“No existe un cimiento propiamente dicho en el templo, simplemente llegaron y pusieron las paredes sobre el suelo”, esa fue la conclusión a la que llegó el ingeniero Miguel Cruz, tras evaluar la construcción de la iglesia Inmaculada Concepción, ubicada en el centro de Heredia.
Desde junio de este año, el inmueble comenzó un proceso de reforzamiento de su estructura, la cual, además de no tener bases que la sostengan, tampoco cuenta con varillas, ni cemento que le den agarre, ya que fue hecha con calicanto (piedras sin labrar, unidas con una pasta de cal).
El edificio ha sufrido durante años los efectos dañinos de los terremotos, el último que vino a exacerbar los problemas estructurales que ya venía arrastrando, fue el que se originó en Cinchona, el 8 de enero del 2009 y que tuvo una magnitud de 6,2. Este movimiento sísmico generó nuevas grietas y abrió otras ya existentes.
“Inclusive, ahora que estamos reparando nos encontramos que hay una supergrieta que separa la fachada de la pared, que había sido ya anteriormente inyectada con lechada de cemento (diluido en agua)”, dijo Cruz.
Otro gran problema es que las paredes, techo, fachada y torres no se encuentran ligadas, sino que se comportan como piezas individuales.
“Las obras son muy pesadas, sufren grandes fuerzas sísmicas, son excesivamente frágiles, entonces tenemos que lograr en ellas cierto nivel de continuidad entre los elementos, por ejemplo, que la pared esté ligada a los contrafuertes, que las torres estén ligadas a las paredes, para que no se estén abriendo esas grietas que ponen en peligro la iglesia”, explicó el ingeniero.
La parroquia fue declarada monumento nacional en el año 1963, por lo que tratar con un edificio patrimonial también conlleva sus retos, como escoger muy claramente el tipo de material que se va a usar.
“Por ejemplo, la tendencia en Europa es que no se use cemento en este tipo de obras, porque según ellos el concreto agrede al material, sin embargo, es un material inerte, petreo, que puede perfectamente ligarse con el calicanto, por lo menos esa es mi opinión profesional”, afirmó Cruz.
“Tampoco podemos utilizar materiales muy endebles para sostener una masa tan pesada como una pared de calicanto de hasta un metro y medio de espesor, entonces tenemos que usar materiales realmente fuertes para sostener y poder darle seguridad a este tipo de obras”, agregó.
Hasta el momento se han invertido ¢350 millones de los ¢450 millones presupuestados para todo el proyecto; fondos obtenidos por medio de una partida aprobada en el 2015 por la Asamblea Legislativa del presupuesto extraordinario de la República. Se estima que los trabajos finalicen en el mes de enero del 2019.
Una intervención necesaria
Esta no sería la primera vez que la iglesia recibe algún tipo de ayuda, con el fin de brindarle soporte y evitar que ceda ante algún evento natural. Para ello se le colocaron en las paredes laterales, en los costados norte y sur, ocho grandes bloques en forma triangular, para que funcionen como contrafuertes.
Las estructuras se habrían agregado tras los daños que produjo en la iglesia el terremoto de 1822, según Sonia Gómez, historiadora del Centro de Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural (CICPC).
Sin embargo, en la actualidad estas construcciones se encuentran separadas de las paredes, producto del paso del tiempo, indicó el cura párroco e historiador Fernando Vílchez.
“Los ingenieros han dicho que en un terremoto, si las paredes se mueven en dirección a los soportes podrían sostenerlas, pero si el movimiento las tira hacia adentro del templo, se caerían”, advirtió el religioso.
Si bien se trata de una obra patrimonial, también es un espacio que alberga eventos masivos, como son todas las actividades religiosas que se celebran en el interior de la parroquia, y que es visitada diariamente por católicos y turistas, ya sea por devoción religiosa o por su interés histórico.
De ahí la necesidad de garantizar la seguridad de la estructura. Para ello se trabaja en ligar las paredes a las torres que se encuentran a la entrada del templo, con algunos elementos de anclaje de acero y concreto para amarrarlos.
En el caso de las fachada y las paredes, se utiliza un anclaje longitudinal, que va desde la fachada hasta 6-7 metros por dentro de la pared.
Los techos se van a convertir en una especie de parrillas rígidas que se encarguen de distribuir las cargas del techo y de las fachadas, hacia las paredes y viceversa, según Cruz “estamos tratando de amarrar todos los elementos que puedan tener movimientos relativos entre sí, de tal manera que el nivel de seguridad de la obra sea elevado”.
