Desde 1887, el templo católico de San Rafael de Heredia se yergue como un guardián de ese cantón y hoy brilla más que nunca, luego de una serie de intervenciones realizadas por el Centro de Patrimonio del Ministerio de Cultura y Juventud.
El edificio, de influencia arquitectónica neogótica, fue sometido a varias obras de restauración, dirigidas a garantizar la seguridad de los feligreses.
Según explicó la arquitecta Cristina Salas, directora del proyecto, uno de los trabajos más demandantes fue el ejecutado en el techo, pues presentaba serios problemas de filtraciones de humedad y corrosión.
“Se hizo un reforzamiento de toda la estructura de los techos. Se fijaron las láminas de cinc que estaban sueltas y se restauraron varias de ellas. Las que no se pudieron rescatar, fueron sustituidas”, detalló Salas.
También fue necesario reemplazar todo el sistema de recolección pluvial; es decir, bajantes, canoas y registros para captar y encauzar el agua de lluvia.
“Cada vez que llovía, se producían daños en las paredes, pues los bajantes ya no soportaban la carga pluvial. También se colocó un sistema de tubería subterránea, porque estaba colapsado”, agregó Salas.
Diseñado por el ingeniero Lesmes Jiménez, este inmueble fue construido gracias al trabajo tesonero de la comunidad rafaeleña. “Durante varios meses, todo el pueblo ayudó a recoger la piedra de los ríos Bermúdez, Tibás y Segundo, desde la madrugada hasta las frías horas de la tarde, hasta conseguir 6.000 viajes del tosco material”, describe una investigación realizada por el Centro de Patrimonio.
La estructura –que fue declarada patrimonio histórico y arquitectónico en agosto del 2004– combina materiales como ladrillo, concreto armado, hierro y madera.
“En aquella época, San Rafael de Heredia era una villa apacible, rodeada de casas de adobe con techo de teja, de modo que una edificación de estas dimensiones fue un verdadero hito. Todavía hoy es un punto de referencia”, comentó el arquitecto Adrián Vindas, del Centro de Patrimonio.
Entre las obras sobresale la restauración de las puertas de madera y la pintura general en exteriores. A los zócalos (basamentos) de piedra se les aplicó un tratamiento especial para facilitar la limpieza del material.
Arias informó de que se impermeabilizó y se pintaron la capilla y la sacristía. El piso de mosaico original de la iglesia, que había sido cubierto con cerámica, también fue restaurado.
Un elemento destacado de esta intervención fue la colocación de un pararrayos. “Funciona con un sistema que, en vez de conducir la descarga hacia la tierra, repele el rayo y lo devuelve a la atmósfera”, precisó Salas.
Las obras de restauración se ejecutaron entre octubre del 2014 y mayo del 2015. Se invirtieron ¢110 millones provenientes del Centro de Patrimonio.