Los 30 años que vivió en las calles le dejaron unos cuantos balazos y puñaladas marcadas en el cuerpo, pero ya quedaron en el pasado de Judy Eusebio Martínez Aldridge.
En diciembre, Judy, como prefiere que le llamen, cumplió seis meses de vivir en el Hogar Carlos María Ulloa, adonde llegó referido por su condición de habitante de calle, tener 63 años y padecer una enfermedad pulmonar. Ingresar al Hogar ha sido, hasta ahora, la mejor etapa de su vida.
Su pequeño cuarto lo tiene empapelado de coloridos dibujos que él pintó durante las clases que recibió en la escuelita del Hogar. Judy es uno de los 15 primeros participantes ahí de un proyecto de alfabetización para adultos que el Ministerio de Educación Pública (MEP) desarrolla con el Carlos María Ulloa.
Su EPOC (enfermedad pulmonar obstructiva crónica) lo obliga a llevar consigo un concentrador de oxígeno. Judy se conecta al aparato con una cánula que mantiene en su nariz la mayor parte del tiempo. Es lo que le permite respirar.
La EPOC y el concentrador de oxígeno no fueron impedimento para que fuera considerado por sus compañeros de clase como el más activo y dinámico del grupo: no había día en que la niña Sonia (Durán), la maestra, no le llamara la atención por andar de un lado a otro en la amplia clase que el Carlos María Ulloa eligió para albergar la escuela.
En las aulas nunca falta un personaje así, inquieto y divertido, y Judy Martínez lo encarnó a la perfección.
El salón tiene amplios ventanales y paredes altísimas, y un piso de mosaico que parece un tablero de ajedrez con sus cuadros amarillos y café-rojizos. La escuelita queda contiguo a la iglesia del Hogar.
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Este primer grupo de adultos mayores inició su proceso de alfabetización el 5 de marzo. Finalizaron en octubre con una graduación simbólica en la que recibieron un certificado de participación.
Las clases eran los martes y jueves, de 1:30 p. m. a 4:30 p. m. Recibían un aprestamiento para desarrollar habilidades que les permitan leer, escribir, comprender lo que leen y hacer operaciones básicas, como sumar, restar, multiplicar o dividir.
La trabajadora social del Hogar Carlos María Ulloa, Stephanie Carrillo Campos, y la terapeuta ocupacional, Jaqueline Artavia Salas, plantearon la iniciativa, que recibió el apoyo del Programa de Educación para Jóvenes y Adultos, del MEP.
Carrillo comentó que esta escuelita es la primera en un centro de larga estancia.
El encargado del MEP en este proyecto es Oswaldo Calero Fuentes, coordinador zonal de la Dirección Regional San José-Norte para proyectos de educación de jóvenes y adultos.
Calero comenta que la escuelita del Carlos María es uno de varios proyectos que el MEP tiene como parte del Programa de Educación para Jóvenes y Adultos.
“Lo que se pretende con la alfabetización es lograr que una persona pueda considerarse alfabetizada porque puede leer, comprender lo que lee y realizar operaciones fundamentales.
“(Cuando cumple esa fase) se catapulta al siguiente nivel, que podría ser un segundo ciclo, en donde entran a la preparación de pruebas del MEP que se realizan por Control de Calidad”, explicó Calero.
El objetivo del MEP con estos proyectos es dar una oportunidad de terminar la primaria o secundaria a quienes no pudieron hacerlo por algún motivo. En todos los casos, y particularmente con los adultos mayores, también está el propósito de hacerlos sentir útiles.
“Si logramos que alguno de esos estudiantes ingrese a la parte laboral, es un éxito”, agregó Calero.
Vivir la escuela después de los 60
En el Hogar Carlos María Ulloa viven 250 adultos mayores. Para ingresar a la escuela y al programa de alfabetización escogieron a 15 que tuvieran las mejores condiciones físicas y mentales para participar.
