¿Hacia dónde orientó su gestión como arzobispo?
Al venir del sur y haber pasado mi vida en zonas difíciles, cuando me nombran obispo lo que hago es aprovechar toda esa riqueza y carisma que ya traigo. Yo veo que, claro, no se puede gobernar desde arriba y me voy a las bases. La Iglesia se ha dedicado a cuidar lo que ya tiene, pero ahí hay un vacío. No estamos llegando a los que no vienen. Mi reto fue no solo pastorear y cuidar, sino pescar.
Lanzar la Iglesia a la calle, su insignia...
Comencé un proceso. La ventaja es que hemos hecho un plan estratégico pero hay que comenzar a convencer a curas y a todo el laicado, mucho más conservadores. Descubrimos que para llegar a los alejados, no hay que imponer, sino dialogar y acercarse. Somos más proactivos, menos cerrados. Nada más que los cambios son difíciles. ¡Es tan difícil cambiar!
Reconoce que la Iglesia debe transformarse; ser más abierta.
Son actitudes que estamos incorporando: diálogo y acercamiento; escuchar. Profundizamos en el tema de familia, pero tratando de llegar a las divorciadas y disfuncionales. Pero los alejados son nuestra meta y todavía no estamos logrando caminos.
¿Y cómo atrajo a los jóvenes, a esos que se lo cuestionan todo?
Logramos organizarlos más, pero vieras qué curioso, estamos llegando más al de clase media y universitario, no al marginado. El joven campesino es otra cosa. Bueno, ya todo el mundo ve televisión y todo, pero es otra cosa.
¿Cree que muchos fieles se han alejado a raíz de cambios en estos 10 años?
Te diré, es un problema. Las minorías se están imponiendo a las mayorías. La mayoría del pueblo aquí es católico. Sí, hay unos cuantos divorcistas, unos cuantos abortistas. (...) El gran problema es que estos grupos hacen mucho ruido. Entonces, a ratos sí. Después de años de oír eso, alguien católico puede decir: “¡Hay que ponerse a la moda!”.
¿Siente que abarcó esos temas como debía?
No hemos llegado; no logramos explicarle las realidades a la gran masa, ¿me explico? El combate se ha quedado muy corto.
¿El combate contra grupos minoritarios? ¿La Iglesia no peleó lo suficiente en su contra?
Sí, no hemos estado detrás de la jugada. La opinión pública está mal formada por ideas falsas.
Pero al ver que estos grupos ganaban adeptos, ¿a usted nunca se le ocurrió ser más flexible con respecto a esos temas?
Flexible no y sí. Hemos hablado, pero se queda a un nivel; hemos sido malos divulgadores de la realidad.
Está en contra de la flexibilidad pero avala la apertura.
¿Uniones del mismo sexo?, firmes. ¿Fecundación in vitro?, firmes. ¿Estado laicista?, firmes.
Y así lo fue, firme. Pero usted habla de cambiar el conservadurismo tan característico de la Iglesia. ¿De qué cambio habla entonces?
De cómo hacer llegar la doctrina del Evangelio a la gente. Es: logremos dar a entender a la gente el valor de los mandamientos. Imaginate que un día no creyéramos en el “no robarás, no matarás”. ¿Cómo vas a andar vos en la calle?
Al calor de los escándalos con el banco del Vaticano, ¿cómo manejó usted las finanzas de la Iglesia?
Muy exigente. Quisimos establecer un sistema computadorizado de contabilidad. Cuentas claras, revisión de libros, todo lo que entra se apunta y lo que sale, se apunta.
¿Y eso mejoró la situación?
Hemos avanzado, sí. Algunos curas dicen: “¡Ay, que nos aplastan; es que nos exigen tanto! ”, pero es necesario. Algunas parroquias son como una pulpería. Tenemos ahora contadores en las parroquias.
”Ahora, que haya unas cinco que a escondidas no lo tengan, puede ser. La parte humana, ¿no? Decirte que todo es perfecto, no. Lo que necesitamos es cristianos maduros, fuertes; con fe fuerte”.
Y radicales, ¿no? Usted, monseñor, ¿se considera radical?
