Florencia Quesada Avendaño*
*Historiadora e investigadora de la Universidad de Helsinki, Finlandia. Autora del libro La modernización entre cafetales. San José, Costa Rica 1880-1930 . San José: EUCR, 2011.
“Villanueva o San José, la capital de la provincia, está en un extenso valle, o planicie, y su situación es una de las más hermosas del mundo. En todas las direcciones los suburbios de esta ciudad son encantadores y muy particularmente la Sabana (o pastos comunes, donada a los vecinos por don Manuel Chapuí, un clérigo fallecido.”
John Hale, viajero inglés (1825)
L a imagen de verdor, que describe Hale, fue el sello distintivo que caracterizó a San José durante el siglo XIX y buena parte del XX. A partir de 1830, con el inicio de la producción cafetalera, esa imagen se reforzó. Los cafetales que rodeaban a San José fueron el sello de la “ciudad”, fue el campo lo que llamó la atención del paisaje al llegar a la capital y no su incipiente casco urbano.Los cafetales que prevalecían en el panorama vallecentralino, y que daban la impresión de estar en un inmenso jardín, también fueron descritos por el viajero y naturalista danés Anders Oersted en 1846: “cuando los cafetos están cargados de flores blancas, y embalsaman el aire con su perfume, dan al país una fisonomía completamente particular”.
De los cafetales solo quedan algunas islas dispersas, los cafetales y sus perfumes han desaparecido por completo, absorbidos por el crecimiento urbano; la mancha verde fue reemplazada por una mancha gris; los olores ahora son otros.
Fue hace 200 años cuando San José recibió el título de ciudad. La entonces llamada Villa Nueva de San José fue merecedora de tal título por decreto del 18 de octubre de 1813 gracias a las gestiones del presbítero Florencio del Castillo; tan solo una década más tarde (1823), se convirtió en la capital del Estado de Costa Rica. La celebración de este bicentenario son un momento propicio para repensar los orígenes de la villa y el primer siglo de su historia, y más aún, para reflexionar sobre el presente de la capital costarricense.
Las reformas borbónicas y los orígenes de la villa. Durante el siglo XVIII, en Hispanoamérica se vivió una nueva oleada de fundación de ciudades, solo comparable con el proceso vivido en el siglo XVI. Aunque muchas de las ciudades se fundaron siguiendo las pautas recomendadas en la Recopilación de las leyes de los Reinos de Indias, muchas otras se originaron de una diversidad de variantes.
Francisco de Solano plantea que la mayoría de la ciudades hispanoamericanas en el siglo XVIII, se crearon por razones estratégicas, para la urbanización de áreas marginales o zonas de frontera.
También se fomentó la creación de nuevos poblados para conglomerar a una población dispersa que vivía al margen de la ley y para tener un mayor control tributario y religioso de estas poblaciones. Y, por último, como parte de las reformas borbónicas, también se fomentó la creación de nuevos poblados que pudieran incrementar el rendimiento económico de regiones marginales, fuera de los centros tradicionales de poder.
En el Reino de Guatemala en el siglo XVIII, el proceso fundacional tuvo importancia y fue promovido, en parte por las razones anteriormente mencionadas, o sea por la dispersión de blancos y mestizos fuera del control de la Iglesia o la Corona y que estaban fuera de los núcleos urbanos principales.
Como señala Carlos Meléndez, es dentro de este contexto que se fundan en la provincia de Costa Rica, diversas villas en el Valle Central occidental en el siglo XVIII: Villa Vieja (Heredia), Villa Nueva (San José) y Villa Hermosa (Alajuela), respectivamente. Estas tres ciudades, junto con Cartago, conforman en la actualidad la Gran Área Metropolitana (GAM) y en donde se concentra la mayoría de la población de Costa Rica.
Las nuevas villas, en la Boca del Monte: San José. Durante el periodo colonial, los pobladores de la provincia de Costa Rica que habitaban en el Valle de Aserrí, Curridabat, Pacaca y Barba, dependían en lo religioso y lo político de Cartago.
