En la segunda mitad de 1821, la noticia de la Independencia de Centroamérica llegó a una Costa Rica campesina, cuya población rondaba los 60.000 habitantes.
Nueve de cada diez personas residían en el Valle Central y, mayoritariamente, eran mestizos y descendientes de españoles, aunque los indígenas tenían una importante participación en la dinámica cotidiana de sus ciudades.
Costa Rica era la provincia más alejada de la región centroamericana y carecía de atractivos mineros y de mano de obra, por lo que los españoles preferían vivir en Guatemala o Nicaragua.
En los pueblos y ciudades, la mayoría de rostros eran de niños, quienes representaban más de un tercio de los habitantes. Los adultos, en tanto, con poca frecuencia llegaban a vivir más allá de los 60 años.
Esos 62.472 habitantes casi se multiplicaron por 100 entre 1821 y el 2021, hasta convertirse en la población de más de 5,16 millones que celebra este mes el bicentenario de vida independiente.
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Ese proceso de transformación de la sociedad costarricense en los últimos 200 años, se conoce gracias al trabajo de demógrafos e historiadores como Héctor Pérez Brignoli y Alejandra Boza Villareal, quienes se dedican a estudiar cómo fueron los costarricenses del pasado.
El Estado dispone de registros demográficos confiables desde 1883, cuando la anotación de las estadísticas vitales dejó de estar a cargo de la Iglesia católica, con la creación de la Dirección General de Estadística y Censos; hoy Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC).
Sin embargo, para reconstruir la población de antes de esa época, Pérez Brignoli utilizó una serie de fórmulas matemáticas y registros parroquiales que datan de 1750, en los que los sacerdotes inscribían los nacimientos, matrimonios y defunciones.
Según los cálculos del investigador, quien es profesor emérito de las universidades de Costa Rica (UCR) y Nacional (UNA), para 1750 en el territorio costarricense habitaban unas 35.000 personas, cantidad que se duplicó en los siguientes 70 años hasta llegar a 62.472 en 1820.
Dicha cifra equivale a los residentes actuales del cantón de Montes de Oca, o bien, a cerca del 1% de los 5,16 millones de personas que se estima, residen hoy día en Costa Rica.
Esos datos demográficos se conservan en la actualidad por iniciativa de Bernardo Augusto Thiel (1850-1901), el segundo obispo de Costa Rica, quien se encargó de trasladar los libros de todas las parroquias del país hasta la Curia Metropolitana de San José, antes de 1900.
Pérez Brignoli explicó que, aunque dichos registros se elaboraban con mucha minuciosidad, tampoco son perfectos. Por eso, las técnicas de estimación demográfica se aplican para corregir errores e inconsistencias y obtener cifras más coherentes con la realidad.
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La mayoría eran niños
Bajo esa lógica, las estadísticas muestran que la composición etaria de la población de inicios de la década de 1820 era muy distinta de la que caracteriza a la Costa Rica del Bicentenario.
Actualmente, uno de cada cuatro habitantes tiene entre 30 y 44 años. Se estima que para el año 2025 será el segmento más grande y que en las décadas siguientes los adultos mayores serán mayoría, según el informe “Prospectiva en cambio demográfico al 2045”, del Ministerio de Planificación, elaborado con estadísticas del INEC.
En cambio, alrededor de 1820, cuatro de cada diez habitantes tenían menos de 14 años. El grupo más grande era el de los niños de entre 0 y 4 años, quienes representaban un 15% del total de residentes.
Cada mujer en edad fértil daba a luz, en promedio, a seis o siete niños, de acuerdo con las estimaciones de Pérez Brignoli. En la actualidad, esa media es de 1,4 hijos.
Los adultos de entre 30 y 44 años por su parte, sumaban un 17,5% de la población (hoy son el 24%) y, los mayores de 60 años llegaban apenas a un 5% (hoy son el 14%). Antes de 1900 era poco común que alguien superara las seis décadas de vida.
Pérez explicó que esa dinámica se debe, en gran medida, a las condiciones en las que vivían los costarricenses de la época colonial: las mujeres tenían una gran cantidad de hijos, pero muchos de ellos morían pequeños; los adultos fallecían jóvenes.
