No recuerda con exactitud, pero de seguro cursaba los últimos años de primaria. Quizá cuarto o quinto grado.
Sus papás siempre formaban parte de la Junta Escolar y de vez en cuando le soplaban cuáles iban a ser los regalos para los estudiantes a fin de año.
Sucedió que para esa Navidad estaba planeado regalar un juego de química a los niños, y una muñeca barbie a las niñas, cuenta Samaria Montenegro Guzmán casi 30 años después de aquella anécdota, una de muchas que marcarían la dirección en su camino.
“Cuando supe que el juego de los hombres era de química, ¡hice un berrinche! Mi mamá tuvo que convencer a los maestros para que también me dieran un juego de química a mí”, relata entre risas, pero con la seriedad que la reviste al hablar de las diferencias sociales y culturales que, muchas veces, desvían a las mujeres, desde niñas, hacia otras carreras desvinculadas con la ciencia, la tecnología, las Matemáticas o ingenierías.
Hoy, a sus 36 años, Montenegro Guzmán es una de las dos profesoras de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Costa Rica (UCR), con doctorado en Matemática pura. Hay otra docente en la sede de Turrialba.
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También, hay dos profesoras más con maestrías, y una investigadora en Matemática biológica, que está cursando un posdoctorado en el Cimpa (Centro de Investigación en Matemática Pura y Aplicada).
La científica reconoce haber tenido suerte en comparación con otras mujeres interesadas en dedicarse a las llamadas carreras STEM, en las ciencias, las tecnologías, las ingenierías y las matemáticas (STEM por sus siglas en inglés).
Desde pequeña, en su hogar, en San Cayetano, San José, siempre fue estimulada por sus papás, la artista plástica de su mismo nombre, y su papá, don Víctor Montenegro, un enamorado de las ciencias exactas.
De su mamá, Samaria adquirió la pasión por la música. Cursó sexto grado y todo el colegio en el Conservatorio de Castella, donde estudió flauta de pico.
De su papá, heredó la profunda inquietud por resolver enigmas, sobre todo matemáticos. Su casa siempre estaba llena de estudiantes de todos los niveles, pues además Samaria tenía madera para explicar Matemática, una de las materias que ha cosechado la injusta fama de ser difícil, en especial —habría que buscar la razón sociocultural de esto— para las mujeres.
Sin dejar de lado su amor por la música, a la cual se ha dedicado interpretando junto a grupos de música antigua, Samaria ingresó a una carrera copada tradicionalmente por hombres.
“Los cursos de ‘Mate’ no son tan grandes, a veces son diez estudiantes, y conforme avanza la carrera se vuelven más pequeños. Me pasó en muchas ocasiones ser la única mujer en el grupo. Con costos, éramos dos.
“Y sí, sentía que como mujer tenía que dar más. No necesariamente porque se lo pidan, pero uno lo siente. De todas maneras, matemática es una carrera es muy competitiva”, relata la doctora Montenegro.
Esto último se hizo más patente en años recientes, cuando ha tenido que compartir con otras colegas mujeres en congresos alrededor del mundo.
“Tenemos un whatsapp de mujeres en matemáticas. Una nos preguntó en ese chat que si podíamos contarles historias de cosas que nos habían dicho a lo largo de la carrera, cosas de corte sexista. Una muy recurrente en esa discusión fue la tendencia a calificar a las mujeres que sobresalen de ‘muy esforzadas’, pero a los hombres que les va bien les dicen genios.
“Yo siempre había tenido esa impresión, pero la conversación en ese chat me lo corroboró. Otra situación fue muy recurrente que se planteó ahí es que si tu pareja también se dedica a la Matemática, hay personas que asumen que él es el bueno y el que te ayuda, no vos. Eso le pasa a muchas”, comentó.
Montenegro, quien vivió en París cinco años para sacar una maestría y un doctorado en Matemática pura de la Universidad de París VII Denis Diderot, reconoce que en Europa el ambiente es más inclusivo para aquellas decididas a dedicarse a carreras STEM.
En Costa Rica, reconoce que algo se ha avanzado pero aún la deuda que existe es enorme.
“Nos falta muchísimo todavía. Una de las cosas más preocupantes es en el trabajo académico y científico, que requiere mucho tiempo y dedicación. Esto es un reto multiplicado, sobre todo para quienes son madres.
A ellos, afirma, no se les culpabiliza por dejar varios días a la familia y asistir a un congreso, o dedicarse a escribir para publicaciones científicas. A la mayoría de las mujeres sí.
“Cuando voy a un congreso y hablo con mis colegas, hombres y mujeres, padres o no, eso me dicen: hay un enorme peso social que las culpa a ellas por irse una semana. Eso no las hace tan buenas madres. En cambio, a los hombres los califican de padres exitosos”, afirma.
Montenegro está comprometida en participar de los esfuerzos para reducir brechas de género en carreras científicas y tecnológicas, empezando desde la escuela, para que otras niñas puedan jugar desarmando carros o haciendo experimentos de laboratorio, como ella un día lo exigió siendo apenas una escolar.