Por la lejanía de estos pueblos de Cartago y lo intransitable de los caminos, los españoles acudían a misa a los pueblos de indios más cercanos. Esta situación no fue aprobada por las autoridades religiosas y en 1736 el Cabildo Eclesiástico de León ordenó que se edificara una iglesia en la “abra de la Boca del Monte”. Con esta medida, se intentaba conglomerar a los habitantes dispersos en el Valle de Aserrí y que cumplieran con sus obligaciones religiosas.
Como plantea Cleto González Víquez, la Ayuda de Parroquia de San José de la Boca del Monte se estableció en 1737 y un año después se concluyó la construcción de la primera ermita dedicada al “Santo Patriarca de San Joseph”.
Como indica Meléndez, el sitio que se escogió para la ermita fue una planicie situada entre los ríos Torres y María Aguilar –zona que tuvo núcleos de asentamiento español desde finales del siglo XVI–, que ocupaba una posición estratégica como ruta de paso, de comercio y descanso; entre los diferentes valles, y de comunicación entre los pueblos de indios.
Antes de la llegada de los españoles, el Valle Central occidental, como señala Eugenia Ibarra, fue parte del cacicazgo de Garabito y de Aserrí, Curridabat y Pacaca, los cuales fueron subyugados por los españoles. Durante el posterior proceso de colonización, su población fue reducida en “pueblos de indios”.
La fecha de “fundación” de San José, ha sido ampliamente debatida dentro de la historiografía de la ciudad. Los primeros cronistas de la ciudad, como Bernardo Augusto Thiel, Cleto González Víquez, Ricardo Fernández Guardia y Luis Felipe González Flores, plantearon que 1755 fue un año fundamental para la formación de San José y el momento a partir del cual la villa tuvo un asentamiento más estable, por lo que debía considerarse esta como la fecha de su fundación.
Joaquín Bernardo Calvo, quien realizó una de las primeras reseñas sobre San José desde sus orígenes, –basado en los Documentos para la Historia de Costa Rica recopilados por León Fernández–, enfatiza que el verdadero crecimiento de San José se lo dio el tabaco.
Oficialmente, la Academia de Geografía e Historia de Costa Rica acordó, en 1951, decretar la fundación de la capital en 1737, porque en ese año se nombró la primera autoridad y se levantó el primer padrón de habitantes de la villa.
Más allá de las fechas oficializadas de la fundación de San José, lo que es importante recalcar es que aún para mediados del siglo XVIII, la traza urbana de lo que hoy es San José no tenía ni tan siquiera la “cara” y mucho menos la estructura de un pequeño poblado.
En palabras del siempre citado obispo Morel de Santa Cruz, que estuvo de visita en la provincia de Costa Rica en 1751: “Cuatro leguas al norte de Aserrí, en un llano muy ameno; está una población con el diminutivo de Villita, por que ahora se va formando. Compónese de once casas de teja, quince de paja, sin formar plaza, ni calle; faltábale agua y se ha conducido por acequias: la iglesia es la más estrecha, humilde, e indecente de cuantas vi en aquella provincia, su titular San José.”
Como apunta el obispo, la incipiente villa era un poblado compuesto por algunas casas dispersas en el valle, sin ninguna organización en torno a un cuadrante urbano y una humilde iglesia. El elemento fundamental de una ciudad o villa colonial, la plaza central, eje estructurador del damero no se había conformado hacia 1750.
A partir de 1751 se tomaron algunas medidas para forzar el asentamiento de los vecinos en la villa. Una de ellas, fue la construcción de una acequia para llevar agua potable al poblado, obra que estuvo a cargo del padre Juan de Pomar y Burgos. En ese mismo año el padre ordenó ampliar la capilla mayor y se agrandó el cuerpo de la iglesia.
En 1752 se nombró a Gregorio Sáenz como teniente-gobernador del Valle de Aserrí. Tres años después —1755— el alcalde de Cartago, Tomás López del Corral, señaló que: “las pocas casillas que en ella habían construido, no las habitaban y ya se habían caído”, por lo que emitió la orden de forzar a los habitantes dispersos a que “se radicaran bajo la campana de la iglesia”.
Esa medida no dio los resultados esperados ya que se volvieron a emitir bandos similares hasta el año de 1777 –para intentar obligar a la población a congregarse y construir sus casas en el centro de la villa–.