A la inversa, en la actualidad, la población envejece como consecuencia de una baja tasa bruta de natalidad y una alta esperanza de vida, de 80 años.
En 1821, la tasa bruta de natalidad era de 35 nacimientos por cada 1.000 habitantes, mientras que el año pasado ese registro cerró en 11.
La tasa bruta de mortalidad, también reportó una fuerte baja a lo largo de los últimos 200 años. Pasó de 44 a 5 defunciones por cada 1.000 habitantes.
“La mayoría de la gente moría por enfermedades infecciosas, porque no había mucha manera de combatir eso, tanto para niños pequeños como para adultos. También, en la época colonial y el siglo XIX hubo epidemias, como la del cólera en 1856, que de repente aparecían y eso era devastador”, explicó Pérez.
Una ‘abrumadora’ mayoría de mestizos
La composición racial de Costa Rica a finales de la época colonial se puede estimar gracias al censo que dispuso el rey español Carlos III, en 1777.
“El monarca ordenó que se ‘hagan exactos padrones con la debida distinción de clases, estados y castas de todas las personas de ambos sexos, sin excluir los párvulos’ (niños) y encargó de ello, tanto a las autoridades civiles como eclesiásticas”, recoge Pérez Brignoli en su libro, La Población de Costa Rica.
Según este censo borbónico, en los años previos a la Independencia una “abrumadora” mayoría de la población era mestiza.
El 60% descendía de uniones entre indígenas y españoles, y un 18% se consideraban mulatos, por tener sangre afrodescendiente.
En su libro, Pérez describe el proceso de mestizaje en Costa Rica como “impresionantemente rápido” y “mucho más común” de lo que se observó durante la época en los demás países de América Latina.
El autor explicó que, en la época colonial, quien declaraba la etnia de cada persona era el sacerdote, a la hora del bautizo del recién nacido.
A los hijos de europeos se les otorgaba el calificativo de españoles o “blancos”. Sin embargo, a finales de la colonia, solo un 12% de la población llevaba dicha condición.
¿Por qué? En el libro Monografía de la Población de la República de Costa Rica, escrita por el obispo Thiel y publicado en 1902, el cura afirma que a finales del siglo de 1700 se despertó en la provincia una “tendencia a la aristocracia”, que llevó a los sacerdotes a anotar la raza de los bebés con mayor recelo.
“Muchísimos de estos ladinos tenían sangre india solo una mínima parte o tal vez ninguna; pero no merecieron el nombre aristocrático de españoles, porque sus familias, por una residencia secular en Costa Rica y los duros trabajos de agricultura, ya habían perdido los rasgos característicos de su origen y sufrido los cambios que provocan el sol y el suelo americanos”, escribió Thiel.
Cultura del ‘criollo blanco’
Pérez Brignoli comparte dicha teoría. En sus palabras, en un territorio de mayoría mestiza, la sociedad se unificó ideológicamente en torno a una figura de “criollo blanco”.
“Estos campesinos son mestizos pero desde el punto de vista cultural son criollos. ¿Qué quiere decir? No son indígenas, no hablan lenguas indígenas, aquí las lenguas indígenas se pierden muy rápido.
“Las costumbres que tienen, hay cosas que vienen de los indígenas: la tortilla, el maíz, hábitos de alimentos y cosas así, pero la cultura es básicamente española y criolla. Este campesinado es muy católico, y es un catolicismo que no tiene muchos elementos indígenas”, explicó el investigador.
De acuerdo con el académico, gran parte de esa mayoría mestiza y criolla se dedicaba a realizar labores agrícolas.
“Los españoles cuando colonizaban establecían o minas o haciendas, pero para que las haciendas sirvieran, había que tener población indígena que someter. Aquí no había esa población indígena tampoco, entonces los españoles ahí fueron sobreviviendo, pero tuvieron muchas veces que trabajar como agricultores, como artesanos”, comentó Pérez.
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Presencia indígena altamente visible en el Valle Central
Hacia la época de la Independencia, según el censo borbónico, la población nativa costarricense rondaba el 12%, una cifra baja en comparación con la que registraban otros territorios de la región, como Guatemala, donde los indígenas representaban cerca de un 60% de los habitantes.
