La historia de Sara y Enrique (identidades protegidas) podría ser la misma. Sin embargo, ella es la excepción y él, la norma.
Ambos llegaron a albergues del Patronato Nacional de la Infancia (PANI) cuando rondaban los cinco años. A partir de esa edad, las opciones que tienen los niños de ser adoptados son ínfimas, por no decir nulas.
A Enrique nunca lo adoptaron. Pasó 13 años entre albergues y hoy, al llegar a la mayoría de edad, se enfrenta al reto de convertirse en adulto sin tener una familia a su lado.
Sara, por el contrario, conoció a su papá y a su mamá en febrero pasado; ella está a punto de cumplir siete años.
Entre 2014 y 2018, unos 27 niños y adolescentes en proceso de adopción se quedaron al año sin encontrar un hogar, ya sea en el país o en el extranjero, según datos del PANI.
Dicha cifra representa un 16,3% de los 163 expedientes nuevos que, en promedio, recibió la institución al año en ese mismo periodo.
La situación no tiene que ver con falta de interesados en adoptar, ya que siempre hay entre 90 y 140 familias esperando por menores, de acuerdo con el Patronato.
El problema radica en que los niños disponibles no “cumplen” con las características que los futuros padres desean, sobre todo que el menor no supere los cinco años, que se “parezca” físicamente a ellos y que no tengan ninguna enfermedad o discapacidad.
Tal “incompatibilidad” entre las características de los niños y las preferencias de los adultos hace que, cada año, el 52% de las familias en espera se quede sin recibir menores.
Trámite extenso
La muestra de 163 expedientes contemplados en este análisis no incluye la totalidad de casos que atiende el PANI al año, sino solo los de aquellos niños que ya tienen el visto bueno —administrativo y judicial— para poder ser ubicados en una familia y, eventualmente, ser adoptados.
Para llegar a esa etapa, los menores deben superar todo un proceso previo con tres escenarios posibles de culminación. Unos se quedan solo un tiempo en un albergue y vuelven a sus hogares; y otros son colocados con algún familiar. El tercer grupo, como última instancia, ingresa al proceso de adopción.
Durante ese trámite, puede ser que algunos de los niños superen la barrera de los cinco años y, con ello, se acrecienten las posibilidades de prolongar su estadía en el PANI hasta los 18 años, edad en la que deben iniciar una vida por sus propios medios.
El calvario de cumplir 5 años
El 90% de las familias que se acercan al PANI para empezar un proceso de adopción quiere niños de menos de cinco años y solo el restante 10% acepta de entre seis y siete años.
Los interesados en mayores de siete años prácticamente no existen en Costa Rica.
Los niños y adolescentes que superan esa edad y logran ser ubicados van casi siempre a familias extranjeras, principalmente de Estados Unidos y Europa, en donde hay más apertura hacia la adopción de niños mayores.
“Era más fácil de niño, porque las personas querían más a los chiquillos, pero algunos no pegábamos y entonces ya se cerraban las opciones. Ya grande casi a nadie se lo llevan. Siempre en el albergue decíamos ‘ojalá que a alguno de nosotros se lo lleven’, pero era ya muy difícil”, recuerda Enrique sobre su experiencia.
Niños en “promoción”
La exclusión por edad que realizan los posibles padres queda aún más clara en el grupo de “promoción”, una lista a la que pasan los niños que no logran ser ubicados en el periodo de un año y en la que permanecen durante 12 meses más, con la intención de que su perfil sea promocionado mediante agencias internacionales de adopción.
Actualmente, en esa lista hay 74 menores. De ellos, 71 tienen más de siete años, es decir, el 96%.
Según Jorge Urbina, coordinador del Departamento de Adopciones del PANI, al año logran colocar solo unos cinco niños de “promoción”.
Los menores que se quedan sin opciones salen de la lista y la institución empieza a trabajar con ellos un proyecto de vida de cara a los retos que implica crecer institucionalizado y enfrentarse a una adultez temprana.