Si por radical entendés la verdad del Evangelio, sí. Si por radical se entiende que no tenemos misericordia, no. Que a mí me digan que vos te divorciaste y te casaste con otro, yo no veo un demonio ahí. Ahora, la Iglesia es: “¡no señor! Ahí hay un ser humano y a ese ser humano católico hay que darle una pastoral para su situación”.
Pero entonces, la Iglesia sí se tornó más flexible.
Más misericordiosa. No ser más que Dios porque yo qué sé qué pasó con tu primer marido.
“La Iglesia debe ser inminentemente misericordiosa”.
Usted dice que no juzga a quien se casa dos veces. Si la fecundación in vitro es el único camino que tiene una pareja para tener hijos, usted no condenaría ni juzgaría tampoco.
Ah sí, es que aquí está en juego la vida humana.
En las uniones gais no está en juego la vida humana...
Mirá, con calma. La Iglesia dice: respetemos, no juzguemos. Aún más, el hecho de que lo seás no es pecado, es que lo pongás en práctica. Bueno, entonces la Iglesia nunca ha condenado que alguien sea gay. No quiere reconocimiento de derechos porque confunde. Entonces, esto es igual a una familia.
“ Ahora bien, aquí habla ya mi sentimiento machista: yo soy campesino. A mí la idea de una unión de dos hombres... ¡viera lo que me causa a la mente¡ Yo he ayudado mucho a lesbianas”.
¿Sí? ¿En qué se distinguen?
¡Más nobles! Son más respetuosas y se les nota . Fijate que una me decía: “Ay, ¿yo no puedo ir con mi novia a misa? ”. O sea, para mí en el homosexualismo hay una inmoralidad terrible. No es que el lesbianismo sea el ideal, porque Dios hizo las cosas bien, pero es que en el lesbianismo... las que yo conozco son educadas, por lo menos.
¿Y los homosexuales no?
¡Ay, es una grosería y una cosa! Y luego, claro, como yo soy campesino, eso es antinatural. Yo, mirá, no me bajan dos hombres teniendo relaciones. ¿Entendés? La sensibilidad de uno... Vos me vas a decir: “¡Es que es cultural!” Más que cultural, está en la naturaleza.
La sociedad también ha reclamado por casos de pedofilia que han salpicado a la Iglesia.
Lógico, horroroso. Dura batalla. Oiga, y yo del Seminario he echado con solo sospechar algo. Este año ordeno solo un cura porque apenas me dice el rector: “Ahí hay uno jugando de manos con otro; muy cariñosito y en vacaciones solo con los monaguillos...” Es que se nos han colado.
Usted mismo lo ha peleado. ¿Es muy común, entonces, la pedofilia en la Iglesia?
No es tanto como lo publican. Ya se probó que es un 2% y sí lo creo. Me choca horrorosamente.
Usted insiste en que los procesos de continuidad de la Iglesia son muy distintos de la política; lo dice con cierto recelo. ¿Qué percibe de la política que vivimos?
Se ha perdido la visión de que el Gobierno es del pueblo para el pueblo. Ahora parecen copados por intereses particulares. Urge un proyecto país, un plan fiscal.
¿Está dando el Gobierno algún papel de peso a la Iglesia?
Iglesia y Estado: separados.
Claro, pero influyen en las decisiones políticas. Hace dos días se reunieron con 16 diputados católicos y hablaron de la FIV.
Somos diferentes, pero no indiferentes.
Su sucesor, ¿qué es lo que debe evitar a toda costa?
Creo que debería cuidarse de los grupos de influencia.
Que se cuide de los grupos minoritarios y que no se deje influenciar por ellos.
Para no ensuciar mucho, que se aleje de los grupos de influencia y que escuche su conciencia.
¿Está feliz de retirarse? ¿Satisfecho con su gestión?
Clarísimo, como el soldado que fue a la guerra. Satisfecho de los intentos, porque los logros muchos vendrán luego, si Dios quiere. Yo regreso a San Isidro el mismo día que entrego al nuevo obispo. Ahí nací, ahí me crié.
¿Aún no define nada?
No, es que vieras que yo no sé con que fuerzas llego. A lo mejor descanso. Tal vez monto un programa de radio o me integro en la pastoral social de mi pueblo.