
Durante muchísimos años, la autoridad que regula el agua de Ámsterdam ha dejado entrar 240.000 metros cúbicos del adyacente lago Ij hacia los canales de la ciudad. Cada noche se repite el procedimiento. Se hace para renovar el caudal de los canales (el agua sale por el otro extremo de la ciudad) y evitar que se “empantane”. Sin embargo, en el 2011, se anunció que la calidad del agua había mejorado hasta el punto de que podría dejar de hacerse.
Hace unos cinco años, la municipalidad comenzó un proceso para conectar el sistema de tratamiento de aguas a las casi 2.500 casas flotantes establecidas a lo largo de los canales.
De hecho, el año pasado, la entonces princesa –ahora reina consorte– Máxima nadó con otras mil personas en una carrera por los canales de la ciudad. “El agua nunca ha estado tan limpia”, dijeron esa vez los organizadores.
En la ciudad, toda el agua de tubería es potable y, de hecho, Holanda se precia de tener un sistema de acueductos de primera.
Su consumo diario es uno de los más bajos de los países desarrollados (128 litros por persona), y apenas el 6% del agua se pierde por fugas, una de las tasas más bajas del mundo.
La historia de los Países Bajos y la de su capital están profundamente vinculadas con el agua. Antes del siglo XII, cuando los holandeses comenzaron a experimentar con diques y pilotes, el mar invadía periódicamente grandes zonas del país.
De hecho, Ámsterdam se formó alrededor de un dique en el río Amstel y de ahí su nombre (“dique sobre el Amstel”).
En la actualidad, un tercio del país está bajo el nivel del mar y por toda Holanda hay poderosas compuertas que manejan los flujos de agua.