En la historiografía de la ciudad durante el siglo XX, cuando se refieren a los orígenes de San José, se cita como una fuente inequívoca el trabajo pionero de González Víquez.
Este, sugirió, que el año de 1755 fue clave porque fue cuando se delineó el primer cuadrante, la construcción de la plaza frente a la ermita ya existente y el trazado de las primeras calles de San José.
González Víquez sustenta su afirmación basado en el bando de Tomás López del Corral de 1755, que establecía que los pobladores “avisando primero del lugar en que quisieran ponerse para que… se les mida solar competente” y también a partir de la mención de algunas casas en San José en los protocolos coloniales que dieron por sentado la estructuración de un cuadrante. ¿Cuántos vecinos acataron la orden de López del Corral? y, si así lo hicieron, ¿se congregaron cerca de la ermita en un cuadrante o continuaron en un área dispersa?
Lo más probable es que nunca hubo una disposición oficial de hacer un cuadrante en esa fecha. Luis Felipe González Flores menciona que fue a partir de 1761, cuando en los protocolos coloniales se menciona por primera vez la plaza de la población de San José –frente a la primera ermita– y el cabildo, lo mismo que las casas de la nueva población. En suma, la formación de la cuadrícula colonial en San José, se consolidó solo hasta las últimas décadas del siglo XVIII.
El “empujón” que fue básico para su crecimiento hay que entenderlo dentro del contexto de las Reformas Borbónicas, que se analizan a continuación.
Manuel Antonio Chapuí: benefactor de San José y “padre” del centro compartido. Entre 1765 y 1768, Luis Díez Navarro elaboró un plano sobre los límites y el territorio que comprendía la nueva población del Valle de Aserrí.
En 1767 se fundó la parroquia de San José. Ambas medidas se tomaron para delimitar la zona que ocuparía la jurisdicción y para consolidar dentro del aspecto religioso el estatus de la villa. Al mismo tiempo, para fomentar el asentamiento de la población que continuaba dispersa en el valle.
La creación de la parroquia fue de gran importancia para el crecimiento de la ciudad, la formación de su cuadrícula y la definición del espacio público y de poder en San José. Fue en 1776, cuando Manuel Antonio Chapuí de Torres (1713-1783), primer cura de San José, ordenó construir una nueva iglesia de adobes para la parroquia –actualmente catedral metropolitana–, que se terminó en 1781.
Frente a la iglesia se construyó la plaza central, como lo dictaban los principios urbanísticos españoles. Paulatinamente se llevó a cabo la jerarquización del espacio, a partir de este centro de poder, con el asentamiento de los vecinos principales en sus alrededores.
Otros edificios principales se localizaron alrededor de la nueva plaza central; como el traslado del cabildo al noreste de la plaza principal en 1799 y el establecimiento del cuartel principal en 1828 en el noroeste de esta –actual Teatro Melico Salazar–. Fue entonces como quedó el eje urbano compartido entre estos dos polos de desarrollo y de poder, lo cual le dio una característica peculiar a San José.
Uno de los primeros edificios públicos de importancia, construido en el nodo originario durante la época colonial, fue la Factoría de Tabacos y sus almacenes, cuya construcción se aprobó en 1782. Este edificio sirvió en la época independiente para albergar las oficinas de gobierno y los primeros jefes de Estado. Posteriormente, se inició la construcción a la par de la Factoría, de la primera iglesia de la Merced (1816).
El nodo originario terminó de consolidar ese centro compartido y un espacio simbólico y de poder con la llegada al poder de Juan Rafael Mora (1849-59). La centralización política que promovió Mora y la declaración de la República fue esencial para la construcción de los primeros edificios públicos en San José. Uno de esos edificios emblemáticos en el nodo originario fue la construcción del Palacio Nacional (1856) –hoy Banco Central– .
La Factoría de Tabacos: la puerta hacia la preeminencia urbana. El establecimiento de la Factoría de Tabacos en San José en 1782, fue una de las medidas de los Borbones que favoreció al crecimiento de la naciente villa.
Desde 1787 hasta 1792, se acordó reducir todas las siembras de tabaco del Reino de Guatemala, a la provincia de Costa Rica. Los Borbones promovieron las economías regionales en parte para debilitar la preeminencia de la Ciudad de Guatemala en la región.