También se reconstruyen todas las aceras laterales, de tal manera que la humedad que existía en los alrededores de la Iglesia se vea aislada de la pared, aunado a esto, el sistema pluvial se está rehaciendo, para que la evacuación de las aguas llovidas sea expedita.
Las grietas de los arcos se están reforzando con anclajes, mallas, repellos “e inclusive estamos tratando de introducir algunos materiales de fibra de vidrio de menos impacto”.
“En las obras patrimoniales, en la medida de lo posible, hay que lograr la reversibilidad del proceso. Es decir, si el día de mañana alguien encuentra una solución un poco diferente a la que usamos ahora, pues simplemente la quitan y ponen la de ellos, de forma que el sistema sea reversible”, explicó el ingeniero.
Si bien esa es la meta, el experto advierte que en algunos casos esto simplemente no se puede lograr, “por ejemplo, no tenemos la tecnología de amarrar la fachada de manera reversible, o la amarramos o la dejamos suelta”.
En cuanto a los cimientos, el ingeniero indicó que estos no se colocarán bajo la totalidad de la obra, debido a que sería necesaria “una excavación excesiva”. Lo que se hará, es poner a las torres un sistema estructural para que se soporten mejor.
Para solventar la ausencia de bases bajo el edificio, lo que se hizo fue construir una acera fuerte y consistente, “la metimos debajo de la pared, igual la metimos ligeramente debajo de los contrafuertes, de tal manera que eso quede ya más ligado”.
Posteriormente, se uniría el techo con las paredes, por medio de una estructura metálica que se adosa a la estructura de madera.
Pese a estas labores, Cruz asegura que “no hay manera de hacerla ajustarse (la iglesia) al código sísmico actual”.
“Si quisiéramos utilizar todos los datos del Código Sísmico actual, probablemente nos daría un refuerzo excesivamente pesado, fuera de este contexto, entonces lo que tenemos que usar son algunos conceptos de ingeniería sísmica, que nos los admita el Código y que estén basados en parte de la normativa nuestra, para aportar el refuerzo necesario", explicó.
Importancia histórica
La colocación de la primera piedra del templo se hizo el 31 de octubre de 1797, sin embargo se desconoce quien diseñó o elaboró los planos de la iglesia de 66.5 metros de largo por 20 de ancho. Tampoco se tiene certeza de cuándo se concluyó, pero se estima que pudo haber sido en 1806 o 1807, según Sonia Gómez del CICPC.
Mientras que el padre Vílchez estima la fecha de finalización del templo, hasta 1820.
De acuerdo con las investigaciones del arquitecto Richard Woodbridge, la fachada original de la parroquia era de influencia barroca, sin embargo, esta fue destruida por un terremoto en 1851, por lo que, el arquitecto alemán Franz Kurtze diseñó la actual fachada de estilo neoclásico, la cual se comenzó a construir en 1855 pero, esta obra se vio interrumpida por la Campaña Nacional, pudiendo ser concluida hasta 1860.
Otros trabajos realizados en esos años fueron la construcción de un baptisterio octogonal y la ampliación del templo hacia el oeste, “de manera que, puede decirse, que la apariencia que tiene hoy día es la misma desde hace más de un siglo y medio”, detalló Gómez.
Entre 1878 y 1879 se remodeló el interior del templo adquiriendo la apariencia que ha llegado hasta nuestros días.
De esa época son los vitrales policromos y el piso de mármol. También, en esa intervención se forraron las columnas de madera con ese mismo material. Se le hicieron cielos rasos laterales de madera y en el centro se hizo una especie de falsa bóveda de cañón.
Ambas torres tienen una utilidad, ya que la torre norte alberga el reloj, mientras que en la torre sur se alojan las campanas.
Para Gómez, de las edificaciones construidas durante la época colonial en Costa Rica y particularmente en el Valle Central, esta es una de las pocas que han llegado hasta nuestros días y que aún se utiliza, lo que da al templo una gran relevancia para el patrimonio e historia de Heredia y para el país.
“Creo que si lo cuantificamos, bien podemos decir que este templo construido a finales de siglo XVIII es el mismo en un 85%, ya que lo único que le fue cambiado por completo fue la fachada principal u oeste (a mediados del Siglo XIX) y las demás intervenciones fueron el reforzamiento en 1822 con los contrafuertes laterales y la remodelación y decoración interior de 1878-79 (pisos, columnas y cielos rasos)”, puntualizó.