El terremoto de 2012 de Nicoya se convirtió en el origen de uno de los descubrimientos arqueológicos más inesperados para los especialistas costarricenses: restos de 154 individuos enterrados entre mediados de los años 1600 y 1813.
Los trabajos de reestructuración que se hicieron para paliar los daños estructurales en el templo de San Blas o iglesia colonial de Nicoya dejaron al descubierto la forma en las que se realizaban los entierros en la época.
También evidenciaron las enfermedades que sufrieron, la edad a la que morían, los objetos con que eran enterrados y hasta las diferencias de clases sociales, poder adquisitivo o rango espiritual.
Para reforzar techos, paredes, muros y fachada, debieron excavar el perímetro interno y externo. En 193 metros cuadrados –una porción del área total del complejo– hicieron los hallazgos a una profundidad de entre 1,5 y 2 metros.
Los arquéologos Fernando Camacho y Jorge Ramírez fueron contratados para esta obra por el Centro de Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural (CICP). Ellos sospechaban que en estas labores iban a encontrar “entierros”: cuerpos sepultados en los jardines y debajo del piso de la iglesia.
En aquel entonces no existían los cementerios. La orden de crearlos se dio en 1813, por lo que era común que los fieles se enterraran en el templo y sus alrededores.
Sin embargo, los arqueólogos no calcularon encontrar tantos entierros, mucho menos pensaron que esta forma de darles un último adiós a las personas también dejara en clara evidencia las diferencias de clases sociales.
“Ya sabíamos que muy posiblemente íbamos a ver entierros. En excavaciones anteriores se habían visto dos cuerpos cerca del altar, posiblemente de sacerdotes, pero no nos imaginábamos tanto. Sabemos que hay al menos 154 individuos, pueden ser muchos más, solo se exploró un área pequeña en relación con la totalidad del templo”, expresó Camacho.
El arqueólogo indicó que, sobre algunos cuerpos, encontraron montañas de huesos que posiblemente eran de familiares o personas de la misma cofradía o grupo social.
Se podría hacer un símil a las bóvedas familiares actuales en los cementerios, que cuando se agotan los nichos, se entierran a los nuevos difuntos junto con los huesos de uno de sus familiares.
“Esa es una hipótesis posible”, manifestó Camacho.
En el área excavada también se vieron osarios, huesos que al parecer no estaban vinculados con alguno de los cuerpos enterrados y que posiblemente fueron “desalojados” de su nicho.
“Se visualizaron las prácticas funerarias de la época. Por ejemplo, se vio que algunas personas eran enterradas a una profundidad, otras, a otras, lo que puede depender de la persona o del tipo de muerte. En aquel momento, tal vez por alguna medida sanitaria podía pasar según causa de muerte”, destacó Dayana Morales, arquéologa de la Unidad de Patrimonio Cultural Inmaterial del CIPC.
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Los huesos se extrajeron para su análisis y posterior preservación.
“No había mucha diferencia entre hombres y mujeres, la cantidad era similar”, comentó Fernando Camacho.
Y añadió: “la mayoría de las personas tenía entre 40 y 50 años cuando murió, pero también encontramos personas un poco más longevas, como de 60 e incluso 70 años”.
Consultado ante la posibilidad de que ya la zona azul de longevidad se gestara desde entonces, Camacho dijo que es muy difícil de analizar porque no hay en otros lugares como este. El más cercano sería Ujarrás, en Cartago, pero el suelo tiene características distintas que no ayudan a la conservación.
“El templo de San Blas en Nicoya es lo más parecido que tenemos a una pirámide”, ejemplificó el arqueólogo.
Las muertes de los niños tenían un trato especial. Camacho remarcó que muchos fueron enterrados aparte, en un lugar específico para ellos, más cercano al altar.
“En muchas tradiciones estos niños son vistos como ‘angelitos’, más cercanos a Dios”, dijo el experto.
Las condiciones de salud de las personas en el momento de su muerte también pudieron verse en este estudio.
Por ejemplo, Camacho mencionó que muchos tenían anemias en niveles muy elevados. Otros tenían caries y abscesos dentales, su salud bucodental estaba deteriorada. También se vio en que la mayor parte de las personas mayores de 40 años tenía artritis.
“No encontramos señales de enfermedades de largo plazo que degeneraran y condujeran a la muerte, posiblemente murieron de enfermedades infecciosas o de procesos más de corto plazo”, evidenció el especialista.
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El análisis de los huesos indicó que sufrieron un desgaste vertebral que indica que todos eran trabajadores del campo, acostumbrados a alzar peso.
