Cuando era una niña de 10 años, Jeannethe jugaba y se subía a los árboles a disfrutar de deliciosos frutos. Un día, la presencia de imponentes camiones y tractores acabaron con su ilusión infantil: llegaron para cortar los árboles y cavar en el espacio en el que corría y soñaba. Poco después, el lugar se convirtió en el botadero de Río Azul que impregnó de un olor pestilente su comunidad por más de tres décadas.
En el 2023, la vecina de Río Azul, en La Unión, regresó a ese lugar que dejó de ser un basurero a cielo abierto y se convirtió en el Parque la Libertad. Allí, empezó un proyecto que no solo la sacó de la desmotivación en la que la dejó la pandemia por coronavirus, sino que le dio la oportunidad de construir “su propio oasis” en un rincón de su casa y recuperar la sensación de comer frutas y legumbres como lo hacía siendo una niña, pero esta vez cultivadas por ella misma.
“Crecí en esta zona llena de fincas, todo era muy bonito y lleno de árboles. Cuando tenía 10 años, todo cambió. Una noche mis tíos y yo nos escapamos para ver qué era todo eso que botaban los carros. Un guarda nos dijo que era muy peligroso, que podíamos tener accidentes”, recordó Jeannethe Marín Montoya, de 64 años.
El relleno sanitario se convirtió en un incómodo vecino al que nadie se acostumbraba. El problema no era solamente su presencia a 100 metros de la casa de Marín, sino también la visita constante de camiones de basura que iban dejando un camino de jugos fétidos a su paso. Nadie sentía paz.
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“Uno se sentaba a comer y había que espantar las moscas, caían en el café. Vieras lo que era el ambiente, los niños no podían comer tranquilos. Además, en este lugar no teníamos acueducto, había que jalar agua. Era demasiado duro. Nos destruyeron lo que teníamos antes, todos aquellos palos llenos de jocotes, las anonas y los bananos. De pronto, vivíamos en un entorno de contaminación”, recordó la señora, quien tras salir del colegio se formó como secretaria.
“Ahora me siento feliz”
La calma regresó a la vida de Jeannethe Marín y de sus vecinos después del año 2007, cuando se cerró el relleno sanitario. En parte del terreno en el que estaba, hoy está construido el Parque la Libertad, donde esta mamá y abuela encontró una nueva ilusión luego de un tiempo complejo a nivel personal.
Durante los años de pandemia, Marín estuvo temerosa y se sentía deprimida. Por varios factores, entre ellos ser asmática y la edad, fue una paciente de alto riesgo.
“Además, tenía sobrepeso y en la pandemia subí más. Entonces, en la clínica me dieron una referencia para ir a la nutricionista. En ese momento yo no quería ni salir de mi casa”, confió.
En la consulta nutricional, la especialista le preguntó si ella contaba con espacio en su casa para desarrollar una huerta y le presentó un proyecto que, además de impulsarla emocionalmente, la empoderó y le regaló un poco de aquello que tanto disfrutó en su infancia: frutos orgánicos.
La vecina de Río Azul es una de participantes del programa Sembrando Buenos Hábitos con KIBO, proyecto de la Compañía de Galletas Pozuelo, coordinado por la Fundación La Libertad, que por dos años instruyó a 40 personas y a sus familias. Doña Jeannethe fue parte del segundo grupo y, en nueve meses, ha logrado tener su propia huerta gracias a todo lo aprendido.
“Ahora me siento feliz porque no imaginé que en mi casa podría producir tanto. Sembré hasta ayotes. Jamás me pasó por la mente volver al relleno sanitario, pero ya convertido en el Parque la Libertad, y aprender a producir. Ahora tengo un oasis lindo. Vivo enamorada de mi huerto y siempre cosecho para el almuerzo”, contó emocionada.
En el tiempo que lleva con este proyecto, su rostro volvió a brillar, cuenta.
“Cuando llegué a unirme al proyecto de huertas, venía miedosa, tímida y con dolor de piernas. He cambiado para bien. Me han ayudado y he aprendido mucho. Le puse tanto amor a mi huerto que, a veces, desearía ser un gusanito para estar viendo mi huerta por dentro”, dijo.
En el proyecto, además de aprender todo lo necesario para sembrar y cultivar, también adquirió conocimientos nutricionales. El espacio en su casa es pequeño; no obstante, hijos y nietos le ayudaron a acondicionarlo y hoy todos disfrutan de las saludables cosechas.
Lechuga, remolacha, culantro, apio, orégano, azafrán, arúgula, cúrcuma, chile jalapeño, chile dulce, tomillo, albahaca y uchuva son los productos con los que la señora cuenta todos los días.
Dentro de sus planes, está empezar a vender lechuga para generar un ingreso extra. Actualmente, realiza servicios esporádicos de costura.
“Esta huerta me sacó de la depresión. Antes hacía el almuerzo y me acostaba a dormir toda la tarde. Hoy estoy tan emocionada. La experiencia ha sido muy linda. Ahora hasta tengo una compostera que nos dieron y saco mi propio compost (abono natural) que comparto con mis vecinos”, expresó orgullosa.
Hoy Jeannethe Marín Moya respira un aire distinto y luego de sufrir la presencia de un relleno sanitario, entiende el valor de proteger el planeta y tener prácticas positivas para el cuerpo y la mente, tales como el mantenimiento de su huerta.
“Hace casi 20 años que por fin cerraron el relleno que nos causó tanto estrés con olores y daño ambiental: ya uno va respirando un poquito. Antes uno decía que era de Río Azul y lo veían como basura, uno vivía acomplejado y negaba el barrio. Hoy, con orgullo, digo de dónde soy y que tengo mi propia huerta. Es un placer y una alegría servir en la mesa una ensalada con los productos que yo coseché. Todo es orgánico”.