Costa Rica cumple 200 años de vida independiente el próximo 15 de setiembre, con la distinción de ser una de las democracias más antiguas y reconocidas de América.
Sin embargo, hace dos siglos, este pequeño territorio sin riquezas o poder militar era habitado por una población sin otra experiencia política que servir a una monarquía. Era más previsible un fracaso como Estado o anexarse a otra potencia.
Nada de eso ocurrió. Más bien progresó políticamente más rápido y robusto mientras el resto de excolonias sangraban en medio de conflictos bélicos.
¿Por qué no fue esa nuestra ruta? ¿Cómo en aquellas condiciones emergió nuestra nación? ¿De dónde emana el vigor de este sistema político pasados 200 años de desgaste con el tiempo?
Hay un rasgo del costarricense que forjó su idiosincrasia y el cual teje un estrecho vínculo entre su propio espíritu y su Estado: su confianza en la democracia y la fe que deposita en sus instituciones.
Así lo señalan especialistas consultados y recientes estudios de opinión como uno del Centro de Investigaciones y Estudios Políticos (CIEP) de la Universidad de Costa Rica (UCR), en abril del 2020.
Aquella consulta con una muestra de 1.042 personas (y un índice de confianza del 95%) halló que el respaldo de los ciudadanos a la democracia se disparó justo al inicio de la pandemia.
Entonces, el índice de apoyo al sistema político alcanzó 76 puntos en una escala del 0 al 100. Fue el resultado más alto desde 1987.
Lo anterior indica, según el CIEP, que cuando una crisis provoca una causa común, los costarricenses suele reforzar su fe en el sistema político.
De hecho, el estudio añade que los ticos mostraron actitudes similares durante la crisis económica de los 80 y los conflictos militares de la región.
“En otras palabras, los ciudadanos y ciudadanas cerraron filas con la democracia para batallar contra la pandemia”, señala la investigación.
Tal particularidad de la identidad del tico también la resalta el último informe del Estado de la Región divulgado en julio por el Programa Estado de la Nación.
Según esa investigación, se cataloga a Costa Rica como una democracia plena en una zona geográfica que evidencia mayores señales de autoritarismo.
El informe indica que, con Panamá, nuestro país es una de las únicas dos naciones que han sostenido avances ininterrumpidos en materia democrática desde el año 2000.
La publicación incluso destaca que Costa Rica aparece en una lista de 23 naciones donde se respetan las libertades políticas y civiles y existe una cultura política que promueve la democracia.
También advierte de que en toda la región hay un aumento de la población con actitudes contradictorias, también llamada ambivalente.
Y, de todos modos, Costa Rica aún tiene la mayor proporción de población que apoya abiertamente la democracia.
¿Cómo puede ser esto posible? De nuevo, rasgos específicos y un cierto arreglo de instituciones políticas.
Apuesta por el diálogo
Una marca característica del costarricense ha sido su inclinación por el diálogo y al pacto entre bandos enfrentados, en vez de resolver discusiones con disparos.
Por ejemplo, luego de la independencia, las mayores disputas locales fueron los pleitos entre municipios por convertirse en cabeza del Estado, que desde 1823 fue San José.
David Díaz Arias, catedrático de la Escuela de Historia y del Programa de Posgrado en Historia de la UCR, afirma que la ausencia de enfrentamientos severos en los primeros años independientes causaba sorpresa frente a los conflictos bélicos que ocurrían en otras exprovincias de la región.
“Empieza a crearse un mito fundacional el cual se alimenta hasta hoy de que Costa Rica es pacífica y privilegia la transacción en vez del conflicto. Eso sirvió entonces para que los enfrentamientos fueran leves y la organización política y su traspaso se conversaran”, aseveró Díaz.
Otra particularidad de la población ha sido un arraigado rechazo a figuras autoritarias en el poder.
Para el académico de la UCR es una “total mentira” que Costa Rica sea una nación pasiva, sin fuerza y que todo se lo aguanta.
Episodios históricos evidencian que el pueblo más bien se ha librado violenta y rápidamente de dirigentes con gusto por la represión y la dictadura.
Está el caso del político y militar hondureño José Francisco Morazán, quien se proclamó jefe supremo de Costa Rica en abril de 1842, pero fue depuesto cuatro meses después por una rebelión popular y fusilado el 11 de setiembre de ese año.
La Campaña Nacional de 1856-1857 es otro ejemplo claro, cuando fuerzas armadas de Costa Rica (en su mayoría campesinos) expulsaron el ejército filibustero que, bajo el mando del estadounidense William Walker, intentó invadir al país.
Costa Rica no aguanta figuras autoritarias. Los costarricenses de antes no se habrían aguantado mucho tiempo, por ejemplo, a un Daniel Ortega o una dinastía como la somocista en Nicaragua”.
— David Díaz, historiador
También lo recuerda el paso por el poder de Federico Tinoco Granados, quien dio un golpe de Estado al presidente Alfredo González Flores, en enero de 1917.
Cuando Tinoco inició su “presidencia”, la constante violación de derechos civiles y políticos causaron levantamientos en su contra que fueron reprimidos en forma violenta (incluidos asesinatos de líderes opositores). No obstante, Tinoco al final se vio forzado a dejar el cargo el 20 de agosto de 1919.
“Todo va bien hasta que el personaje con la banda presidencial empieza a sentirse dictador. El fenómeno es fácil de identificar: Costa Rica no aguanta figuras autoritarias. Los costarricenses de antes y los de ahora no se habrían aguantado mucho tiempo, por ejemplo, a un Daniel Ortega o una dinastía como la somocista en Nicaragua”, recalcó Díaz.
