En 1921, las celebraciones del centenario de la Independencia de Costa Rica también viajaron por correo en diferentes emisiones postales que llegaron a todo el planeta.
Las caras del primer jefe de Estado, Juan Mora Fernández, y del presidente de ese entonces, Julio Acosta, viajaron en los sobres y empaques enviados desde nuestro país.
Así lo hicieron también emisiones que honraban al cultivo del café, y una conmemorativa de los 100 años de Independencia de Costa Rica.
Álvaro Castro Harrigan, presidente de la Costa Rica Revenue & Postage Society, asociación que reúne a estudiosos de los sellos de correo y timbres fiscales, conserva estas estampillas, cuyo valor considera “un tesoro que cuida con todo esmero”.
“Lo más atractivo de estas emisiones es su notoria escasez, especialmente en lo que se conoce como Historia Postal, que consiste en los sobres verdaderamente circulados y que representan un número sumamente limitado”, explicó Castro.
“Además de que el periodo en que fueron autorizadas para circular también se limitó a muy pocos días. Este elemento de escasez en filatelia es muy atractivo”, añadió.
Diferentes encargos para representar al país
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¿Cómo se encargaron estas estampillas para comenzar a dar la vuelta por el mundo? Cada una de ellas tuvo mentes diferentes que las idearon y las encargaron.
Castro explica que la emisión Centenario de la Independencia, que tiene los retratos de Juan Mora Fernández y del presidente Julio Acosta, fueron solicitadas por la Sociedad Filatélica. Para este organismo era un medio de difusión de esa gran fiesta nacional. Fueron confeccionadas en Costa Rica.
Por su parte, la emisión Centenario del Café se hizo a solicitud de las alumnas de la Escuela Normal. Ellas buscaban recaudar fondos para realizar varias actividades relacionadas con el Centenario, como exposiciones y obras de teatro. También fueron confeccionadas en Costa Rica.
Finalmente, la tercera emisión fue gestionada directamente por el Gobierno de la República de aquel entonces. Se gestaron desde el año anterior: 1920. Se enviaron a hacer a Francia y su diseño es obra de un famoso pintor y escultor, de apellido Proudhon.
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Valor que duró años en demostrarse
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Castro comenta que las características de estas emisiones la hacen muy apetecidas, pero, a su vez, que sea más difícil probar su autenticidad para comprobar su valor histórico.
“Por los cortos tirajes de estas emisiones, muchos países y administraciones postales las consideraron ‘emisiones especulativas’, pues se agotaron en cosa de horas. Se llegó al extremo, por parte del editor del catálogo más importante del mundo, el Scott, de no publicarlas por muchos años por considerarlas espurias”, recordó el filatelista.
“Cincuenta años más tarde, en la década de 1970, se logró demostrarle a Scott que esas estampillas sí habían servido el propósito de franquear cartas verdaderas y que sí circularon por varios países”, agregó.
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Pasión desde la niñez
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El enamoramiento de Castro por la filatelia comenzó desde que era niño.
“Mi padre, Miguel Angel Castro Carazo, recibía diariamente muchas cartas de todas partes del mundo. Él acostumbraba cortar las estampillas y depositarlas en una gaveta de su escritorio”, rememora.
El narra que, cuando tenía siete años le preguntó para qué hacía eso. Le respondió que las hacía llegar a un grupo de monjitas que, a su vez, las exportaban a comerciantes que las revendían a coleccionistas. Se fue entonces enamorando de esos “pedacitos de papel coloridos”, como les llamaba.
Desde ese momento su padre empezó a pasarle todas las estampillas que llegaban a sus manos.
“Supongo que las monjitas tuvieron entonces que recurrir a otros proveedores”, comenta entre risas.
¿Cómo consigue estas estampillas? Castro dice que hay muchas formas, unas más creativas que otras.
“Incluye desde revisar los basureros del correo (que lo hacíamos de niños), hasta el intercambio, compra y venta con los llamados pen pals (amigos por correspondencia) o corresponsales extranjeros con quienes teníamos contacto y las reuniones semanales de charlas y canje”, concluyó.
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