Convivían 20 personas en una celda; dormían en el piso, hasta debajo de los camarotes, debido al hacinamiento; comían de las manos directamente a la boca, ante la falta de platos, e incluso, se servían de las ratas para alimentarse –sobre todo preparadas en sopa– para diversificar una dieta basada solo en arroz y frijoles.
Pese a que persiste el hacinamiento, tales condiciones distan mucho de la realidad del sistema penitenciario actual, pero revelan lo vivido por los privados de libertad de la Penitenciaría Central de San José, prisión que funcionó por casi 70 años (entre 1910 y 1979) y que se vio obligada a cerrar por las inhumanas condiciones que ofrecía a los reclusos.
La historia completa la cuenta el Museo Penitenciario, que estará abierto al público a partir del jueves 23 de febrero en el edificio del Centro Costarricense de Ciencia y Cultura.
Esa misma estructura, ubicada en la ciudad de San José y donde funcionó la popularmente conocida Peni, es la que alberga el Museo de los Niños.
La exhibición reside en las 24 celdas del pabellón este del inmueble, el cual se utilizó como el área de Admisión de la cárcel. A tal sección ingresaban los reclusos “menos peligrosos”.
Recreaciones de las celdas donde se hacinaban los presos, estatuas, murales, objetos y recursos audiovisuales, narran cuán duros eran los días dentro de la Penitenciaría.
La muestra saca a la luz la forma en que flagelos como la promiscuidad, la drogadicción, la pobreza y la presencia de pandillas cambiaban para siempre la vida de quienes ingresaban a esta temible prisión.
Es, si se quiere, una postal de la “sociedad interna” que operaba dentro de las frías paredes de esta cárcel.
“Tenían pulperías, un bar que se llamaba El Salón París, cocina donde mejoraban la comida que les daban, escuela, talleres, sastrería, hasta una iglesia”, afirmó Cristian Salazar, coordinador del Museo.
Para meditar. Gloria Bejarano, gestora del proyecto y quien en 1994 emprendió la labor de rescatar el edificio para hacer, entre otros recintos, el Museo de los Niños, explicó que el Museo Penitenciario pretende generar reflexión entre los visitantes.
“La idea es que, sobre todo entre niños y adolescentes, adquieran conciencia de la importancia de respetar la ley para no verse expuestos a una realidad similar”, comentó. Según Bejarano, también intentan llamar la atención en cuanto al respeto a los derechos humanos.
“Lo que la gente decía era que qué importaban esos delincuentes, pero se les olvidaba que eran personas con los mismos derechos que todas, de ser tratadas dignamente y de contar con una integridad física y psicológica”, agregó Bejarano.
Historia completa. El recorrido documenta desde la apertura del centro penal –tiempo en que se destinaba una celda a cada privado de libertad– hasta los últimos días, cuando 1.500 reos intentaban subsistir en un espacio creado para 350.
Entre los principales atractivos se encuentran varios grafitis. Estos pasaron por un intenso proceso de recuperación, pues se encontraban cubiertos por capas de pintura, tras varias remodelaciones efectuadas a la estructura.
Los grabados hechos por los reclusos en los pisos –los originales del inmueble– también fueron rescatados. Uno, en particular, muestra la silueta de una figura femenina.
Al lúgubre trayecto lo contextualizan reproducciones de entrevistas a exconvictos y fotos antiguas del edificio, con 105 años de antigüedad y declarado patrimonio histórico en 1988.
A la seguidilla de curiosidades se suma una sala especial que revela que en Costa Rica hubo presos políticos, específicamente, durante la dictadura de los Tinoco (1917-1919) y en el periodo de la guerra civil de 1948.
Entre los encarcelados debido a este último suceso, figuraron personalidades como Carlos Luis Fallas (Calufa) y Carlos Luis Sáenz.
Otra de las salas expone las formas que usaban los reclusos para expresarse. Una de ellas, los característicos tatuajes; muchos implementados por las bandas que funcionaban dentro del centro penal.
Un espacio completo se dedica al llamado de atención por el respeto a los derechos humanos de todas las personas, independientemente de su condición.
Intensa recopilación. La puesta en funcionamiento del Museo es un sueño desde hace 23 años, cuando el edificio, que había estado abandonado desde el cierre de la cárcel, fue rescatado para darle un nuevo uso.
Los hechos se sustentan en más de nueve años de investigaciones. Durante este tiempo, se realizaron más de 80 entrevistas a expresidiarios y sus familiares, así como a funcionarios del penal y a autoridades gubernamentales de la época.
Unas 40 personas se involucraron en el proceso que sacó a la luz la historia no contada de la Penitenciaría Central.