Pero esto no quiere decir que no hubiera diferencias sociales o de poderío económico, político o religioso entre ellos.
Estas diferencias también se veían reflejadas en cómo las personas eran sepultadas.
“Se vieron cuentas, o collares de vidrio con las que algunas personas fueron enterradas, también se encontraron clavos en algunos lugares. Esto podría dar a entender que algunas personas que tenían más dinero podían pagar un ataúd, el hecho de que no todas las sepulturas tuvieran clavos o madera podía indicar separaciones sociales”, indicó Morales.
La arqueóloga agregó que la tradición en algunas poblaciones es que cuanto más cerca del altar se enterrara la persona, más poderío económico o espiritual tenía, ya que se consideraba que era estar más cerca de Dios.
Según ella, estas excavaciones en San Blas no pudieron determinar esto porque no se trabajó en las proximidades del altar.
Pero Camacho sí llega a esa conclusión por lo que ha visto en exploraciones anteriores. Según él, la gente enterrada dentro del templo y no en las afueras (se hallaron entierros en los jardines) tenía más poder económico, político, social o espiritual.
“No cualquiera era enterrado en la iglesia, se necesitaba cierto poder. Entre más cerca del altar más cerca de Dios iba a estar usted", especificó el especialista.
Todos los huesos extraídos ahora son preservados por el Museo Nacional.
“El material fue analizado con todo el respeto del mundo y el Museo lo resguarda”, aclaró Camacho.
Morales complementa: “todo lo que se retiró está resguardado y protegido. Nada se pierde, nada se bota”.
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El lugar de sepultura no era lo único determinante, también los objetos que acompañaban a este último lugar.
“Encontramos vasijas de tipo precolombino, es decir, no eran de la época precolombina, si no posteriores, pero sí con motivos precolombinos. Es posible que hayan sido indígenas que se estuvieran convirtiendo al catolicismo, o son un remanente del pensamiento precolombino de la gente”, señaló Camacho.
“También encontramos vasijas con ollín, como si algo hubieran quemado ahí adentro”, agregó.
Morales afirmó que también hallaron frascos de perfumes, botellas, un cepillo de dientes de marfil. Esto podía indicar aspectos de la forma de vida de cada persona.
En otra zona del templo se encontró lo que posiblemente fue un basurero o bodega, donde había varios objetos de diferente tipo.
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FUENTE: CENTRO DE CONSERVACIÓN DEL PATRIMONIO CULTURAL w. s. INFOGRAFÍA / LA NACIÓN.
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Las excavaciones también dieron con la historia del templo colonial de Nicoya. Por ejemplo, pese a que fue destruido en diferentes momentos debido a incendios y terremotos, siempre fue reconstruido en el mismo lugar.
“El actual basamento es de 1640, por ahí. Siempre hubo un profundo respeto a que era un lugar sagrado, santo, los muertos se respetaban”, aseveró Camacho.
Sin embargo, con cada remodelación al edificio, su apariencia sí cambiaba.
“Por ejemplo, hubo un terremoto cercano a 1826, ahí se hizo más grande porque se le añadieron sacristías. Una de las razones por las que sabemos que esto es posterior, es porque en las sacristías no hay entierros, estos terminaron en 1813 con la llegada de los camposantos”, señaló Camacho.
Según la reconstrucción, se ven diferentes técnicas. Los arqueólogos e historiadores patrimoniales dejaron “ventanas”, las diferentes partes del proceso constructivo con vidrios encima para que las personas vean cómo son.
Camacho dice que “el patrimonio no es solo el objeto, es nuestra vinculación con el objeto. No es un edificio bonito nada más, es algo con lo que estamos vinculados desde hace siglos”.
El arqueólogo manifestó que este fue de los primeros templos en construirse en el país, por lo que es parte de la historia no solo de la religiosidad o espiritualidad, también de la cultura como un todo.
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Este viernes, a las 7 p. m., el templo nicoyano será el escenario donde los especialistas de Patrimonio darán todos los detalles. Las personas pueden acercarse a preguntar. La actividad es gratuita.
Los trabajos en este templo comenzaron en 2013 con el primer refuerzo paliativo y culminaron a finales del año pasado.
La reestructuración se hizo en tres etapas. La primera se realizó entre 2015 y 2016. Consistió en un refuerzo estructural en las paredes laterales.
La segunda se ejecutó entre 2016 y 2017, en la que se efectuó el refuerzo estructural de la fachada principal.
Finalmente, la tercera etapa fue para reforzar presbiterio y sacristía.
En total, se invirtieron ¢670 millones.
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