La aplicación de injertos con piel humana producida en laboratorio será ampliada en Costa Rica ante los buenos resultados en pacientes quemados y con úlceras.
Este tipo de implante se practicó por primera vez en el país el 17 de junio del año anterior, cuando tres niñas con Epidermolisis Bullosa (EB) recibieron varios injertos.
Las niñas son Diana Ojeda Herrera, de 14 años; Catherine Cubillo Venegas, de 10, y Estefanía, de dos años (se protege la identidad de esta última a solicitud de quienes están al cuidado de ella).
A las dos primeras se les hicieron injertos en las manos, atrofiadas por la enfermedad. A ellas se les separaron los dedos. Sin embargo, un año después se les volvieron a unir.
A Estefanía se le hicieron injertos en las piernas. Ella ha tenido una mejor evolución.
Uno de los cirujanos que participó en las primeras operaciones, Luis Da Cruz Dos Santos, dijo que ahora ese tipo de injerto –gracias a una célula del prepucio de un recién nacido– está dando mejores resultados en pacientes con quemaduras, diferentes tipos de úlceras y con pie diabético.
La piel humana cultivada en laboratorio tiene la ventaja de ser un tejido más limpio, disminuyendo el riesgo de infección o de rechazo. También contiene hasta cuatro capas de epidermis viva.
Usualmente, los injertos se realizan con piel de cadáver, con placenta y con piel de cerdo, pero la incompatibilidad de estos tejidos puede generar problemas a los pacientes operados.
Las niñas
Da Cruz explicó que en el caso de las menores operadas, los resultados eran esperados pues con el procedimiento no se procuraba curar a las menores sino dar a sus manos mayor capacidad para cumplir sus funciones.
“Se debe entender que la Epidermolisis Bullosa es una enfermedad incurable, y uno como cirujano lo que trata es de intervenir oportunamente para que los dedos tengan más funcionabilidad”, explicó el médico.
A los niños con esta enfermedad, dijo, hay que operarlos constantemente. “Con ellas (las niñas) podemos decir que dimos tres pasos hacia adelante y otros dos hacia atrás. Sabemos que hay que estar pendientes de ellas para intervenirlas cada vez que sea necesario”, agregó Da Cruz.
Pero Diana, al menos, no quiere volver a pasar por la misma experiencia, si antes no tiene la seguridad de que sus dedos quedarán separados para siempre.
La Nación se comunicó con ella para conocer cómo estaba un año después de esa intervención. Aunque Diana no pierde su buen ánimo, sueña con tener una mejor calidad de vida.
La cirujana Eugenia Cuesta, encargada del seguimiento a las menores en el Hospital Nacional de Niños, dijo que Catherine y Diana por lo menos lograron conservar la “pinza” (separados los dedos índice y pulgar) para ayudarse a sostener utensilios con las manos.
En ese hospital otros niños se han visto beneficiados con este tipo de injertos. Según contó Cuesta, un niño limonense severamente quemado tuvo una rápida regeneración de los tejidos con ayuda de los injertos que le fueron hechos.
También una niña con una infección en la piel se salvó gracias a estos implantes. En total, cinco menores con otros padecimientos y problemas se han visto beneficiados.
Aunque todavía no es un procedimiento establecido en hospitales de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), esta institución ha comprado parte de los tejidos utilizados, cuyo costo unitario se aproxima a los $350 (miden 56 centímetros cuadrados).
Esta iniciativa se lanzó desde el sector privado, con apoyo de la Fundación Debra, que se ha encargado de apoyar a los niños que padecen Epidermolisis Bullosa.