Cartago. Ella sabe de qué habla. Conoce el crack , la marihuana y la coca. No porque haya consumido, sino porque durante más de un año lo vendió en esta misma casa adonde regresó esta semana después de haber sido indultada.
Sabe cómo es la coca, cómo se empaca la marihuana y cuáles son las dosis de crack . Sabe, entonces, qué eran lo que consumían y traficaban sus compañeras de celda durante los 21 meses que estuvo en El Buen Pastor.
A veces estaba durmiendo y la despertaba otra mujer para intentar venderle algo, porque tenía que pagarle la dosis a otra.
Esto es lo que cuenta Olga Bonilla Gómez en medio del tumulto de su barrio, en Los Diques de Cartago, por su retorno después de haber sido indultada tras el castigo de cárcel por tráfico de drogas.
“Ahí se consume de todo. De todo, mae: piedra, marihuana y cocaína. Los policías lo saben; todas lo saben”, aseguró esta mujer de 52 años quien, sin habérsele preguntado, jura haberse arrepentido “mil veces” del daño social que hizo allá por el 2006.
“Algunas de las mujeres se drogan con las pastillas de medicinas; esas que dan los psicólogos (psiquiatras) y que ayudan a calmarse. Se las beben todas de un solo y así andan”. Esto, dice, fue lo peor que vivió en la cárcel, verse rodeada de lo mismo que ella vendió.
Lo cuenta ahora contenta de haberlo dejado atrás, gracias a la decisión de la presidenta Laura Chinchilla de perdonarle la condena.
La razón para el indulto fue la capacidad de la familia de darle apoyo (tiene ocho hijos mayores de edad) y su condición delicada de salud. Tiene diabetes, riesgo coronario alto, obesidad mórbida, polialtralgias y mialgias, entre otras.
Tiene también algo raro en sus piernas. Las tiene inflamadas, amoratadas y con granos. “Es algo que se me pegó ahí hace menos de dos meses. Siento como si tuviera fuego por dentro, pero los médicos no me han dicho qué es”.
La llevaron al Hospital San Juan de Dios, donde le practicaron una biopsia cuyo resultado aún espera. El lunes, la víspera del indulto, la llevaron a la Medicatura Forense, en Heredia, y el médico que la vio tampoco le supo decir qué tiene.
Su humor, sin embargo, está lógicamente de buenas por haber dejado atrás la prisión donde debía compartir solo tres baños con otras 63 reclusas de su módulo B1.
Tenía camarote de madera con colchón y un cajón con una cerradura con una llave que siempre llevaba protegida en sus senos.
Nunca le robaron la nada y tampoco la atacaron, a pesar de que tuvo cerca escenas de violencia carburadas por la droga, según ella. En esos momentos volvía a arrepentirse de su delito.
Arrepentida. “Sé que hice mucho daño a muchas personas. Pienso en las mamás de esos muchachos que me compraban y pienso en mis hijos y me siento muy mal. He llorado de rodillas ante Dios”.
Ella asegura que el negocio de venta de droga era compartido con su exesposo, quien sí la consume y quien no fue condenado.
También quedaron impunes sus proveedores, a quien ella ahora rechaza identificar.
Su negocio acabó a las 4:30 de una madrugada del 2006, cuando la policía judicial entró en su casa y derrumbó una tapia y la fachada.
La despertaron y encontraron la evidencia: 35 gramos de coca y 250 puros de mota, nada más. “Y una moneda de 500 marcada”.
La condenaron cinco meses después, pero solo iba a firmar dos veces por mes a los juzgados. Dice que ella preguntaba si debía ir a la cárcel; siempre le dijeron: “no todavía”. Hasta que un día estaba viendo las noticias de canal 6 y pasaron las fichas de delincuentes “muy peligrosos” que estaban en fuga.
Ahí vio su foto. “¡Yo no estaba en fuga! Entonces me fui otra vez al juzgado y me entregué”. Al día siguiente, 15 de noviembre del 2011, iba rumbo al Buen Pastor.
Ahí trató de apartarse de los problemas. Trabajaba empacando tarjetas telefónicas de Kolbi o haciendo bastoncitos para los desfiles de 15 de setiembre. A veces ganaba ¢15.000 por quincena.
Además, tomó cursos de manualidades y de manipulación de alimentos, preparándose para cuando saliera. Esos títulos fue lo único que sacó de la cárcel este martes, cuando las ‘seños’ le confirmaron la sospecha: indultada.
“Ya todo eso quedó atrás. Salí de la cárcel con solo lo que tenía puesto. Ahí dejé toda la ropa y la llave y todo. Ahora tengo que comenzar la vida. Mis hijos me ayudan y voy a ver si puedo poner una sodita”, dijo sin saber de dónde sacar el dinero para invertir.
Promete no volver a vender drogas, aunque sabe que quizá los proveedores vuelvan a llamarla. “Es duro esto, pero hay que agarrarse duro los calzones. Si yo volviera a tener tanta necesidades económicas, prefiero coger una bolsa y salir a pedir en las casas”.
Acabó la entrevista y posó para las fotos. Salió al portón a despedirse y prometió que se cuidará las piernas. Su yerno intervino: “En las cárceles se le pega a uno de todo. Yo estuve en La Reforma y se me hicieron unas manchas que todavía me siguen picando”.