Para la Corona, otorgar el monopolio del tabaco a Costa Rica –a pesar de su mala calidad– significó tener mayor control de la producción, tratar de evitar el contrabando (por el aislamiento y situación geográfica) y fomentar el comercio en la provincia. Según la Corona, Costa Rica debía tener el monopolio “dictando los principios de todo buen gobierno y sana política” y “distribuir los ramos de industria entre las provincias, para que todas florezcan igualmente”.
La importancia que comenzó a tener San José con el tabaco, quedó patente en el mapa realizado por la Corona en 1787; uno de los primeros mapas donde se hace mención a Villa Nueva (San José).
Víctor Hugo Acuña demostró que la riqueza generada por el cultivo del tabaco, abrió el camino para la preeminencia de San José sobre las otras ciudades del Valle Central.
El tabaco permitió la monetización de la provincia, una mejora en las vías de comunicación y el crecimiento de la urbe. A partir de 1815 el cultivo de tabaco se limitó a las tierras comunales de San José. Fue precisamente entre 1780 y 1820, como apunta Iván Molina, cuando San José tomó la delantera, material y demográfica, con respecto a Cartago, Heredia y Alajuela. En el siglo XIX, el café le dio el toque de gracia que permitió su consolidación como capital del Estado.
La generosa donación de terrenos que hizo en su testamento el presbítero Manuel Antonio Chapuí en agosto de 1783, fue también una de la más importantes contribuciones para el asentamiento de los pobladores en San José.
Chapuí donó sus terrenos con la condición de que “todos los que quisiesen sitio para vivir sea bajo la campana”.
Su legado fue un estímulo para el asentamiento urbano de forma más estable, en un momento primordial de su crecimiento. Cabe resaltar que uno de los más valiosos legados de Chapuí a San José fue La Sabana: el primer parque suburbano de la capital costarricense.
Diez años después del legado del padre Chapuí, se encomendó a Manuel Torres Romero la creación de un plano de la ciudad (1793-94) y de la estructuración de un cuadrante. En la descripción del plano se señala que “quedaron repartidos los solares y se definieron los límites del casco central de San José. Los pobladores más pobres vivían especialmente en el sector sur, en una zona parcelada a la que se le dio el nombre de la Puebla y que aparece mencionada desde 1759.
En síntesis, no fue sino hasta finales del siglo XVIII, que la entonces llamada Villa Nueva, favorecida por las reformas borbónicas, logró estructurar su núcleo urbano y una organización jerárquica colonial, marcada por el doble eje de poder entre el núcleo originario y la nueva parroquia. La jerarquización del espacio fue la dinámica de asentamiento a partir de la plaza central y sus alrededores.
Villa Nueva de San José: ciudad con las Cortes de Cádiz y capital después de la Independencia. Como lo ha estudiado el presbítero e historiador Manuel Benavides, fue gracias al diputado de la provincia de Costa Rica ante las Cortes de Cádiz: el presbítero Florencio del Castillo, que San José recibió el título de ciudad el 13 de octubre de 1813 —cinco días después se publicó el decreto—.
La justificación del presbítero para que se le otorgara tal mérito a la villa, se basó en que a la entonces provincia de Costa Rica no se le había premiado como a otros “pueblos” de la Capitanía General de Guatemala, por su fidelidad a Fernando VII durante la invasión de Napoleón Bonaparte a España. Por tal motivo, las Cortes decidieron: …conceder el título de ciudad al pueblo de Villanueva de San José, y el de villas a los de Heredia, Alajuela y Ujarrás, todos de la provincia de Costa Rica… y condecorar con el título de muy noble y muy leal a la ciudad de Cartago, capital de la misma.
Fue también en 1813 que se creó el primer ayuntamiento en San José, de corta duración (1814), pero como señala Paulino González, tuvo una labor destacada porque propició la fundación de la primera institución educativa, la Casa de Enseñanza de Santo Tomás.
San José fue declarada como la capital del Estado de Costa Rica en 1823 y sustituyó a la capital colonial: Cartago. En esta coyuntura de transición política y económica y de conformación del Estado, como plantea José Luis Vega Carballo, se reglamentó por primera vez la organización del espacio urbano y San José comenzó a adquirir la fisonomía de una “ciudad”, especialmente bajo el impulso de Braulio Carrillo.
