esto no se discuta o que no sea un problema. En ese crecimiento de la desigualdad, hay sectores más dinámicos que les está yendo bien en la situación que tenemos y no tienen incentivos para cambiarla.
“Creo que sí ha habido también más dificultades para ponernos de acuerdo. Tiene que ver con problemas de diálogo y generación de políticas entre diversos sectores. Hay mucho poder de veto entre ciertos sectores que bloquean o no participan en la construcción de políticas. Por ejemplo, una política de empleo es clave. ¿Por qué este país no la tiene? No sé. No creo que sea algo poco intencional que no la haya. Sí creo que hay cierta complicidad porque si ya el país lo sabe, tenemos varias décadas diciéndolo, si el Estado de la Nación parece una repetidora con el tema de la desigualdad, pero parece que no cala”.
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– ¿Cuáles son los impactos de la desigualdad de ingresos?
– Tiene que ver con la violencia y con no tener ese bienestar por el cual la gente que trabaja todos los días siente que la plata no le alcanza. Hay problemas de integración social que también tienen que ver con grupos que quieren brincarse las reglas del juego o el Estado democrático.
“Otras repercusiones de la desigualdad es la falta de apoyo al sistema democrático, (personas que) se alejan de la política y pierden interés por lo que hace el Estado. Hay todo un tema de cohesión social con más brechas: cada grupo jala por su lado y tenemos menos vida de comunidad. Por eso, la educación era un pilar en donde todos se encontraban: desde el que tenía la mejor casa del barrio hasta los que sabía uno que les costaba. Eso se ha perdido porque ahora hay un montón de grupos creciendo en una burbuja y no hay vida en comunidad. Esa cohesión social es la que perdemos cuando las sociedades se hacen más desiguales”.