“Nosotros no podemos tener a los chicos en ‘promoción’ por siempre porque no es correcto generar expectativas complicadas y porque hay que definir hacia dónde va el trabajo con el chico”, explicó Urbina.
Los prejuicios sobre la edad
“Cuando nosotros empezamos a comentar que Sara tenía casi siete años todo el mundo se quedó en espanto. Todo mundo empezó a decirnos que esos chiquitos han pasado por mucho en los albergues, que tienen muchas mañas, que ya ellos saben que ustedes no son los papás, que esos niños no crean vínculos”.
Así recuerda la mamá de Sara la reacción de sus familiares y amigos cuando se dieron cuenta de que ella y su esposo iban a adoptar a una niña que estaba cercana a cumplir los siete años.
Ese tipo de comentarios, basados en mitos y prejuicios, son los que, en muchas ocasiones, inhiben a los costarricenses a aceptar niños mayores de cinco años, según explicó Urbina.
“Hay muchas mentiras sobre la adopción, lo más importante en esto son las capacidades de las familias, porque hay familias que son muy buenas en términos de acogerlos, de conectarse; hay una diferencia importante en lo referente a vínculos”.
"Los niños pequeños vinculan más por necesidad. El niño más grande vincula por un deseo, tiene un componente de necesidad también, pero más es por el deseo de establecerse en una familia”, añadió.
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Uno de los mitos más recurrentes es que los niños más grandes no logran generar vínculos afectivos fuertes. Sin embargo, el papá de Sara tiene muy claro que eso es falso. En su caso, desde que conocieron a la niña existió “química” y su relación cada día se fortalece.
“El primer día ya se quería venir para acá y el vínculo con nosotros fue automático. El primer día la vi que se puso la pijama, se acostó en medio de los dos y se abrazó de mí y ya no se quería ir. ¿Cómo no van a vincular si son chiquitos? Ellos solo quieren cariño y ya, los que estamos mal somos los adultos”, dice al padre de Sara.
Idealización de la paternidad y maternidad
Para Carla Quirós, psicóloga de la Asociación Costarricense de Familias Adoptivas (Acofa), la idealización de la paternidad y la maternidad es otro de los problemas que está detrás del rechazo hacia los niños que superan los cinco años.
Quirós asegura que la mayoría de personas que visitan su consultorio buscando adoptar llegan con la idea de llenar un vacío personal, no de proteger al menor.
“Visualizamos al niño como un objeto que viene a restituirme mi derecho a ser papá y mamá y la adopción en realidad es un proceso mediante el que se busca ser familia. Entonces quieren tener un hijo lo más pequeño posible para satisfacer el deseo adultocentrista de que yo quiero, yo necesito y yo deseo. Visualizan mucho el proceso desde la cara de uno de los protagonistas, no desde los dos", comenta.
Gustos físicos también afectan
Además de la edad, hay otras preferencias que también limitan los procesos de adopción. Por ejemplo, el color de piel y el pasado de los padres biológicos.
En el caso de la apariencia física, según Quirós, la mayoría de familias que atiende buscan niños “blancos” y que se “parezcan” a ellos.
“Normalmente no quieren negritos o indígenas porque dentro de su imaginario lo que quieren es un hijo que se parezca físicamente a ellos, no quieren que les pregunten '¿Él es su hijo, pero no se parecen en nada?’".
"Socialmente, hay mucho morbo sobre la adopción, entonces quienes buscan a los niños pequeños, que son la mayoría, también buscan características físicas similares a las de ellos”, explica.
En cuanto al pasado de los padres biológicos, hay poca apertura a adoptar menores cuyos progenitores sufrieron algún tipo de enfermedad mental o discapacidad.
También hay reticencia a adoptar más de un niño a la vez, situación que complica la colocación de hermanos. Actualmente, dentro de la lista de “promoción” hay 21 grupos de hermanos.
¿Qué buscan los menores?
Las expectativas de los menores que aguardan ser adoptados son muy distintas a las de los adultos.
Una investigación que realizó la psicóloga Carla Quirós, de Acofa, con ocho niños institucionalizados, de entre 10 y 12 años, detectó que ellos lo que quieren es simplemente una familia y tener una vida lo más “normal” posible.
