Ocho votos transformaron la historia de nuestro país. Fue por una diferencia de ocho votos en una votación legislativa que el Congreso de Costa Rica decidió, el lunes 1° de marzo de 1948, anular la elección presidencial que, semanas antes, había ganado el candidato de oposición, Otilio Ulate Blanco, ante el candidato del Partido Republicano, Rafael Ángel Calderón Guardia.
Esos ocho votos fueron el primer dominó que movió las fichas para que, solo unos días después, Costa Rica viviera su primera –y única, hasta la fecha– guerra civil.
Con apenas un par de años en marcha, el diario La Nación se convirtió en una plataforma no solo para que los costarricenses se mantuvieran informados sobre el acontecer del conflicto, y las tensiones que lo propiciaron, sino de los intentos de ambas partes de concluir el combate que dejó bajas –entre heridos y muertos– de casi 2.000 personas.
El largo camino
Las guerras son como los árboles: tendemos a ver el tronco y las ramas, pero sus raíces se esconden en la profundidad de la historia. El conflicto de 1948 solo se extendió durante 44 días, pero se cuajó a lo largo de una década de tensiones y choques ideológicos.
De acuerdo con una cronología explicada por don Eladio Jara Jiménez en una columna publicada en julio del 2012, en La Nación , el primer antecedente de la guerra radica en la elección, en 1940, de Calderón Guardia, triunfador por una abrumadora mayoría y sucesor de León Cortés.
El prestigio de Calderón comenzó a mermar, sin embargo, cuando los primeros meses de su administración reflejaron “cierto descuido con los gastos de la administración pública”, relató Jara.
Los detalles que siguieron, Jara los publicó originalmente en La Nación el 26 de julio de 1990, tras entrevistar a Manuel Mora, líder del Partido Comunista.
Fue el propio Mora quien visitó a Calderón para ofrecerle ayuda política, con la condición de que se aprobaran dos proyectos que son, hoy, parte de la columna vertebral del país: el Código de Trabajo y el Seguro Social.
La alianza pintaba complicada para el presidente: ¿cómo iba él, un cristiano, a recibir la ayuda de un ateo y comunista? ¿Qué diría la Iglesia? Manuel Mora le sugirió hablar con el arzobispo del país, monseñor Víctor Sanabria; al final, fue el propio Mora quien conversó con monseñor, en busca de su cooperación.
De esa reunión surgieron varios cambios: el Partido Comunista pasó a llamarse Vanguardia Popular, las proyectos de Mora se aprobaron y Calderón se ganó el apoyo de los comunistas.
“Por razones que desconozco, Calderón Guardia y León Cortés, elegidos ambos a la presidencia por el Partido Republicano Nacional, se disgustaron”, relató Jara en su artículo Los excombatientes , “Calderón aceptó todos los fraudes que se hicieron en las elecciones de 1944, con tal de impedir que León Cortés volviera a la presidencia: el Poder Ejecutivo se le entregó al candidato oficial, Lic. Teodoro Picado”.
Tras la muerte, en 1946, de Cortés, la oposición pasó a ser liderada por Otilio Ulate Blanco, de cara a las elecciones de febrero de 1948, cuando finalmente las tensiones entre uno y otro bando alcanzarían su cenit.
Febrero tenso, marzo rojo
Justo antes de las elecciones, el presidente Teodoro Picado había creado el Tribunal Supremo de Elecciones, quien declaró electo a Otilio Ulate, ganador por una diferencia de 10.000 votos ante Calderón.
Apenas un día después, los comunistas se lanzaron a la calle a protestar contra el resultado, asegurando que era necesario repetir los comicios por fraude. Tres semanas más tarde, tras una acalorada discusión, la Asamblea Legislativa –que debía aprobar la decisión del TSE– determinó que era necesario repetir las elecciones.
Apenas 410 números de La Nación se habían publicado cuando se publicó una de las tapas más importantes de su historia. En letras grandes y gruesas, rezaba: “El Congreso por 27 votos contra 19 anuló la elección presidencial”. Ocho votos de diferencia, y que desencadenaron uno de los momentos cumbre en la historia del país.
La crónica publicada por el diario concluía con un reflejo de la incertidumbre que se adueñaría del país: “Las gentes todas se preguntarán, después de esta solución dada por el Congreso al proceso electoral, ¿qué es lo que sigue? (...) Tememos mucho que esas circunstancias se agraven en tal forma que nos veamos obligados a suspender nuestra publicación”.
No hubo tal cese. El diario le seguiría la pista a los estira y encoge de las semanas siguientes. Algunos actores, como Monseñor Sanabria, intentaban frenar el camino hacia un conflicto armado. Otilio Ulate se entregó a las fuerzas del gobierno, pero fue puesto en libertad de inmediato. Mientras tanto, al sur de la capital funcionaba una olla de presión que reventó el día 13 de marzo.
“Estalló un movimiento revolucionario en la región sur de San José”, se leía en una de las portadas mas memorables publicada por La Nación en su historia. No era para menos: un tiroteo entre pasajeros de un avión y autoridades de la localidad había sido el banderazo para la marcha del Ejército de Liberación Nacional, liderado por José Figueres Ferrer.
En Tejar de El Guarco “se produce la batalla más sangrienta de la revolución. A mí me tocó ver una zanja llena de cadáveres a los cuales les habían rociado gasolina y prendido fuego”, recordó en su testimonio Eladio Jara.
“La primera república falleció el 13 de febrero de 1944, desde entonces Costa Rica ha sido un país ocupado”, dijo Figueres Ferrer en una entrevista con La Nación publicada el 23 de marzo de aquel año. Se refería a las elecciones de cuatro años atrás, que se efectuaron entre polémicas de fraude y corrupción.
La paz llegaría en la última semana de abril. La Nación publicó un titular que decía “En este momento se inicia una era de paz, trabajo y orden”.
Con altos y bajos, Costa Rica se ha mantenido estable, sostenida por esos tres pilares: paz, trabajo, orden.