Olvidada por los políticos y cargada de prejuicios y rechazo, la Cueva del Sapo, en La Carpio de La Uruca, arrastraba una oscura historia de drogas y vagabundería, protagonizada por los más jóvenes del barrio.
El escenario se transformó hace cuatro años, cuando Alicia Avilés y Maris Stella Fernández cambiaron el ocio de las esquinas por música, deportes y juegos tradicionales, con la ayuda del trabajo voluntariado de gente que dona su tiempo para ponerle color a la barriada.
Alicia soñó con una “pequeña gran ciudad” de maravillas y su trabajo ya rinde frutos. En el 2010, llamó a Maris Stella, vecina de Santa Ana, y juntas fundaron un equipo de fútbol y luego una orquesta sinfónica, con el apoyo de empresas privadas.
Lo que nació como una idea, hoy lleva el nombre de Sistema Integral de Formación Artística para la Inclusión Social (Sifáis), que es un programa el cual estimula la superación personal mediante la enseñanza de una destreza artística y que para el 2015 estrenará un edificio, valorado en unos ¢260 millones.
La voluntad movió las piezas de esta obra, sin necesidad de entrar con policías ni etiquetar a nadie. A la fecha, hay más de 100 personas que imparten talleres gratuitos de artes, fotografía, karate y música.
“Lo que tenemos que hacer en nuestra vida es cambiar la nota musical ‘mi’, que solo piensa en lo individual, y convertirnos en clave de sol para irradiar de cosas buenas a quienes más lo necesitan”, manifestó Maris Stella Fernández.
Para ella, esta es una “organización desorganizada”, que recibe todas las buenas ideas que le proponen y de quienes tienen el compromiso de cumplir con responsabilidad.
“¡Hola, doña Maris!, ¡buenos días doña Alicia!, ¿cómo están?”, es la expresión común de los niños al recorrer las calles de “Cueva de Luz” –como le cambiaron el nombre al lugar–.
“Un saludo en este barrio estaba pegado al cielo. Este un proyecto ha venido no solo a enseñar sobre música y derechos, sino también sobre los deberes y lo importante de las normas de cortesía. Yo sí puedo decir que veo una completa transformación”, dijo Alicia Avilés.
Disciplina. El proyecto demanda a los pupilos el compromiso de cumplir con horarios, ensayos y tareas, para perfeccionar su talento y exportarlo.
“El verdadero campeón es el que consigue vencerse a sí mismo, porque nuestro peor rival es nuestra mente (...). La victoria está reservada para aquellos que están dispuestos a pagar su precio”, expresó Willy Robles, estudiante de fotografía del Sifáis.
Sin tintes políticos de por medio, el proyecto Sifáis echó raíces en la comunidad, mediante la publicidad de los mismos vecinos, que se motivaron al ver el avance de la orquesta sinfónica, integrada por niños de La Carpio.
“El Sifáis creció gracias a la empresa privada, a la gente que quiere hacer bien las cosas. La misma gente se ha encargado de regar la bola y hacer crecer esta obra”, agregó Avilés.
Como parte de este mismo proyecto de voluntarios y en un colorido ambiente rodeado de rompecabezas y mesas de madera, un aula Montessori abrió sus puertas en La Carpio, este año, para recibir a niños, entre 3 y 6 años.
Durante los fines de semana se recogen y guardan las mesas del kínder y el lugar se transforma en un centro de trabajo de voluntariado, en el que se imparten clases de baile, música, fotografía, artes marciales y donde se pinta la verdadera cara de La Carpio.
El efecto dominó de buenas ideas que empiezan a cambiar la vida en La Carpio, espera estrenar un edificio el próximo año, en el que se impartan estos talleres.
El costo de la obra (¢ 260 millones, aproximadamente) se ha recaudado mediante conciertos, tocando la puerta de empresarios y a través del trabajo que donan arquitectos e ingenieros.
“Es una labor de sombrero, pero estoy convencida de que esto es saber encauzar la buena voluntad de las personas. Al inicio me parecía imposible. El reto más grande fue atreverse a soñar y no hay limitación que nos detenga. Solo así se pueden conseguir los resultados deseados”, expresó Maris Stella Fernández.
Para este equipo de trabajo, ni sus limitaciones económicas ni el estereotipo de quienes los ven desde afuera, son obstáculo para alumbrar con arte y deporte lo que fue una oscura cueva.