“¿Por qué tan poquita? Por varios motivos. Primero, la población indígena en Costa Rica no era tan elevada, disminuyó bastante rápido en el siglo XVI (cuando los españoles irrumpieron en el territorio) y se mezcló bastante rápido”, comentó Pérez Brignoli.
Según el censo borbónico, en 1777, las comunidades indígenas más numerosas vivían en Térraba (Puntarenas), Orosi (Cartago), Aserrí (San José) y en otras “reducciones”, como se les llamaba en la época, como la de Pacaca, donde actualmente se ubica el cantón de Mora.
Otros poblados estaban en la periferia de la ciudad de Cartago, como Cot, Quircot, Tucurrique y Turrialba.
De acuerdo con Alejandra Boza Villareal, historiadora y docente de la UCR, la población indígena tenía una presencia “altamente visible” en el Valle Central, pues sus pueblos se establecieron estratégicamente cerca de los centros de población.
“Los indígenas se ven en el mercado de Cartago, también en el mercado de San José. Se dedican a la producción de distintos tipos de artesanía, y algunas eran muy importantes para la vida cotidiana de la gente no indígena: los petates, los sombreros, las canastas...”, explicó la académica en su conferencia Indígenas en Costa Rica en dos coyunturas: 1821-2020, presentada por los Museos del Banco Central, el año pasado.
La académica relató que a finales de la colonia, la corona española solo tenía dominio sobre los pueblos indígenas del centro del país y los de Térraba y Boruca, en el Pacífico Sur, por donde pasaba el camino real.
Había población autóctona en otras regiones del país, como en Talamanca. No obstante, los españoles nunca lograron consolidar su control sobre ellos.
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Predomina el oeste del Valle Central
Según las proyecciones de Pérez Brignoli, en la época cercana a la Independencia, nueve de cada diez costarricenses residían en el Valle Central.
Los primeros asentamientos españoles en Costa Rica se ubicaron en Cartago. Sin embargo, hacia finales de la colonia, se había consolidado un patrón de extensión de la población hacia el oeste del Valle Central, primero en Heredia y San José, y después Alajuela.
De acuerdo con el investigador, para 1824, los habitantes de Cartago y los pueblos aledaños concentraban a un 24% de la población. La ocupación de la sección occidental del Valle Central, en tanto, era casi tres veces mayor, y habría llegado a un 66% del total de costarricenses.
“Son campesinos que vienen de la zona de Cartago, criollos y mestizos, que vienen para cultivar la tierra”, afirmó Pérez Brignoli.
El autor explicó que las tierras al oeste del Valle Central eran particularmente atractivas para los agricultores mestizos: había menos controles de las autoridades y más parcelas sin dueños particulares. Además, los suelos eran fértiles y relativamente planos.
Según los registros de población consultados por Pérez Brignoli, aproximadamente un 8% de la población residía en Guanacaste, y alrededor de un 2% en la zona sur, en los territorios de Térraba y Boruca.
Dos semanas en mula hasta Matina
Los datos recopilados por Héctor Pérez Brignoli no incluyen información estadística sobre el Caribe, en la actual provincia de Limón, pero se conoce que la región mantuvo una importante actividad a finales de la colonia, mucho antes de que se establecieran los cultivos de banano.
Según Boza Villareal, lo que había en la época eran cultivos de cacao, un producto altamente demandado en Europa.
En su conferencia Mundos olvidados: la vertiente caribeña de Costa Rica en 1821, la académica explicó que las haciendas estaban esparcidas por el territorio, y eran trabajadas principalmente por personas afrodescendientes libres, aunque también había esclavos, pues dicha práctica se prohibió en el país hasta 1824.
El contacto de la región con el resto del país se realizaba por tierra, a lomo de mulas, en un trayecto que podía durar entre dos y cuatro semanas hasta el puerto de Matina. Ese era el epicentro de la actividad comercial de la región y donde se intercambiaban cacao y otras mercancías legales, así como contrabando.
Sin embargo, la población de la zona también interactuaba con grupos que llegaban desde el mar.
De acuerdo con Boza Villareal, en la primera mitad del siglo XIX los miskitos, un grupo indígena caribeño que estableció una alianza con el imperio británico, solían invadir la costa de Limón en busca de esclavos, tributos, cacao y tortugas.