Tiene fama de caballero y una larga trayectoria política. Esto vuelve difícil el ejercicio de imaginar a Rodolfo Méndez Mata en apuros por sorpresivas costumbres culturales, chascos sociales o travesuras de antología todas las cuales le han ocurrido. Todas las ha merecido.
Esa experiencia deriva de una pasión irrenunciable y mayor incluso que la política: abordar aviones en busca de aventuras.
“Hay muchas cosas que, si uno las sufre la primera vez, las seguirá sufriendo. Si es lo contrario, será siempre un placer. Yo disfruto enormemente subirme a un avión, me encanta cuando cierran la puerta y sentir que todo queda ahí atrás”, contó este ingeniero civil, cuya sobriedad y modales se confunden con las de un lord inglés.
Esa fiebre por los viajes sigue viva al borde de 87 años y alejado de la función pública en cuyas turbulencias anduvo más de 60 años.
Fue ministro de la Presidencia (1990-1991), de Hacienda (1992-1994) y tres veces jerarca de Obras Públicas y Transportes (1978-1982, 1998-2000 y 2018-2022). También fue dos veces diputado por el Partido Unidad Socialcristiana (1986-1990 y 1994-1998).
No obstante, antes de convertirse en el político y diestro viajero que vino a ser, tuvo su generosa ración de anécdotas; algunas dignas de antología y carcajadas pasadas de decibeles. Algunas por andar en malas compañías.
En 1966, el joven Rodolfo fue invitado por el Gobierno de Japón a recorrer obras para control de cauces de ríos en la isla de Hokkaidõ, en la zona norte del archipiélago nipón. Para entonces, él dirigía la oficina de Defensa Civil, entidad antecesora de la Comisión Nacional de Prevención de Riesgos y Atención de Emergencias (CNE).
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“Eran tres semanas. En aquel tiempo, conocer la cultura japonesa fue todo un impacto. Cuando llegué al aeropuerto, había unos señores esperándome y me preguntaron si me gustaba el pescado. Yo, en la ignorancia, visualicé un ceviche”, comentó al recordar su llegada a Tokio a la edad de 29 años.
Por supuesto, no hubo ceviche y tampoco disfrutó la comida japonesa en aquella ocasión cuando se negó a las delicias de su gastronomía.
“Ahora me encanta, pero es porque uno aprende a comer con la edad. Toda esa cultura me daba temor porque la desconocía. Perdí peso por temor mío, por desconocimiento”.
Iba solo y se comunicaba con sus anfitriones en inglés. Apenas en la primera noche, sus guías lo llevaron a una casa de geishas.
“Todo fue muy cultural. Te ayudan a comer. La geisha quien me atendió, recibió primero un plato con un pescado para mí. Con los palillos, le hizo un orificio al pescado y luego extrajo de un tirón todo el espinazo. Me dejó impresionado”, aseguró.
Aquella gira deparó más sorpresas. Un día, llegado a un hotel mientras andaba en Hokkaidõ, sus anfitriones le informaron de que antes de cenar era costumbre local bañarse en un onsen: un típico baño de agua caliente japonés donde simultáneamente las personas suelen asearse y relajarse desnudas.
“Yo me dije, ‘qué pereza’. No estaba acostumbrado y ni tenía idea. Les dije: por favor adelántese que debo escribir algo para enviar a Costa Rica. Como el piso era de madera, se escuchaban los pasos. Cuando oí que habían vuelto a sus cuartos del onsen, aproveché para ir solo”.
Con un trapo para aseo, empezó a bañarse sentado en un banquillo cuando en eso entró un tropel de excursionistas japoneses alojados en el mismo hotel. En segundos, hombres y mujeres sin atuendos inundaron la estancia del visitante tico. “Inmediatamente me levanté y subí al cuarto, ¡qué va! no era para mí”, narró entre risas.
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Con 007 en Tokio
De regreso a Tokio, dice haberse encontrado con el actor escocés Sean Connery quien estaba filmando una película del agente 007 en los jardines del hotel donde se alojaban ambos.
Un día mientras bajó en el ascensor, se topó de frente al escocés y se dieron la mano. El filme era You Only Live Twice, de 1967.
“Muy agradable él, la verdad que sí pero noté algo curioso. Cuando bajaba al desayuno, ahí estaba todo el grupo de la filmación y me llamó la atención que, sin excepción, todas las actrices eran mucho más bajitas que Connery, como para hacerlo ver más alto. Sin duda era al propio”, comentó.
Muchos años después, como ministro de Hacienda en el gobierno de Rafael Ángel Calderón Fournier (1990-1994), tuvo cerca a otras figuras del entretenimiento y el arte. Una vez conoció a la cantante costarricense-mexicana Chavela Vargas en un Boeing 747 con rumbo a Madrid.
“Realmente me enamoré de su personalidad. La reconocí y me fuí a saludar. Terminamos trabando conversación de pie, conversando largo rato de historias de su vida”, aseguró.
