Verduras y animales se convierten en protagonistas del huerto de Semana Santa, una tradición que se celebra desde inicios del siglo XX y refleja el mestizaje de nuestra identidad como ticos.
El huerto conmemora el momento en que Jesús sube al monte de Getsemaní o Huerto de los Olivos para orar antes de su arresto y crucifixión.
Usualmente, para simular el paisaje montañoso, se utilizan bambú y ramas de uruca. Sobre el suelo, cerca de la tierra, se colocan frutas y verduras, así como conservas y otros alimentos, a modo de ofrenda.
Precisamente en ese escenario se evidencian nuestras raíces indígenas. Las culturas precolombinas presentaban ofrendas a sus dioses en agradecimiento por las cosechas y así pedían su bendición para el año venidero.
El maíz –transformado en tamales, tortillas y rosquillas– era considerado manjar del Sol por las culturas mesoamericanas.
“El huerto amalgama prácticas de celebración de nuestros pueblos indígenas precolombinos, como lo son las ofrendas de alimentos y otros productos a los dioses. Por su parte, costumbres religiosas traídas por los conquistadores españoles se manifiestan en la celebración católica para la Semana Santa y la práctica de elaboración del huerto, en recordación del pasaje bíblico relacionado con la oración de Cristo en el Huerto de los Olivos”, explica Patricia Sedó, investigadora de la Universidad de Costa Rica (UCR), en su libro Festividades con encanto tico .
Las ofrendas de conservas de toronja y chiverre, así como el arroz con leche y los panes, también poseen herencia española. “De la cocina española heredamos ingredientes y técnicas de preparación complejas como la dulcería, la panadería y la repostería que, a su vez, facilitaron la incorporación de alimentos de nuestras tierras, como maíz, cacao y chiverre”, apuntó Sedó.
Al ser una tradición que nace del pueblo, la permanencia del huerto es variable. Por lo general, se construye el martes y perdura hasta el Viernes Santo.
Gallos de pasión. En el vergel más tradicional, la figura central recae en el Señor del Huerto, imagen religiosa de Cristo que generalmente viste una túnica blanca sujeta con un cordón dorado y un manto de color verde o morado.
Alrededor de este se colocan frutas y verduras, así como carretadas de leña y racimos de plátanos, pejibayes y ramilletes blancos de flores de itabo.
Incluso se pueden poner utensilios agrícolas, como machetes con su vaina de cuero, artesanías y artículos religiosos como escapularios, estampas con representaciones del viacrucis y medidas, las cuales son cintas moradas o blancas de 25 centímetros de longitud que las personas pueden comprar como reliquias.
También son comunes los animales de granja, como terneros, gallinas, cabras y cerdos.
Los “gallos de pasión” representan al gallo que ya había cantado dos veces cuando se da la tercera negación del apóstol Pedro al preguntársele por Jesús.
“Como tradición, uno de los gallitos de pasión era dejado como mascota para el cura párroco; este generalmente era recogido una vez que el huerto se cerraba, el viernes, después de la procesión del Santo Encuentro”, destaca Sedó en su libro.
Ayuda a los pobres. Las ofrendas del huerto son vendidas para impulsar las obras parroquiales, o bien, se acostumbra donar los víveres a familias de escasos recursos de la comunidad.
“La elaboración de huertos es una práctica comunitaria que está en vías de extinción. A pesar de ello, las parroquias más alejadas se resisten a abandonar la práctica de hacer su huerto, puesto que representa un espacio para compartir en grupo”, señala la investigadora de la UCR.
Desde el 2010, y con el afán de conservar la tradición, la Municipalidad de San José y la catedral metropolitana construyen en el parque Central un huerto con las donaciones de los comerciantes de los mercados Borbón, Central, Coca Cola, Mayoreo, Registro Civil y Patentados de la Calle 8.