Luis Rosero Bixby nació hace 71 años en Quito, la capital de Ecuador. En suelo nacional se instaló hace casi cinco décadas, se casó, tuvo una hija y un hijo. Aunque no nació en Costa Rica, aquí volvió a nacer hace tres años. Un trasplante de riñón le permitió seguir con vida.
Él dice sentirse tico —aunque también un poco ecuatoriano— y es aquí donde quiere pasar el resto de su vida. “Mi corazón está en Costa Rica”, afirma sin titubear. “Aunque ahora también tengo un pedazo tico, tengo el riñón de una muchacha, porque es pequeñito, supongo que ella era tica”, agrega.
Cuando se enteró de la afectación en sus riñones, estaba viviendo en Berkeley, California, donde disponía de un buen seguro médico, tras su jubilación. Sin embargo, prefirió volver al país para ser atendido en un hospital de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS). Era más factible obtener el trasplante aquí, que en Estados Unidos. Y no se equivocó.
El 14 de febrero del 2020 se acabaron las diálisis y el cansancio constante que lo hacía quedarse dormido y le imposibilitaba hasta poder leer. Recuperado de la cirugía, con más vitalidad y más ganas de seguir viviendo, la pandemia lo encerró en su casa, como al resto de la humanidad.
“Me devolvió la vida, todo se arregló, quedé bien, pero se vino la pandemia y ya no pude disfrutar de mi nueva vida, pero se lo agradezco a la Caja”, enfatiza.
Desde entonces, se dedicó a seguirle el pulso a la covid-19 y fue una de las voces acreditadas y referentes para hablar sobre el tema, analizar las cifras de contagios, hospitalizados y fallecidos, y hacer proyecciones sobre lo que podría avecinarse. Fue la primera vez que sus hijos estuvieron más al tanto de su trabajo y de los números, y constantemente le consultaban sobre la gravedad o no de las cifras.
“En ese momento se dieron cuenta de que sí servían las tonteras que yo había estudiado”, recuerda entre risas.
Rosero Bixby no es un advenedizo, sus atestados y su larga trayectoria lo facultan para hablar con propiedad del tema. Estudió Economía en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, y tiene un máster en Salud Pública y PhD en Población de la Universidad de Michigan.
Además, es conocido como el padre de la demografía en Costa Rica. Fundó en 1993 el Centro Centroamericano de Población (CCP) de la Universidad de Costa Rica (UCR), del cual fue su director hasta el 2009.
Él fue quien descubrió, por ejemplo, que la península de Nicoya era una de las cinco zonas azules que existen en el mundo, donde sus habitantes tienen una alta longevidad, superior a los 90 y 100 años. A esa exclusiva y reducida lista solo se le suman: Icaria, en Grecia; Cerdeña, en Italia; Okinawa, en Japón y Loma Linda, en Estados Unidos.
“He sido un impulsor de la demografía y eso me da gusto. Pero antes de mí estuvo don Miguel Gómez, quien fue mi mentor, él era estadístico y demógrafo”, acota con nostalgia, pero sin olvidar a quien fue su guía.
Su arribo a Costa Rica
Fue la demografía lo que, en primera instancia, lo hizo llegar a Costa Rica, un país del que nunca había escuchado antes. Después, fue el amor lo que lo hizo instalarse en suelo costarricense.
Al país llegó para estudiar demografía con un programa que la Organización de Naciones Unidas (ONU) tenía con la UCR. Ahí fue donde conoció a su hoy esposa, Alicia Bermúdez, quien es estadística y por aquella época era profesora asistente en uno de los cursos que recibió.
“El primer día que llegué fui a almorzar a la (antigua) soda Palace. Ahí fue donde me llevé el primer shock, cuando la muchacha que me atendió me dice: ‘sí mi amor’. Yo no entendía y decía: ‘qué hice yo para merecer eso’. Ya después me di cuenta que era la norma. En Quito las muchachas son muy distantes, muy serias, o eran por lo menos en aquella época”, recuerda también entre risas.
De Ecuador salió huyendo de la dictadura y harto de su trabajo. Aquí descubrió la demografía, que hace diez años dejó de ser un trabajo y se convirtió en su hobby, de la mano con la jubilación.
Ahora, dice llevar una vida similar a la que tenía durante la pandemia. Sale a caminar con su esposa todos los días, le dedica un par de horas al jardín de su casa, donde tiene un pequeño huerto, rosales, chiles picantes y hasta una compostera, para transformar los residuos orgánicos en compost.
En la investigación sigue activo, continúa escribiendo artículos para revistas científicas, es tutor de tesis en la UCR y pretende utilizar su oficina en el Centro Centroamericano de Población, aunque sea una vez a la semana, para atender consultas de personas que deseen hablar con él.
También revisa artículos para revistas científicas sobre demografía y salud, principalmente, para investigadores de Estados Unidos. Al tiempo que asiste a conferencias virtuales para mantenerse al tanto de lo que ocurre en su profesión en el mundo.
“Con la pandemia se abrieron muchas cosas en la Internet. Ahora se puede asistir a conferencias internacionalidades de manera virtual. Algo que me asfixiaba de Costa Rica era eso, que todo es muy chiquito, había que salir, porque no había con quien discutir”, reflexiona durante una entrevista con este diario, en su casa, en Curridabat.
Sus días al lado de los datos y los análisis, los combina con largas jornadas al frente de un televisor, junto a su esposa, viendo series, documentales y películas en plataformas de streaming, como Netflix, Amazon Prime y Hulu.
Recientemente sumó a sus aficiones, la restauración de su colección de discos de acetato y volvió a viajar fuera del país, a finales del 2022, visitó su natal Ecuador, donde creció en un hogar jefeado por su madre, Emma Bixby, en compañía de sus tres hermanos.
Su madre, asegura, “se partió el lomo” para criarlos, trabajaba en escuelas nocturnas como maestra de manualidades y en el día cosía para otras personas. Su padre, Luis Rosero, quien era médico, regresó a Colombia, su país de origen, cuando él estaba muy pequeño.
De vuelta a la normalidad tras la pandemia, Luis Rosero ve cada vez más alejada la idea que tuvo por mucho tiempo de escribir un libro, ahora se inclina más por los artículos científicos. En la prensa local no le genera mucho entusiasmo porque recibe muchos ataques de los antivacunas. Dejar de trabajar no es una opción: “Algunos trabajan para vivir, yo vivo para trabajar”.