Con cada número y serie que compraba, la suerte jugó en su contra hasta dejarle las finanzas en rojo, con deudas en las tarjetas de crédito y mentiras para la familia.
En 10 años, la adicción llegó a sacar de su bolsillo ¢130 millones en lotería, de los cuales solo logró un retorno de ¢20 millones que usó para pagar las deudas cada vez más grandes.
Para Guillermo, jugador anónimo en rehabilitación, la prioridad en diciembre era comprar el gordo navideño. En el 2011, gastó ¢1.000.000 en enteros; aun así, solo tuvo un premio de ¢2.500.
“Solo pegué una terminación, ¡Uno desea agarrarse del pelo! Pero la adrenalina sigue y uno quiere seguir jugando y, como cualquier otro vicio, el asunto es progresivo”, recuerda este hombre de 48 años.
El próximo sorteo de la lotería navideña será el domingo 15 de diciembre en el auditorio de la Junta de Protección Social (JPS), en San José. El mayor repartirá ¢1.200 millones por emisión, pero en esta ocasión Guillermo no piensa gastar un solo colón tentando la suerte.
A escondidas. Para que la familia de este finquero de la zona sur no se enterara de su descontrol por el juego, Guillermo escondía los rollos de billetes de lotería en el cielorraso de la casa, en una bodega de su finca y otro tanto en la casa de sus papás.
“Es una vida de mentiras donde uno solo piensa en ganar, en hacer más dinero y se hace de todo con el fin de conseguirlo. Salía de mi pueblo dizque a hacer negocios y me iba a buscar el número con la serie que yo quería, donde estuviera”.
La ludopatía o juego patológico es un trastorno repetitivo que impide a las personas retirarse o controlar el impulso de jugar. Así lo reconoce la Organización Mundial de la Salud (OMS) desde 1992.
En su adrenalina por ganar, Guillermo perdió tres terrenos, tres vehículos y la tranquilidad. Ni dormía por pensar en los números que buscaría al día siguiente.
“Llegué a comprarme un libro de sueños, donde cualquier elemento que apareciera en el sueño tenía una relación con algún número”. Fue así como soñar con un avión, un difunto o hasta con la suegra, tenían un significado para este hombre, que horas después corría en pos de chanceros conocidos.
“Cuando uno es agüizotero , uno empieza a jugar de todo: la edad de uno, la del papá, la fecha del sorteo. Por ejemplo, si un día veía dos placas de carros que terminaban en 22, jugaba ese número. Uno no puede controlarlo”, afirmó.
En medio de esa vorágine no había pausa en las mil excusas para esperar el milagro de la tómbola.
“Yo estaba tranquilo porque todo el dinero que yo perdía en la lotería iría a obras de bien social. Esa era mi excusa, pero eso estaba acabando con mi familia y yo iba rumbo a la ruina entre tanta deuda”, relató Guillermo.
Entre la lotería, los chances, y los tiempos clandestinos, perdió horas de sueño y cinco kilos de peso debido a la ansiedad. Pero nunca se acostumbró a que todos los días recibía llamadas de los bancos para que pagara las tarjetas de crédito.
“Uno se desespera cuando ve que la familia sufre tanto por culpa de uno. Con el apoyo de mi esposa, ahora estoy asistiendo a un grupo de jugadores anónimos, en las cercanías de Plaza González Víquez”.
Guillermo ya ganó su premio mayor: sobrevivió a 10 años de deudas, tiene el apoyo de su familia y está en rehabilitación.
“¿Para qué más dinero si ya uno es afortunado? La plata no es todo en la vida”, concluyó.