La Escuela La Islita está situada en la comunidad del mismo nombre, inmersa en los manglares del golfo de Nicoya. Para llegar, hay que hacer un viaje de 20 minutos en panga desde Puntarenas, aunque todo depende de las condiciones del mar.
Esa es la travesía que hacen diariamente durante el curso lectivo, Marjorie Obando y Dania Trejos, directora y maestra de la escuela, pues en La Islita no hay una casa donde pueden vivir las docentes durante la semana, como si ocurre en otras zonas alejadas.
Ambas se embarcan en la pequeña lancha, cuyo servicio tiene un costo de ¢90.000 al mes, tarifa que incluye el viaje de ida, a las 6 a. m., y el de regreso, a las 2 p. m.
Doña Marjorie lleva dos años trabajando en ese centro educativo. De hecho, su primer viaje en panga lo hizo cuando aceptó el puesto en La Islita. Según dice, el trayecto suele ser tranquilo, excepto en días de lluvia o vientos vientos, cuando el mar se agita.
“A veces salimos y está empezando a garuvar y en medio camino nos encierra la tormenta. Es una rayería horrible y es una tragedia, pero gracias a Dios nunca ha sucedido nada”, narró la directora a La Nación.
Durante esos días, el acceso a la escuela se complica más, porque al bajar de la lancha se enfrentan a los barreales, que le complican la vida no solo a las docentes, sino también a los niños.
Niños luchadores
La escuela dirigida por doña Marjorie acoge a 25 alumnos que cursan desde preescolar hasta sexto grado. La mayoría de ellos finalizan su educación en este nivel, dado que en la zona no hay un colegio o unidad pedagógica que permita cursar la secundaria.
La posibilidad de trasladarse diariamente al centro de la provincia de Puntarenas para seguir estudiando es prácticamente inalcanzable para ellos que vienen de hogares de escasos recursos. De acuerdo con la docente, casi todos los niños trabajan recogiendo almejillones para ayudar en sus hogares.
Nahomi es una de las estudiantes que recolecta pequeños baldes de moluscos, los cuales luego vende a ¢2.000. Según Obando, la niña solía llegar a clase con picaduras de insectos, atribuyéndolas al “aguamala”.
“Niña es que yo voy a recoger almejillones porque quiero comprarme unas tenis”, era la respuesta que la menor le daba a la directora cuando le preguntaba. Ante esta situación, Obando decidió proporcionarles repelente a los niños para que lo utilizaran durante estas actividades.
“Cuando yo llegué, me daba mucha pena verlos, los veía en las mañanas con cuchillos a la orilla del mar sacando almejillones”, describió la docente.
La Islita es una zona identificada por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) como marino-pesquera, ya que sus habitantes se dedican a la pesca y a la extracción de moluscos. La comunidad tiene una población total de 110 personas divididas en 25 familias que viven en condición de pobreza.
Los niños y sus padres se ganaron el corazón de las docentes Obando y Trejos, quienes viajan desde El Roble y Miramar de Puntarenas, respectivamente, para mejorar la educación en la isla.
A pesar de que el centro cde internet, luz y agua, las maestras luchan para que los 25 niños inscritos en este 2024 reciban conocimientos de calidad.
Por otro lado, Obando aseguró que distintas personas les ofrecen donaciones que al final no llegan, pero que serían bien recibidas por los menores.
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