Desde el 17 de setiembre, Michele Calderón Farista no ha sido capaz de volver a viajar en autobús, incluso cuando anda en carro y llueve fuertemente el pánico se apodera de ella. Su hija menor también sufre en casa cuando escucha el sonido fuerte de la lluvia o los truenos y la mayor vive el trauma de una cicatriz en la que asegura quedó marcada la mano de su abuelita, una de las víctimas de la tragedia de Cambronero.
Michele, su esposo Santiago Espinoza, sus dos hijas Kicha de 11 años y Raquel de cinco, y su mamá Zeneida Farista, viajaban ese 17 de setiembre en el bus de la empresa Alfaro que se dirigía de San José a Bolsón de Santa Cruz. en Guanacaste, y que cayó a un precipicio tras ser golpeado por un derrumbe a su paso por el cerro de Cambronero.
La familia, que reside en Hatillo, viajaba ese sábado para celebrar el cumpleaños 61 de doña Zeneida, quien cumplía justo ese día, por lo que visitarían a uno de sus hermanos en Santa Cruz para festejarle.
A pesar del fuerte trauma, Michele tiene bastante claros los recuerdos de ese día cerca de las 4:30 p. m., cuando el bus atravesa el cerro entre San Ramón y Esparza, bajo un torrencial aguacero.
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“Yo iba despierta, en eso me agarró un dolorcito en el vientre porque hace poco me habían operado de los riñones, y cuando me quise levantar fue cuando pasó el accidente; de pronto ya solo escuchaba gente llorando y gritando, veíamos gente llena de sangre; mi hija cuando la alzamos estaba encima de otra persona fallecida. Logramos salir por la puerta de atrás del bus, mi esposo llegó y agarró a una en un brazo y a la otra en otro y yo en la espalda; a mi mamá cuando la vi ya estaba en el agua, ya estaba fallecida y no me dejaron, o sea no me animé, no pude (acercarme)”, relató la sobreviviente, de 32 años.
Le vienen a la cabeza muchas otras imágenes de las que no tiene mucha noción; recuerda que su esposo empezó a escalar la montaña cargando con ella y sus hijas, pero se vino más material de la montaña que la empujó hacia abajo; a como pudo se volvió a agarrar de la camiseta de su compañero.
Sin embargo, las fuerzas de Santiago se agotaron y quedaron a media montaña, casi cuando empezaba a oscurecer.
“Comenzamos a gatear, agarrándonos de piedras, subimos a la montaña, y fue cuando comenzamos a gritar y ya estaba un paramédico, que se llama Andrés; él nos llevó y nos salvó, todo el mundo iba en las mismas saliendo por su cuenta cuando comenzaron a llegar los cruzrojistas”, recordó.
Ella y su familia viajaban en la parte trasera del bus, por lo que pudieron salir por una puerta de emergencia, pero tiene viva la imagen del chofer en medio de todos los asientos cuando iban cayendo.
Atención a medias
Casi dos meses después de la tragedia, las secuelas del accidente están muy presentes en toda la familia; los daños físicos y psicológicos que enfrentan ella y sus hijas, obedecen en parte a que “recibieron una atención a medias”.
En su caso, le hicieron algunas puntadas en el abdomen, por lo que nunca estuvo internada, pero tampoco le ofrecieron atención psicológica, ni a ella ni a sus hijas. Su esposo estuvo incapacitado varias semanas pero no se le hizo ningún reconocimiento económico.
Su hija mayor fue la única que recibió atención posterior, debido a las quemaduras en su espalda.
A la más pequeña le tuvieron que enyesar una pierna y tras retirarle el yeso no ha tenido ninguna terapia física, a pesar de que aún no puede apoyar bien el pie. Ella también es la que más afectada se encuentra por los recuerdos de la tragedia.
“Ella, ahora no puede oír la lluvia, no puede oír los truenos, no puede hacer nada porque se me pone a temblar y no quiere salir de la casa. Y yo, o sea, desde el 17, qué pasó el accidente, no me he montado en un bus, ni siquiera aquí en San José y cuando voy en carros, yo agarro a mi esposo o agarro a mi hermano hasta que le meto las uñas”, contó la ama de casa.
Michele Calderón aseguró que en el Instituto Nacional de Seguros (INS) les dijeron que no se les podía brindar ningún tipo de seguimiento porque se acabaron las pólizas.
“Nos tiraron como perros, a medio tratamiento. A mi pareja, que es nicaragüense, le dijeron que ya estaba bien y él no tenía el líquido de la rodilla; la niña pequeñita no pone el pie firme, no lo puede doblar y me pusieron una boleta de que estaba bien y usted la ve y ella camina con el piecito doblado”, se quejó.
“Se hicieron los tontos”
La mujer afirmó que, inicialmente, por recomendación de los abogados habían aceptado buscar un arreglo con el Estado, pero la falta de interés, así como las versiones que han visto hasta ahora de parte de funcionarios y la misma empresa autobusera los hicieron tomar la decisión presentar una demanda formal ante el Tribunal Contencioso Administrativo.
“Hicimos que con los abogados se buscara un acuerdo verdad y no quisieron, se hicieron los tontos, yo sé que con eso no nos van a devolver a mi mamá, pero hay que tener justicia, porque así como lo pasamos nosotros, muchas familias lo podrían volver a pasar”, aseguró.
La mujer dijo sentirse indignada por las reacciones que surgieron posteriormente de quienes, a su criterio, son los responsables.
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“Que de un momento a otro digan que no saben quién fue que abrió o quién no abrió la carretera y después dicen que no estaba cerrada, que estaba abierta; buscan como tirar la culpa a unos otros, o sea como que no les importa, es como que nos están agarrando como de burla”, sostuvo.
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Según dijo, de parte de la empresa tampoco han recibido ninguna respuesta, ni siquiera por sus pertenencias.
Tras el accidente, narró, les devolvieron únicamente bolsos vacíos y con prendas ajenas. Perdieron sus celulares y hasta la máquina de soldar y otras herramientas de trabajo de su esposo.
Los abogados que representan a las familias confirmaron que esta semana se comenzarían a entablar los procesos judiciales en contra del Estado.