Luz Marina Isaza comenzó hace 17 años un vertiginoso viaje de altibajos, en el que no hay tiempo para descansos y los días duran más de 24 horas.
Dedica su tiempo a ser maestra, arquitecta, albañil, cocinera, curandera y consejera, cargos todos por los que no percibe salario.
“Mi hijo Gianluca nació con síndrome de Down; el papá se impactó y nos abandonó. Nos hizo bien, porque desde ese día empecé a vivir los años más duros, pero también los más maravillosos de mi vida. Ha sido un viaje en el que me hice una luchadora incansable”, dice mientras prepara el desayuno.
Como todos los niños, Gianluca nació sin manual de crianza. Le cambió los ahorros de su vida por abrazos y por el orgullo de verlo, a sus 17 años, como un joven que busca independencia, pese a los malos tratos que ha recibido de familiares y de instituciones del Estado.
“Soy una mujer fuerte para el dolor. Una orgullosa de mi hijo, de lo que hemos logrado juntos y de que no he dependido de ningún hombre”, expresó Isaza, de 56 años, a las puertas de celebrar otro Día de la Madre.
La pobreza golpea a 43 de cada 100 hogares costarricenses donde hay niños con discapacidad. En el 40% de estas casas, las mujeres hacen frente a la situación, sin la ayuda del padre ni de otros parientes.
Sin dejarse abatir. Hasta hace siete años, Luz Marina vivió al lado de un río que le anegaba la casa, pero luego logró alquilar otra más segura, aunque tras la mudanza se le quemó la cocina y la máquina de coser, que era una fuente de ingresos.
Aquí, con la ayuda de cinco gatos, empezó a luchar contra las plagas de ratones, alacranes y sapos que habitan en los rincones de su nueva morada.
“Cualquiera puede poner cara de asustado cuando oye todo eso. Pero aprendí a ser valiente. Los problemas y los miedos hay que agarrarlos, enfrentarlos y moverse. El escenario es duro, pero uno pierde tiempo si se pone a llorar”, razonó.
En la casa de Luz, las barreras económicas no son impedimento para ponerle color a las paredes. Pese a que sus muebles los ha recogido de la calle, están cubiertos con trapos de colores.
“Cuando el entorno se pinta gris, póngale color. Baile, sienta la naturaleza. A mí me encanta bailar con mi hijo, disfrutamos de la música de Alan Parsons”, contó esta mujer, quien ahora reside en Río Oro de Santa Ana, San José.
Arquitecta. Lo que no sabe cómo resolver, lo inventa. Luz Marina arma paredes con sábanas; se subió a un árbol con dos cuerdas para colgar una hamaca e hizo una rifa para comprar la cerámica que ella misma le puso al piso de su casa, debido a la alergia que padecía su hijo.
“Mi mamá es la mujer más linda. Vamos a la hamaca, me hace una merienda muy rica, me va a dejar a la buseta. Yo amo a mami con mi corazón”, dice Gianluca.
Pese a las alegrías que comparten juntos, los límites han sido fundamentales en la crianza.
“Yo prefiero que me tachen de bruja, loca y regañona. Doy amor, pero con rigor. Estoy formando a un hombre independiente, para que cuando yo falte, él pueda hacer sus cositas solo”, manifestó.
En el país, hay unos 47.358 menores de edad con discapacidad. De ellos, 20.364 no logran satisfacer sus necesidades básicas, un 8% más que en el caso de los demás niños.
Esta familia ha solicitado ayuda del Fondo Nacional de Becas (Fonabe) sin tener respuesta. Recibió un aporte del Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS) en el 2013 y le suspendieron el beneficio este año, por falta de documentos.
Asimismo, en la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) le han denegado una pensión.
Para ella, la lección de oro en el quehacer diario consiste en maximizar el bien. “Actúe bien y el pago de bondades será en abundancia. Actúe mal y quedará en quiebra y debiendo intereses. No se trata de falta de dinero, sino de pobreza espiritual, que es la más dura para cualquier ser humano”, explicó Luz Marina Isaza.
El paso del tiempo se refleja en sus canas, manos y dentadura desgastada.
“Es parte del maravilloso viaje en el que una se mete cuando asume con amor la tarea de traer un hijo al mundo”, concluyó.