“Querían un papá para jugar y tener con quien salir a pasear. Ellos no se enfocan tanto en la parte física como los adultos, ellos se van más a la parte emocional. Una de las chicas que entrevisté se puso a llorar y decía que solo soñaba con una mamá que le diera las buenas noches”, narró Quirós.
En el caso de Sara, lo único que hasta el momento le pide a sus papás es amor y protección.
“Ellos se buscan sanar para darse la oportunidad de buscar a alguien que les dé protección y cariño. Sara eso es lo que nos pide, que la protejamos y la amemos. Ella nos lo deja completamente claro, nos pregunta si la vamos a proteger, si la amamos”, cuenta la mamá de la menor.
Ventajas de los niños mayores
La capacidad que demuestra Sara de expresar sus deseos es una de las ventajas que tiene la adopción de niños y adolescentes.
Silvia Rojas, psicóloga del Departamento de Adopciones del PANI, explica que al poder verbalizar el trabajo técnico con estos menores se vuelve más simple y, por lo tanto, los padres tienen un panorama más claro sobre a qué se van a enfrentar.
"Todo niño ubicado ya tiene un trauma, pero un niño de cero a tres años todavía no puede verbalizar, entonces no te va a poder expresar lo que viene cargando, a diferencia de un niño de cuatro años para arriba que ya puede verbalizar. Ya hay una claridad mayor de qué le pasó, de cuáles pueden ser las secuelas y cómo trabajarlas. Los niños menores es posible que no muestren las secuelas hasta los seis o siete años”, explica Rojas.
Además, con los niños más grandes hay mayor conocimiento sobre su estado médico y menos complicaciones legales, ya que la mayoría cuenta con el rompimiento del vínculo de responsabilidad parental, conocido popularmente como “declaratoria de abandono”, por lo que la adopción en firme se vuelve más rápida.
La adultez temprana
Imagine que al cumplir los 18 años automáticamente usted tenga que pagar por el lugar donde vive, encontrar trabajo y asumir todos sus gastos.
Ahora agréguele a esa situación el hecho de no tener familiares, cargar con algún trauma y haber pasado parte de la infancia y la adolescencia institucionalizado en un albergue del PANI.
Ese es el reto al que se enfrentan a diario los niños y jóvenes que no logran ser ubicados en procesos de adopción y llegan a la mayoría de edad.
Meizel Montero, directora de la organización Surgir, conoce de cerca lo complejo de esa situación, ya que desde esa entidad privada apoyan a adolescentes en riesgo, muchos de los cuales llevan varios años institucionalizados y cuentan con la “declaratoria de abandono”, pero nunca fueron adoptados.
Surgir prepara a los adolescentes para enfrentar una adultez temprana mediante la elaboración de un plan integral de atención, que incluye inserción educativa, formación técnica y capacitación en habilidades blandas.
Además, algunos de estos jóvenes viven en una residencia manejada por Surgir donde tienen acceso a techo, comida, ropa y acompañamiento psicosocial. La organización recibe recursos tanto del PANI como de donantes privados.
"Ya cuando llegan acá tienen una desesperanza aprendida sobre la adopción, porque ellos saben que a cierta edad ya es muy complicado y entre ellos lo comentan. Entonces, el gran reto que buscamos que asuman es que van a tener que llevar una vida adulta pronto.
“También se les ayuda a buscar el primer apartamento; todo adolescente sale de aquí con su primer apartamento y trabajo. Otra opción es que hacemos alianzas con otras instituciones que trabajan proyectos de vida después de los 18”, declaró Montero.
Enrique se encuentra en esa etapa, antes vivía en Surgir y ahora está en una institución aliada; se encuentra buscando trabajo. No oculta que la responsabilidad que implica ser adulto le asusta, pero a estas alturas de su vida esa sensación es común para él.
“Al principio me sentía muy asustado, no sabía qué hacer, pero he podido empezar a buscar trabajo y me estoy acostumbrando a esto. No es fácil, pero bueno, nada nunca lo es”, concluye.