Los años no pasan en vano ni para las piedras. De ello da fe la esfera precolombina más grande de Costa Rica, un milenario ejemplar de 2,5 metros de diámetro que está bajo la lupa de los expertos por el deterioro acaecido con el tiempo.
Este histórico vestigio se llama El Silencio y está ubicado en el sitio arqueológico del mismo nombre, en Palmar Sur de Osa, uno de los cuatro lugares declarados Patrimonio de la Humanidad en el 2014 por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
A este conjunto de valor histórico global también pertenecen los sitios de Grijalba, Batambal y Finca 6.
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Este último es el único que está abierto al turismo. El resto, incluido El Silencio, funcionan con fines de preservación e investigación de estos monumentos arqueológicos, catalogados como excepcionales exponentes de las primeras civilizaciones costarricenses.
Milenarias y enfermas
Cual si se tratara de una anciana, la esfera El Silencio está enferma. Alteraciones en su color natural, grietas, pérdida de material del que está hecha y hasta impacto por maquinaria han sido sus principales verdugos.
A esto se suma la biocolonización, que ocurre cuando microorganismos vivos, como musgo o insectos diminutos, se alojan en la superficie de estas esculturas de piedra.
Lo mismo les ocurre a la mayoría de vestigios arqueológicos del Díquis, cuya conservación se ve amenazada a diario por los cambios de temperatura, aguaceros, escorrentías e inundaciones propios de la zona sur del país.
Por ese motivo, un equipo de especialistas en conservación de México y Costa Rica examinan esta, la esfera más grande, y cinco ejemplares más situados en Finca 6.
“Queremos construir un archivo para poder entender, desde muchas variables, qué es lo que le pasa a la esfera, de qué esta enferma, cuáles son las enfermedades específicas que tiene y, a partir de eso, poder diseñar la toma de decisiones”, explicó la mexicana Isabel Medina-González, restauradora y doctora en arqueología con especialidad en patrimonio cultural y museos.
Junto con ella, un equipo de 12 especialistas –11 ticos y otra mexicana– trabajan en un exhaustivo estudio sobre la conservación de las esferas, los monumentos de piedra de una sola pieza (monolitos) más importantes de nuestra nación.
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Tanto Medina-González como Valeria Villalvazo, licenciada en restauración, pertenecen a la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía del Instituto Nacional de Antropología e Historia (ENCRyM-INAH) de México.
En el caso de los costarricenses, se trata de un grupo de especialistas en arqueología, conservación, escultura y técnicos en protección del patrimonio del Museo Nacional de Costa Rica. Entre ellos destacan el restaurador Alfredo Duncan y los arqueólogos Javier Fallas, Adrián Badilla y Francisco Corrales.
Recopilación de datos
El objetivo de la indagación es contar con los datos suficientes para tomar decisiones futuras que garanticen la preservación de estos vestigios históricos.
“Yo siempre digo que las esferas son una señora grande; uno no las puede someter a cambios bruscos, sino que tienes que irles mejorando las condiciones poco a poco”, enfatizó Medina-González.
¿Qué tipo de acciones se podrían tomar en ese sentido? Entre otras, la colocación de aditamentos –como arena especial– alrededor de las partes de piedra expuestas para evitar la humedad, uno de los problemas que más aqueja a las esferas.
Esto porque muchos de los ejemplares solo muestran su superficie, mientras que sus partes inferiores yacen bajo la tierra, donde fueron enterradas por nuestros antepasados indígenas y, posteriormente, encontradas por los científicos.
El trabajo de campo se extenderá durante cinco semanas, desde el pasado 24 de abril y hasta el próximo 23 de mayo.
Se hará un énfasis especial en la esfera más grande, con al menos 20 días dedicados a esta escultura monumental.
Novedosos métodos
Dada la afectación que producen en las esferas los cambios bruscos de temperatura, los especialistas miden la humedad, tanto en la piedra que las conforma como en el ambiente inmediato a estas.
Por eso, con un aparato tecnológico especial, tres veces al día –a las 7 a.m., a las 12 m.d. y a las 3 p.m.– se cuantifica la temperatura, con el fin de controlar los microclimas alrededor.
“Durante 60 minutos, cada minuto, se va tomando la lectura. Dependiendo del agua que vaya bajando, es la absorción que tiene la superficie de la roca. Eso puede determinar qué tan porosa es la superficie, y, en consecuencia, nos determina las alteraciones que tiene la superficie de la roca. Si hay puntos donde es más porosa, retiene más agua, y, entonces, se puede hacer más biocolonización que en otras zonas donde es menos porosa”, explicó la mexicana Valeria Villalvazo.
Adicionalmente, con unas tiras especiales, se calculan la acidez y la alcalinidad de las sustancias que llegan a estas piedras, tales como agua y barro. Estas últimas, en época de invierno y de inundaciones, cubren por completo la superficie de dichos monolitos.
La dureza de estos ejemplares también dice mucho de su estado de conservación. Por lo tanto, con un lápiz especial se “rayan” y se clasifican en una tabla. Cuanto más resistentes se muestren las esferas, más preservadas están.
En el sitio arqueológico El Silencio se elaboran imágenes en tercera dimensión (3D) de estas esculturas de piedra, las cuales son digitalizadas por el Laboratorio Nacional de Materiales y Modelos Estructurales (Lanamme) de la Universidad de Costa Rica (UCR).
En cuanto a la esfera más grande, en particular, los especialistas quieren determinar científicamente las causas de su deterioro.
Una de las hipótesis de los investigadores es que, antes su registro y protección arqueológica, se produjeron quemas en los terrenos donde está ubicada.
El primer registro arqueológico de la esfera El Silencio data de 1992. Sin embargo, fue hasta el año 2012 cuando se llevó a cabo su excavación y estudio completo, detalló el arqueólogo del Museo Nacional Francisco Corrales.
Otro de los aspectos que se valoran es el impacto que produjo en las esferas la tormenta tropical Nate, ocurrida en septiembre de 2017, la cual afectó considerablemente la zona sur del país.
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De hecho, los sitios arqueológicos se inundaron y quedaron con una capa de sedimentos que, en algunos sectores, alcanzó hasta los 18 centímetros de altura y cubrió gran parte de los terrenos y de los hallazgos arqueológicos.
El trabajo que realiza este grupo de expertos en los sitios arqueológicos de El Díquis es la continuación de la labor que dio inicio en el 2017 con las mismas investigadoras mexicanas.