En la memoria colectiva costarricense, pocos terremotos quedaron tan marcados como el del 22 de abril de 1991 cuando Limón cayó de rodillas.
El sismo, de 7,6 grados, dejó 48 muertos y 554 heridos. Derribó todo puente de Limón a Sixaola y destruyó 1.856 casas.
La sacudida horrorizó al país, reveló flaquezas de su código sísmico y la imprevisión de entonces para atender la crisis.
Sin duda, la tragedia rebasó a las autoridades. Sin protocolos ni procesos claros, cada entidad hizo esfuerzos individuales por hallar vida entre los escombros y ayudar a un Limón herido.
Un cuarto de siglo después, aquellos días y noches de drama se convirtieron en un punto de inflexión nacional del cual brotaron importantes enseñanzas.
“La primera lección fue el papel clave de la comunidad atendiendo víctimas. Esto trajo cambios jurídicos para crear los comités municipales de atención de emergencias”, afirmó Iván Brenes, jerarca de la Comisión Nacional de Emergencias (CNE).
Cuando la Cruz Roja entró a Limón, empezó a buscar a víctimas, pero, en San José, las autoridades aprendían a coordinar a lo largo de días sin pausa cuando las reglas se definían en el camino, con la crisis al rojo vivo.
“En aquel tiempo, la CNE era como una entidad de defensa civil. Hoy, es un sistema de instituciones con papeles claros en prevención, atención y reconstrucción. Antes, cada una actuaba según su mejor juicio”, explicó.
Mayor coordinación. La tragedia obligó a mejorar el manejo de la información para respuesta inmediata y la coordinación entre instituciones, con la incorporación de la sociedad civil, empresa privada y ayuda internacional, de ordenada y organizadamente.
Con el tiempo, el manejo de desastres naturales se volvió un proceso de muchas disciplinas y disparó la divulgación, en todo el país, de políticas y pautas para actuar en caso de emergencia. El temblor que causó daños valorados en ¢1.800 millones (equivalentes a ¢21.159 millones de hoy) arrojó también nueva luz sobre la realidad sísmica nacional.
Hace 25 años, se creía probable un gran sismo en la vertiente pacífica, no en la atlántica, considerada menos sísmica. No era así.
“Lo más importante que nos mostró Limón fue que la parte sur del país se halla sobre una microplaca. Antes creíamos que toda Costa Rica yacía sobre la placa Caribe”, explicó Marino Protti, sismólogo y exdirector del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Costa Rica (Ovsicori).
Hoy, se habla de la microplaca de Panamá, que traza 70 kilómetros de límite por el choque directo de ese bloque y la placa Caribe.
Además, resultó que el contacto de estas placas al oeste de Limón se vuelve un abanico de fallas al entrar al Valle Central.
Esas fallas locales, dijo Protti, antes se creían aisladas. En realidad, siempre estuvieron asociadas a una zona de fallas donde se marca el límite de la placa Caribe y la microplaca Panamá.
Mejores casas. El terremoto de Limón también motivó un cambio en la forma de construir los inmuebles y dónde.
“Se cambió la zonificación de riesgo en el Código sísmico. Antes se decía que el Atlántico era de riesgo bajo. Nos equivocamos. En el 2002, el nuevo código actualizó todo”, refirió Álvaro Poveda, de la Comisión del Código Sísmico, del Colegio Federado de Ingenieros y de Arquitectos de Costa Rica.
Poveda enfatizó que el Código sísmico actual “es de punta”, pero es la formación de buenos profesionales lo que le da vigencia. Empero, actualizar un papel no es garantía de cambio.
Si el Código sísmico existe, se usa y se continúa actualizando, es porque el terremoto limonense probó al país el gran poder destructivo de la imprevisión.
“Antes, hacer una casa era ponga paredes, ponga techo y empiece a vivir. Ya no. Hoy, hay gran conciencia y cultura al construir”, recalcó Ricardo Castro, del Comité del Infraestructura y Obras Mayores de la Cámara Costarricense de la Construcción.
Hoy, un desarrollador no puede importar cualquier tipo acero al país. Este debe traer respaldos de pruebas en laboratorios.
Los acabados interiores, agregó, también pasan diversas normas y los controles de calidad en materiales son abundantes.
“Poner un vidrio grande en una obra exige hoy requisitos. Hace 25 años no. Ahora, es impensable una obra sin diseño estructural. Es una cultura general”, concluyó el especialista.