El toro agarró a William Tamborcito Madrigal, le clavó el cacho en el vientre, y lo elevó casi tres metros en las corridas de la noche del 25 de diciembre, en el redondel de Zapote.
Inconsciente, Madrigal fue trasladado a la Cruz Roja del redondel. Después de haber sido atendido, su mamá, quien llegó a este puesto médico, lo regañó y le dio una cachetada.
“Cuando me ocurrió la cornada, ella andaba dándose una vuelta en el campo ferial. La llamaron y le dijeron que yo estaba en la Cruz Roja. Llegó muy preocupada. Solo me decía que yo estaba loco y ahí fue donde me pegó, me dio una cachetada”, dijo este “quitatoros”, de 31 años, quien prefirió no ser trasladado al hospital.
Trece horas después del revolcón, Tamborcito estaba nuevamente en la arena, la tarde de este sábado.
A pesar de la cornada y de la cachetada de la madre, él afirma que seguirá participando en las corridas, aun “medio muerto”.
Su estómago quedó con un enorme moretón con los raspones de los cachos. En el muslo derecho tenía otro hematoma.
“Cuando uno tiene el toro encima, no se siente nada. Uno nada más le pide a Dios que lo cubra. Mi mamá no me puede decir que no vuelva a la arena, porque ella sabe que esta es mi pasión. Yo no me arrepiento”, dijo el hombre.
Madrigal contó su historia en la barrera, mientras esperaba que entrara una nueva res.
A Dios orando. Los improvisados comenzaron la corrida de este sábado encomendándose a Dios para que les permitiera salir bien librados de las bestias de más de 500 kilos y cachos afilados a las que llegan a provocar.
La gradería pedía lo contrario. Gritaba enardecida ante el mínimo acercamiento del toro a los muchachos y su euforia se apagaba cuando el torero lograba escapar tirándose por la barrera.
El público no perdía la esperanza de ver a un improvisado volar por los aires, cuanto más tiempo estuviera el torero entre las patas del toro, más era la emoción.
El gasto tenía que valer la pena. Por adulto, se pagan de entrada ¢15.000 y por niño, ¢8.000. También había que comer algo; estar tres horas sentado, sin comer nada era una tortura para los asistentes cuando cada dos minutos pasaban vendedores de churros, pizza , refrescos, helados, algodones y confites.
Un refresco, que en cualquier supermercado vale ¢600, allí costaba ¢2.000. Una chupa , que generalmente vale ¢50, en las graderías valía cinco veces más. Muchas familias se la jugaron repartiendo un refresco entre todos.
El 3 de enero terminan las corridas, las cornadas y los sustos sobre el ruedo.