FUENTE: ENCUESTA CIEP-UCR / ABRIL 2020 || INFOGRAFÍA LA NACIÓN.
Equilibrio social
Otro hecho que marcó al joven Estado fue el uso de la propiedad y cuyo rumbo comenzó a cuajar entre 1840 y 1850, cuando el país se involucró en el comercio internacional de café con capital nacional, explicó Rónald Alfaro Redondo, catedrático de la Escuela de Ciencias Políticas de la UCR e investigador del Programa Estado de la Nación.
“Esto hizo que la propiedad y la distribución de la tierra tomara una ruta interesante por la cual aparecieron muchos propietarios con poca tierra. Ocurrió así una mejor distribución de ese activo productivo”, indicó.
Tal fenómeno evolucionó a una estructura social bastante bien equilibrada que condujo a las élites económicas a crear un aparato estatal más robusto para construir carreteras y otra infraestructura al servicio de ese comercio internacional.
Con el ascenso de Tomás Guardia al poder, en 1870, este limitó el reparto de puestos políticos por parte de la élite cafetalera al introducir políticos profesionales en cargos públicos. Sin embargo, el hito más importante de su gobierno fue la Constitución Política de 1871.
Fue entonces cuando se otorgaron diversos derechos a los ciudadanos, se prohibió la pena de muerte, se decretó la libertad de culto, se robusteció la educación y quedaron separados los tres poderes de la República.
Además, se creó el llamado Registro de Estado Civil: el primer registro nacional de electores.
Lo anterior hizo posible que, antes de cumplirse un siglo de vida independiente, más personas participaran del sistema económico, disfrutaran de libertades civiles y, en el proceso, creciera el interés popular en temas políticos según creció la demanda de grupos organizados de mejores fuentes de trabajo, salud y educación.
“Ahí ya se conecta un proyecto político nacional con aspiraciones de cualquier sociedad: salud, educación, trabajo, servicios básicos, vivienda; buena calidad de vida en general”, anotó Alfaro Redondo.
Ambos investigadores coinciden en que, a inicios del siglo XX, ya estaba consolidado el Estado con el presidencialismo como estilo de gobierno, una dinámica electoral estable y con derechos y libertades civiles firmes a los cuales ya se habían habituado los ciudadanos.
Sin embargo, hasta la década de 1940 los comicios los organizaba el Poder Ejecutivo y el mecanismo electoral estaba así subordinado a quienes ejercían el poder.
Salida democrática
Fue el violento y traumático episodio que desangró a Costa Rica en 1948 el cual selló el perfil democrático del país.
Gustavo Román Jacobo, asesor político en el Tribunal Supremo de Elecciones (TSE), recordó que en 1946, el presidente Teodoro Picado Michalski soportó una enorme presión de la oposición encabezada por José Figueres Ferrer.
Figueres consideró que hubo fraude en las elecciones de 1944 y exigió garantías para las votaciones de 1948.
“Es un error creer que se trató de una escaramuza y es parte de la mitología del tico pacífico. Nada de eso. Lo ocurrido en 1948 fue un conflicto muy doloroso, sangriento y de consecuencias devastadoras”.
— Gustavo Román, asesor político TSE
Es así como Gobierno y oposición, precisó Román, crearon el llamado Tribunal Electoral que sí era independiente pero con un problema de diseño: tanto el Poder Ejecutivo como el Legislativo aún intervenían en el nombramiento de sus encargados.
En 1948, ese Tribunal declaró ganador de la elección a Otilio Ulate Blanco, pero el Congreso anuló el resultado y eso detonó la Guerra Civil de 1948.
“Es un error creer que se trató de una escaramuza y es parte de la mitología del tico pacífico. Nada de eso. Lo ocurrido en 1948 fue un conflicto muy doloroso, sangriento y de consecuencias devastadoras”, expresó.
Concluida la guerra, una Junta Militar asumió los poderes Ejecutivo y Legislativo hasta 1949 con Figueres Ferrer a la cabeza.
No obstante, fueron tan traumáticos y desgarradores aquellos 44 días de violencia interna, que la Junta Militar lanzó un vasto programa de reformas del cual surgió un nuevo arreglo político que privilegió la tradición electoral para nombrar gobernantes, y acentuó los derechos y libertades de las personas.
Todo eso, comentó Román, marcó el nacimiento del actual TSE como órgano constitucional superior en materia electoral y por completo independiente al organizar, dirigir y vigilar los comicios.
Desde hace casi 75 años, ha existido estabilidad democrática tanto por el respeto de los bandos políticos a las reglas electorales como por la creencia de la población en la limpieza del proceso. Para los ticos, la íntima ceremonia en las urnas es un espejo de quiénes son.
Esto es una diferencia importante respecto a otras naciones porque para efectos del sistema político, que el Ejecutivo no meta las manos en las elecciones, también le quita interés en quedarse a la fuerza”.
— Rónald Alfaro, investigador
Los tres analistas advierten en que hace décadas se ritualizó el traspaso de poder con el voto y se otorgó libertad de votar en secreto bajo la supervisión de un organizador y árbitro imparcial: el TSE.
Según indicaron, los ciudadanos notan que el sistema funciona y se reflejan en el ritual electoral al sentirlo suyo y tenerle tanta fe que lo percben como parte de su identidad.
Para los especialistas, cuando pensamos cómo somos los costarricenses, nos percibimos democráticos incluso pese a una evidente insatisfacción con los políticos y sus partidos. Sin embargo, la molestia no recae sobre el sistema político o sus instituciones. Lejos de ello.
Cuando hay tormentas por sortear, los ticos confían en su democracia.