Como bien lo apunta Steven Palmer, en todos los conflictos bélicos de las primeras décadas de vida independiente, San José consolidó su posición política y económica como cabeza del país y logró superar las luchas localistas que caracterizaron al resto de Centroamérica. Este proceso comenzó con la batalla de Ochomogo (1823), la guerra de la Liga (1835), el golpe de Estado de Braulio Carrillo (1838) y la caída de Morazán (1842).
Braulio Carrillo y el fin de la Ley de la Ambulancia. En 1833 se decretó la llamada Ley de la Ambulancia —la capital rotaría cada cuatro años en las ciudades principales del Valle Central (Alajuela, Heredia, Cartago y San José)—.
Este decreto fue abolido dos años después por el entonces jefe de Estado Braulio Carrillo, cuya derogación y la lucha por la capitalidad fue una de las causas que originaron la guerra de la Liga. San José triunfó por segunda vez y se consolidó como capital en 1835. Carrillo decretó que la capital se ubicaría en San Juan del Murciélago (San Juan de Tibás), pero el traslado nunca se realizó, aunque fueron trazadas las calles y avenidas. El jefe de Estado, Manuel Aguilar, derogó en 1838 el decreto de Carrillo y volvió a poner sobre la mesa de discusión la capitalidad de San José.
Clotilde Obregón señala que Aguilar proponía que un Congreso constituyente debía definir la residencia final de la capital, pero tras un golpe de Estado, Carrillo volvió a tomar el poder y no se volvió a discutir más sobre la capitalidad. Ordenó que los poderes públicos que habían residido en Heredia se trasladaran a San José y con ello se consolidó la centralización de estos poderes en la capital.
En suma, después de 1838 la capital residió en San José y nunca más se volvió a discutir o a plantear la idea de su traslado; momento trascendental de su historia. Carrillo promulgó la Ley de Bases y Garantías en 1841, la cual estableció un nuevo ordenamiento del territorio en cinco departamentos, encabezados por San José, Cartago, Heredia, Alajuela y Guanacaste. Y, a la vez, la división de estos en pueblos, barrios y cuarteles.
El factor económico y demográfico fue, sin lugar a dudas, el que permitió la consolidación de la supremacía de San José por encima de las otras ciudades del Valle Central. Según Lowell Gudmundson, la ruptura cualitativa en el periodo posterior a 1830 y que permitió el liderazgo de San José, fue posible gracias al café y al paso acelerado hacia el capitalismo agrario.
Hacia 1830, plantean Iván Molina y Carolyn Hall, el café comenzó a cultivarse en las grandes fincas del Valle Central, que en los primeros años de producción estaban concentrados especialmente al norte de la región de San José.
Fue en este periodo que San José tuvo algunos cambios incipientes en su infraestructura y servicios públicos, como la introducción del empedrado en las calles, el primer alumbrado público, la vigilancia, el rastro-mercado, las diversiones (galleras, billares) y la limpieza, entre otras. No obstante, tuvo que transcurrir otro siglo para que ese pueblo con título de ciudad-capital transformara su espacio y apariencia colonial, bajo los ideales de progreso y de civilización.
San José: 2013. Los suburbios sobre los cuales Hale se refirió tan bucólicamente a inicios del siglo XIX, y que como señalamos al inicio de este artículo han sido reemplazados en el siglo XXI por una compacta y extendida mancha urbana que ha crecido sin organización ni concierto, hoy día conforman la GAM. En tan solo un 4% del territorio nacional se concentra alrededor del 60% de la población total del país. En esta zona circula el 70% de la flota vehicular –todos los caminos conducen a San José–, y se localiza el 85% de la industria.
Este congestionado panorama y extrema primacía urbana, producto de la falta de planificación, es la compleja realidad con la cual nos encontramos en la actualidad.
Sirva esta efeméride no solo para conmemorar y conocer la historia de San José y los orígenes del pueblo de mestizos, sino también para buscar soluciones a largo plazo a los múltiples problemas urbanos con los cuales convivimos diariamente en la capital costarricense. Repensar la capital del futuro: sostenible, verde, inclusiva, fluida, democrática y planificada. ¡No podemos aspirar a menos!