Los primeros elegidos resultaron ser un grupo excepcional, que acudía puntualmente a las clases vespertinas programadas dos veces a la semana. Solo se ausentaban en caso de enfermedad. La responsabilidad y el entusiasmo fueron aplaudidos por la niña Sonia en el acto de graduación.
Solo un compañero no culminó el curso pues lamentablemente falleció. Se llamaba Hipólito. Se le recuerda con cariño por su buen talante.
El 25 de noviembre, La Nación conversó con Judy y tres compañeros más de esta clase: Roque Gamboa Rojas, de 84 años; Ena Martínez, de 75 años, y Gerardo Rivera Valverde, de 73 años.
Yuri nos mostró su carpeta de clase llena de tareas y dibujos. “Fui criado en Alajuelita, por Tiribí. Soy hijo de papás panameños y sí, fui a la escuela, pero tuve que salir para ayudar a la familia. Vendía cosillas en la calle, como chicles”, cuenta.
Martínez fue el menor de los siete hijos de Delfina Generosa y, antes de vivir en la calle, sacó arena con bueyes desde los nueve años. Le pagaban ¢1 por cada viaje.
Dejar la escuela en segundo grado no ha sido algo que le enorgullezca mucho, pero regresar a los 63 años sí le infla el pecho. Promete portarse mejor y aumentar su dedicación y entrega.
Roque Gamboa lleva ocho meses en el Hogar. Es de Tejar de El Guarco, en Cartago, aunque su infancia la vivió en el barrio Corazón de Jesús, en Turrialba.
Como Judy, Roque tuvo que dejar los estudios tempranamente. “Fui el penúltimo de los diez hijos de Pilar Rojas, una cholita muy bonita, y de Cérvulo Gamboa. Trabajé desde niño: cogí café, corté caña, saqué arena... También trabajé en panadería y carnicería”, comenta.
La vida ha sido para él un poco cuesta arriba. Desde hace seis años, padece unas úlceras en su pierna izquierda que lo obligaron a movilizarse en silla de ruedas.
Sin embargo, las terapias recibidas en el Hogar Carlos María Ulloa y entrar a la escuelita le inyectaron ganas y su recuperación ha sido asombrosa. Hoy, camina solo con ayuda de un bordón, que deja olvidado con frecuencia porque ya puede movilizarse con más autonomía.
Ena Martínez es salvadoreña de nacimiento. Nació en Ahuachapán, donde vivió con sus papás y cuatro hermanos. En Costa Rica, lleva casi 50 años.
Ena dejó la escuela en quinto grado para dedicarse a trabajar también. En Costa Rica, como muchos salvadoreños, se dedicó a preparar y vender pupusas.
Sus ojos brillan cuando se le pregunta por tan exquisito platillo, casi tanto como cuando recuerda las clases con la niña Sonia, a las cuales piensa regresar en marzo.
El trabajo y la pobreza se entrecruzan en estas historias. La de Gerardo Rivera no dista mucho. Fue el mayor de 13 hermanos en una familia muy humilde de Santiago de Paraíso, en Cartago.
“Yo estuve en la escuela. Era el mayor y por eso me cayó la obligación encima. Trabajé en el campo para ayudar, y como mandadero. También en carpintería porque mi abuelo fue carpintero”, contó.
El Hogar Carlos María Ulloa espera en el nuevo curso 2025 a Judy, Roque, Ena y Gerardo, junto a los demás compañeros de clase.
Para que ellos y otros adultos mayores puedan seguir en su proceso de alfabetización, mejorando sus habilidades para leer y escribir, sumar y restar, necesitan el respaldo de vecinos y empresarios de la comunidad donde se ubica el Hogar, Goicoechea.
La escuelita requiere materiales de apoyo, como lápices de color, crayolas, papeles de colores, marcadores y otros. Los interesados en ayudar con este proyecto se pueden comunicar al 2521-5340 (extensiones 139 y 111).