Ella le compartió estrofas de música inédita de José Alfredo Jiménez Sandoval y, juntos, hasta entonaron en voz baja canciones de ella a unos ocho kilómetros de altura sobre el Atlántico.
“Uno a veces se entusiasma. Qué le vamos a hacer. Eran canciones de ella que conocía muy bien, la recuerdo muy bella, de gran personalidad y entonces ya no estaba tomando”.
Sin embargo, de todas las andanzas entre las nubes, la primera dejó la marca más profunda pues aquella trazó su futuro profesional y representa una de las memorias más queridas de su papá, el empresario deportivo Edwin Méndez Soto, y su madre, Elsie Mata Freses.
El viaje que lo marcó
Fue un vuelo en febrero de 1953 a la edad de 16 años cuando viajó solo a Panamá a visitar a una familia amiga de la suya. ¿Y a quién se le ocurre mandar a volar así sin compañía a un menor de edad? “Un buen maestro”, respondió el hijo.
“Mis papás tomaron la decisión. Me dijeron simplemente ‘es hora de probar mundo’. Antes se maduraba más joven y mi papá siempre fue visionario con todos sus hijos”, evocó Méndez Mata.
El primer aeropuerto que vino a conocer fue el edificio del actual. Museo de Arte Costarricense en el Parque Metropolitano La Sabana, que entonces era la terminal del país a cargo del tráfico aéreo de Costa Rica.
Tenía una expectativa muy grande y ya conocía a la familia que iba a recibirlo pues habían estado en su propia casa.
Su papá lo llevó ese día y a su llegada toparon en la entrada de la terminal con un grupo de ingenieros estadounidenses de la Oficina de Vías Públicas de aquel país. Entre ellos, había un ingeniero tico amigo de su padre.
Esa agencia extranjera permaneció años en Costa Rica a cargo de la construcción de la carretera Interamericana. Esa vía, dijo el exministro, fue una decisión con lógica militar del Gobierno de Estados Unidos para cuidar el Canal de Panamá luego del ataque de Japón a Pearl Harbor, en el archipiélago de Hawái, en diciembre de 1941.
“Yo mismo mantuve una relación cercana con esa oficina como ministro. El caso es que mi papá saludó al costarricense, quien era el ingeniero Rodolfo Zúñiga Quijano, y ahí me presentó con todos”, mencionó Méndez Mata.
Zúñiga Quijano fue quien diseñó todos los puentes de aquella carretera en el tramo por Costa Rica.
Aquella experiencia le abrió los ojos y agudizó su apetito por la aventura.
“Mi papá les pidió acompañarme en ese primer vuelo. Me he montado en avión y avioneta 1.000 veces pero nunca como esa vez. ¡Cómo disfruté enormemente! ... el despegue, el vuelo y el aterrizaje”, relató con voz emocionada.
Durante el vuelo, observó a los ingenieros vestidos en uniformes caqui. Notó sus lápices, lapiceros y la regla de cálculo en los bolsillos de sus camisas y, camino a Panamá, ganaba altura su ambición: ese día resolvió perseguir la carrera de ingeniería civil y aprender inglés.
Después de ese paseo, siempre mantuvo aquel anhelo y hambre por recorrer el mundo.
“Yo me gradué del bachillerato en 1954 y el 1.º de enero de 1955 me mandaron a Kansas a estudiar. Me gradué de la Universidad de Kansas City en 1959”, rememoró.
En 1960, asumió la subdirección de Defensa Civil, pero unos años después el destino le daría un dulce regalo ligado a su primera vez en avión.
En 1967, el ingeniero Méndez Mata empezó a trabajar como director de Vialidad en la cartera de Obras Públicas y Transportes, donde se convirtió en encargado de las obras de la Carretera Interamericana.
En aquel tiempo había trabajos en el sur, entre San Isidro de El General y la frontera panameña.
“Lo más agradable es que cuando empecé ahí, tuve el regalo de encontrarme otra vez con varios de aquellos ingenieros de mi primer paseo en avión. Había gente nueva, claro, pero algunos seguían y fue una hermosa experiencia. Nunca perdí contacto con ellos”, expresó orgulloso.
Aquel viaje, sin duda, le abrió el mundo a don Rodolfo, de ahí que no planea detenerse en sus aventuras, las que ahora vive en compañía de su esposa, Norma Montero Guzmán.
“Hace unos años, dado que ninguno de los dos tenemos obligaciones económicas grandes, decidimos ahorrar para viajar una vez al año, si era posible. Lo hemos logrado excepto por los años de pandemia”, contó ella.
Su cómplice de travesías dice que aprovechan la buena salud del esposo y su gran espíritu aventurero para salir siempre que pueden.
“Todavía tiene algunos pendientes. Dios quiera logremos hacerlos”, dijo su compañera, quien anunció que en mayo volarán a Miami desde donde partirán en un crucero por el Caribe.
Méndez Mata aclaró que en el Registro Civil aparece el 3 de marzo como la fecha de su nacimiento, pero que es un error de registro. Él celebrará 87 años el próximo 3 de mayo.