María de los Ángeles Otárola Soto acudió al médico por una pelota que le apareció en el pecho, a finales del 2012. En el hospital le dieron la cita para un año después, pero su hijo debía incluirla en el seguro, para que la atendieran.
Sin embargo, la CCSS rechazó que su descendiente la asegurara, pues argumentaron que en Tributación Directa ella aparecía como contribuyente por montos millonarios. La cita la perdió y nunca pudo hacerse la mamografía.
Luego de varias gestiones para que en la oficina regional del Ministerio de Hacienda, en Ciudad Quesada, le facilitaran las declaraciones que ella, supuestamente, había presentado desde el 2009 –porque le negaban los datos–, una contadora la ayudó.
Al descubrir que, al parecer, le falsificaron su firma, interpuso una denuncia en el OIJ.
Según Hacienda, tres sociedades en las que figura la defensora Ofelia Taitelbaum realizaron pagos millonarios a la mujer por servicios profesionales.
“¿Asesorías de qué si yo solo tengo el sexto grado? Me gradué en la Escuela Miguel Obregón, fui a primero y segundo (del colegio), pero como era insoportablemente rebelde, de segundo no pasé. ¿De qué puedo dar yo asesoría, que no sea limpiar vidrios o pisos, no puedo dar asesorías de nada”, manifestó esta costurera.
Se conocieron. “Yo vivía en un tugurio en San Pedro de Pavas. Entre 1986 y 1990, Ofelia Taitelbaum fue viceministra de Vivienda. Mi mamá era la presidenta de la junta de desarrollo de la finca, a la que habían llegado 1.500 familias. Ahí la conocí. Ella era una señora de mucho respeto. Nunca he trabajado con ella”, aseveró Otárola.
La mujer dice que cada vez que acudía a la oficina regional de Hacienda, recibía luego llamadas de la contadora de Taitelbaum, identificada como Ileana, en las que le ofrecían arreglar el problema, a cambio de que la aseguraran.
Así, incluso, se lo hizo saber, dice, la misma defensora. “Días antes del 8 de mayo, yo la llamé directamente (a Ofelia), y ella escasamente me saludó. Le dije: ‘Doña Ofelia, tengo este problema...’, y la respuesta de ella fue: ‘No te preocupés, yo te saco, porque no puedo hacer ninguna otra cosa. Decile a tu hijo que vaya y te solicite el seguro otra vez. Y vos decís que sí, que vos trabajabas conmigo, no podés decir que no has trabajado conmigo porque vamos a tener un problema’. Quedé exactamente igual”.
Desde su casa en San Carlos, indicó que apenas tiene ¢10.000 para comprar comida o las pastillas para la tiroides.