La imagen permanece en la memoria de Mónica Segovia: su hijo, arrinconado en una esquina por orden de la maestra, y la docente dándole la espalda mientras continuaba la clase con los otros estudiantes.
Este fue uno de tantos desplantes que recibió Agustín en sus primeros años escolares y que obligaron a sus padres, Mónica y Andrés Morales, a cambiarlo de institución en tres ocasiones, cuando apenas llegaba a los 7 años.
Muchos docentes lo etiquetaron de indisciplinado e irrespetuoso porque preguntaba demasiado y hasta cuestionaba algunos de los contenidos impartidos en clase.
Su sed de conocimiento era ilimitada para un sistema que le ofrecía recursos limitados.
Hubo una maestra, recuerda Andrés, que llegó a recomendarles “una pastillita para que se calme”. Esa misma “pastillita” ella se la daba a sus dos hijas con “excelentes resultados”.
¡Jamás! , decidieron. Si su hijo estaba sano y traía capacidades excepcionales, ¿por qué lo trataban como un enfermo?
“Usted no sirve”, “usted me destruye la clase”, “usted me agota”.
Esas fueron algunas de las frases que Agustín tuvo que escuchar como si él fuera el culpable de una falta grave, cuando lo único que tenía era una capacidad excepcional, muy lejana al promedio de sus compañeros.
“Los niños con alta dotación son sobrevivientes del sistema”. Con esas palabras, Mónica resume las experiencias a lo largo de los 11 años de Agustín.
“El vacío (en la atención de estos estudiantes) es enorme. Es increíble la presión que existe debido al desconocimiento (de los docentes)”, agregó.
Detección. Estos vecinos de Ciudad Colón supieron, desde el primer instante en que abrazaron a su hijo, que él traía un don.
Mirada exploradora, profunda, analítica, describe el padre. Sus primeros balbuceos se adelantaron a los de otros bebés de su misma edad. Las palabras llegaron antes, junto a preguntas retadoras para los adultos, cuenta la madre.
Interesado en el arte y en la ciencia, en la actualidad dirige su mirada también al deporte. Tras buscar mucho, hoy Agustín es alumno en una escuela privada que ha trabajado por llenar sus necesidades educativas.
Ahí se le respeta y eso lo hace feliz. Esta es la meta que buscan sus padres, muy por encima de las notas y de los récords académicos que desvelan a otros.