San Carlos. De un día para otro, Alexánder Vargas Porras, industrial maderero establecido en Coopevega de Cutris, se quedó sin 12 peones que le dejaron botado el trabajo para irse a buscar oro en la mina Crucitas.
Algunos de ellos tenían hasta 12 años de laborar en la empresa, pero se marcharon sin avisar y ni siquiera reclamaron prestaciones.
El salario promedio que devengaban era de unos ¢425.000 por mes, pero ahora pueden ganarse hasta el triple en la extracción ilegal de oro.
Las abismales diferencias de ingresos explican la locura que se ha desatado en la zona, donde ahora se ve una procesión de campesinos a pie cargando palas, baldes, picos, cuchillos y sacos con ropa y comida.
Hay quienes alquilan vehículos para recorrer 100 kilómetros o más desde comunidades como Aguas Zarcas, en San Carlos, Upala y Abangares. Sin embargo, en el camino también se ven estacionados carros, como constató La Nación.
Los coligalleros más experimentados, como los procedentes de Abangares, Guanacaste, aseguran que la actividad les deja buenos ingresos.
En dos días, dos de ellos afirman haber ganado ¢1,6 millones; otros seis oreros cuentan que en 22 días sacaron el oro equivalente a ¢37 millones.
La fiebre, al parecer, también llega a las aulas como denuncia Yadira Muñoz, dirigente comunal de Cutris.
La mujer afirmó que “algunos jóvenes” dejaron de ir al colegio para irse a Crucitas.
Muñoz hizo la denuncia ante magistrados de la Corte Suprema de Justicia; el fiscal general, Jorge Chavarría; y la directora regional del Patronato Nacional de la Infancia (PANI), María Amalia Chaves, quienes participaron, el viernes 1.° de setiembre , en un encuentro ciudadano en San Carlos.
No obstante, Isabel Elizondo, directora regional de Educación, aseguró que no tienen noticia del problema.
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Negocios reviven. No todos se quejan del alboroto en que se ha convertido Crucitas, pues para los comerciantes hay resultados muy provechoso.
En Coopevega –centro comercial más cercano– y Chamorro la actividad prácticamente se vino al suelo cuando la minera Industrias Infinito dejó la zona, hace unos cuatro años.
Su partida se dio luego de que, en 2010, una sentencia judicial anulara la concesión para extraer oro por considerar que fue otorgada irregularmente.
Hoy, con la llegada de los oreros artesanales, tiendas y supermercados han visto dispararse sus ventas al punto de que un almacén de abarrotes tuvo que aumentar de uno a tres cajeros y contratar personal para otras labores.
Sus clientes son los ocupantes de las decenas de ranchos o champas de plástico, así como de improvisadas casas de láminas de cinc que se ven en la ruta hacia la mina.
Algunos coligalleros han llegado otros y otros con sus familias. El agua para consumo y limpieza la toman de una de las muchas fuentes que nacen en las montañas del cerro Botija.
Lo único que les falta es electricidad, por lo que han regresado a la época de las lámparas y las candelas.
Esperanzados. Entre los aventureros está Lidier Ramírez, quien dejó su casa en Aguas Zarcas con la idea de mejorar sus ingresos.
“No me importa dormir en el cajón de un camioncito y tener que preparar mi comida. Tampoco me importan los zancudos ni el frío de la madrugada con tal de lograr vivir mejor”, expresó mientras descansaba de una jornada de cuatro horas en la montaña.
En su pueblo, dijo Ramírez, el tema del oro se ha regado como la pólvora. “Todos hablan de Crucitas con mucha ilusión y yo espero que mi esfuerzo no sea en vano”, agregó.
Para Esteban González, otro coligallero, lo que se vive aqui es “descomunal”.
“El primer día que llegué me impresionó ver tanta gente metida en el lodo y en las quebradas revolcando en busca de oro, son como topos”, describió.
Andan camisetas de tirantes, pantalones cortos, botas de hule. Esta ropa liviana les sirve para combatir un poco el intenso calor.
Aparte del clima, la incomodidad y los zancudos, estos mineros artesanales se tienen que enfrentar al miedo.
Bernardo Vargas no justifica que los policías los intimiden. “Somos gente que quiere trabajar en paz”, argumentó
Vargas criticó que el Gobierno esté cuidando una propiedad privada con recursos estatales.
Por su parte, Jorge Solís, oriundo de Chamorro, reclama por el hecho de que gente de otras estén llegando a la mina a sacarle provecho.
“No me parece justo y deben investigar quiénes están detrás de esos foráneos”, dijo Solís.
La ambición se llevó a todos los hombres del pueblo
A los hombres de Coopevega de Cutris parece que la tierra se los hubiera tragado.
Y la frase no está lejos de la realidad, pues muchos varones de este poblado, jóvenes incluidos, se internaron en Crucitas con la ambición de encontrar oro.
A sus casas regresan esporádicamente a ver a la familia.
Rodríguez, de 28 años, también pasa, desde lunes y hasta el sábado en la mañana, clavado en el corazón de la montaña.
El muchacho cuenta que se convirtió en coligallero por necesidad, pues el principal problema en Coopevega es la falta de buenas fuentes de empleo.
“Las opciones son muy limitadas: o peón agrícola o cortador de madera”, detalló.
Según este joven, la situación se complicó todavía más con el fracaso del proyecto de la empresa canadiense Industrias Infinito, que se estableció en Crucitas desde 1993.
Su intención era extraer al menos 800.000 onzas de oro de la mina, meta para la cual obtuvo una concesión del Estado, la cual fue anulada en 2010 por una sentencia judicial.
La empresa abandonó la zona definitivamente en 2015 y con ella también se fueron muchas familias, pues la situación era insostenible.
Por eso, Jorge López, otro lugareño, criticó con dureza a los ambientalistas que obstaculizaron la iniciativa de Industrias Infinito.
Según dice, en plena lucha, los grupos les hicieron promesas pero se olvidaron.
“Al día de hoy, no nos han dado la cara. Tampoco se han pronunciado sobre lo que está ocurriendo en Crucitas”, se quejó López.
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