Volver a clases tras una cirugía reconstructiva en la cara y una prolongada ausencia intimidaría a cualquiera, sobre todo si se trata de una niña de 10 años tan retraída como Pamela Vargas.
A la gemela, un perro le mordió el rostro en setiembre. Fue operada en el Hospital Nacional de Niños (HNN), donde los cirujanos le reconstruyeron el labio superior y la fosa nasal derecha.
Pamela estuvo internada una semana y permaneció sin salir de su casa, en San Josecito de Heredia, dos meses más.
Para cuando la menor volvió a clases junto a sus compañeros de cuarto grado, en la escuela Arturo Morales, ya alguien se había encargado de allanar el camino para su regreso, una tarea nada fácil.
La maestra Yendry Gamboa se le había adelantado, con el fin de contarle a los compañeros la nueva realidad de la niña y prevenir que ella y los demás resultaran impactados por el reencuentro.
Esa es la función de Gamboa, quien es una de las 1.173 docentes itinerantes que tiene el Ministerio de Educación Pública (MEP). Sin embargo, pocos se dedican, como ella, a atender menores enfermos.
Gamboa y otras cuatro maestras itinerantes laboran en el Centro de Apoyos en Pedagogía Hospitalaria Dr. Carlos Sáenz Herrera (Ceaph), conocido como la escuelita del Hospital de Niños.
Se trata del único centro en el país que ha logrado mantener inalterada la cifra de puestos para itinerantes, pues el MEP inició un recorte de plazas alegando un uso inadecuado del servicio.
Estas docentes trabajan sin viáticos para transporte y hospedaje, pues el MEP considera que esos son gastos “inherentes a su cargo”.
La mayoría de los 1.173 itinerantes se desplaza entre centros educativos para reforzar materias cuando no hay docente disponible.
Hasta ahora, no hay un registro de cuántos realizan la misma labor que Gamboa y sus colegas del Hospital de Niños.
Jesús Mora, encargado de prensa del MEP, confirmó que el próximo año se podrían dar algunos cambios administrativos para este grupo de docentes, entre esos, podría incorporarse el pago de viáticos, luego de la aprobación del Centro de Pedagogía Hospitalaria hecha este año por el Consejo Superior de Educación (CSE).
No para cualquiera. Maestras como Yendry recibieron formación en Educación Especial.
Como docentes itinerantes llegan hasta los rincones más remotos e inseguros del país, con el fin de garantizar que los niños más enfermos sigan estudiando.
Si, en algún caso, pierden el último bus de regreso de una comunidad rural en Guanacaste, deben pagar de su bolsillo el pasaje y un cuarto para pasar la noche.
Luego de pagar tres pasajes de bus y caminar bajo la lluvia, Yendry Gamboa llegó al hogar de Pamela, el 12 de noviembre.
Lo más difícil de este trabajo es el traslado, que a la vez es muy bonito porque conocemos el país. “Es un reto enseñarle a un niño enfermo en la sala de la casa por donde pasan el hermanito, el primo y el perro”, relató la maestra.
En casos como el de Pamela, la atención implicó sentarse a hablar con los compañeros de escuela que departen a diario con la niña. El objetivo: evitar lo más que se pueda los comentarios hirientes y las bromas que pudiera generar la nueva apariencia física de la menor.
En este trabajo ayuda mucho pedir a los escolares que relaten las experiencias personales en hospitales. Yendry, además, les mostró a los niños fotos de Pamela con la tira de silicón que ella usará en su rostro durante varios meses para que se fueran familiarizando.
“A veces, el impacto que sienten al ver al compañero suscita comentarios. Mostrar las fotos evita que el niño esté presente en ese momento para escuchar lo que dicen de él sus compañeros”, añadió Gamboa.
La naturaleza de este servicio itinerante depende de las necesidades de cada menor. Ese mismo martes, la educadora Yorleny Vargas aplicó un examen corto, escuchó una presentación en inglés y repasó las tablas de multiplicar con Dariel Zúñiga, quien padece cáncer.
Aunque el niño de 10 años asiste a una escuela en Mansión de Nicoya, donde vive, hace tres meses se trasladó a San José mientras recibe quimioterapia.
En la capital, Vargas se ha hecho cargo de coordinar con la maestra del niño en Guanacaste, todos los contenidos que debe estudiar. Topó con una docente colaboradora porque no siempre es así.
“A veces es una lucha porque no tenemos la potestad de exigir a una escuela qué hacer. Llegamos a hacer un repaso de la enfermedad y del marco legal, y darle seguimiento”, explicó Vargas.
Sin embargo, cuando los niños están cerca de sus escuelas, la responsabilidad de atenderlos es de ese centro educativo.
“En el caso de Dariel, no es un asunto de apatía, sino de distancia porque la docente no puede desplazarse hasta San José, entonces nosotros damos el apoyo”, añadió.
Para la madre del menor, María de los Ángeles Arauz, la intervención de las docentes ha traído tranquilidad en un momento de temor e incertidumbre: “No tengo palabras para agradecerle a la niña Yorleny y a la niña Karen, la docente de planta en el hospital”, expresó.
Las maestras itinerantes del Ceaph atienden, en promedio, entre tres y cinco alumnos semanales, dijo Cinthya Bonilla, coordinadora del servicio.
Su preocupación radica en la falta de apoyo económico del MEP. “Los gastos de transporte, alimentación y en algunos casos, hospedaje, son costeados por ella”, dijo.
Yendry y sus colegas seguirán pagando las visitas de su bolsillo. Al fin y al cabo, gran parte de su labor se financia con vocación y se paga con una sonrisa.