En la esquina noroeste del Parque Central, un muchacho calvo abre la boca hasta que los ojos se le saltan. Segundos después, la risa se le desprende en una suerte de respuesta nerviosa del cuerpo. Lo que está viendo no es una cosa común: son las 10 p. m.: un grupo de mujeres sin blusa se atraviesa en la calle y algunas de ellas ni siquiera llevan el sostén puesto.
Todas son parte de la segunda Marcha de las Putas , una manifestación que empezó hace dos horas en este mismo parque; la marcha no deja a nadie impávido a su paso.
“¿Son putas?”, se pregunta, en voz alta, una muchacha que sale de la venta de pollo. No todas lo son, pero se han hecho llamar así para estimular la curiosidad: que una mujer sea trabajadora del sexo o se vista con enaguas cortas y escotes profundos, no le da el derecho a cualquiera de violarla, explican las mujeres.
Desde el otro lado de la calle siguen llegando manifestantes. Algunas ya han salido en la tele defendiendo los derechos sexuales de la gente. Otros son hombres, transexuales, pastores, niños.
Niños de ocho años como Óscar Andrés Quesada, que a ratos se queja del cansancio, pero responde con la sinceridad que, quizás, le dictan la edad y las ganas de dormir.
–¿Por qué estás marchando?
–Para que a las mujeres no les digan piropos.
–¿Te parece mal que le digan piropos a las niñas de tu escuela?
–¡Diay!, es que todos tenemos el mismo uniforme, blanco y negro; entonces, no se les dice nada.
“No se les dice nada”, repite su papá, Gilberto, muerto de risa. Él es pastor y la pregunta es obvia.
–¿En serio? ¿Y qué hace aquí?
–Jesús también fue discriminado, como muchas de las personas que hoy marchan. Nuestra iglesia acepta a todos los grupos.
Gilberto cree en el mismo Dios que el candidato a la presidencia Óscar López, cuyas palabras (“hay una delgada línea entre violación y consentimiento”) son la causa primaria de que todos estén aquí. Es por esas mismas palabras que Gilberto y otros cuatro pastores de la Iglesia luterana se manifiestan: les dio asco y horror.
“Tenemos que romper con los estigmas que las iglesias han creado. Toda persona tiene derecho a vivir como le dé la gana y eso no significa que tenga que estar fuera de los espacios santos”, reclama.
Espacios santos. El 1° de agosto del 2011, monseñor Francisco Ulloa impulsó a las mujeres a vestirse con recato y pudor desde su púlpito. Catorce días más tarde, decenas de personas marchaban, vestidas “de putas”, contra las declaraciones del líder católico.
Han pasado dos años desde ese episodio. Margarita Salas, una de las organizadoras de la marcha de hoy, se despoja de su blusa y me explica que el problema sigue siendo el mismo: creer que las mujeres son las que provocan las violaciones sexuales por vestirse “sin recato” y pensar que todo es natural. “No es no. La violencia no es consentida”.
Sabe que existen en el camino hombres como Emilio, quien después de ladrarles un par de “ricas” a las manifestantes, explicó que ellas se vestían así porque querían que les dijeran “piropos”.
No es natural. Hace media hora, la familia de la vendedora ambulante Marisol Navarro se sentaba en la Plaza de la Cultura y miraba la marcha pasar.
Alguna de sus hijas decía que le parecía muy vulgar que la gente anduviera chinga por la calle y la madre refutaba: “La verdad es que todas deberíamos vestirnos como nos sintamos más cómodas, aunque nos digan putas”.
–Y si las violaran, ¿de quién sería la culpa?, le pregunté.
–Bueno, es que hombre es hombre, y usted sabe que uno tampoco puede andar provocando.
Yafet, otro de sus hijos, se levantó y casi gritó: “No, mami; la mujer puede andar como guste sin tener que pensar que la van a andar violando”. Marisol abrió mucho la boca y no dijo más. En medio de la Marcha de las Putas, pareciera que las señales corporales de sorpresa son la única norma válida.