Los costarricenses están cada vez menos dispuestos a permanecer en relaciones de convivencia en las que se sienten disconformes.
Con el transcurso de los años, aumenta la proporción de personas divorciadas, y aún más la de quienes se separan de matrimonios o uniones libres.
Entre el 2010 y el 2019, la población de separados aumentó en 149.230 personas. De esa forma, dicho segmento pasó de representar un 7,6% a un 12% de quienes, en algún momento de su vida, sostuvieron una relación de convivencia.
Mientras, los divorciados aumentaron de un 6,3% a un 7,6% de dicha población, al pasar de 141.479 personas a 200.394. En total, la cifra de divorciados y separados aumentó en 208.145 personas en esos nueve años.
Al mismo tiempo, el porcentaje de matrimonios se reduce. Los casados disminuyeron de un 56% a 49% en el lapso de nueve años. En el 2019, 1,3 millones de hombres y mujeres mantienen ese estado civil.
Esto significa, que en la actualidad, de todas las personas que han tenido una relación de convivencia, la mitad vive en matrimonio. La otra mitad la componen quienes terminaron la relación (19,6%), enviudaron (7%) y los que optan por vivir en unión libre (24%), una alternativa cuya popularidad ha aumentado, en los últimos 35 años, frente a la del matrimonio.
FUENTE: ENCUESTA NACIONAL DE HOGARES DEL INEC, CENSOS DE POBLACIÓN Y ENCUESTA DE HOGARES . || w. s. / LA NACIÓN.
Así lo revelan las estadísticas del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) sobre el estado conyugal de la población mayor de 10 años, dato que se registra en las Encuestas Nacionales de Hogares.
Para realizar el cálculo, La Nación tomó en cuenta a las personas que, en algún momento de sus vidas, han estado casadas o en unión libre. Dicha población fue de 2,2 millones de personas en el año 2010 y es de 2,6 millones en el 2019. Del cómputo se excluyeron los solteros, debido a que dicho grupo incluye a niños y adolescentes.
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Más importancia al bienestar personal
El investigador Gilbert Brenes, director del Centro Centroamericano de Población (CCP) de la Universidad de Costa Rica (UCR), explicó que el cambio en el comportamiento del estado conyugal de los costarricenses es un fenómeno que los demógrafos conocen como segunda transición demográfica.
“Se va a una visión relacionada con la modernidad, que tiende a más secularismo y a más individualismo”, afirmó el académico.
“Las mayores tasas de divorcio y de separación, así como la mayor prevalencia de uniones libres están relacionadas a una visión más de sentido personal e individual, es decir, no solo pensar en la familia y en seguir las tradiciones, sino más bien pensar en mi bienestar personal. La gente, si no está conforme con su situación de pareja, tiende a pensar en el beneficio propio y no en la tradición”, detalló Brenes.
Sobre el secularismo, el investigador explicó que no se trata de que las personas dejen las creencias religiosas, sino de que no necesariamente siguen al pie de la letra las directrices de las autoridades de sus iglesias. Según Brenes, la tendencia también está asociada a un aumento en el nivel educativo de las personas más jóvenes.
Una mujer de 40 años, vecina de Cartago y quien pidió la reserva de su identidad, relató que ella y su exesposo se divorciaron porque su relación dejó de funcionar seis meses después del matrimonio y de forma sorpresiva pues, cuando se casaron, tenían seis años de convivir y se sentían seguros.
“Creo que el sentido de pertenencia fue lo que nos hizo cambiar. Cuando se está en unión libre, es un compromiso moral, pero no legal, que es la única diferencia de estar en matrimonio o no; creo que eso nos hizo ver las cosas diferentes”, reflexionó ella.
La mujer afirma que, en su opinión, antes las personas tendían a quedarse en relaciones pese a ser infelices por presión de sus creencias o de la familia, mientras que ahora, muchos se van al otro extremo y son intolerantes, al punto que desechan su relación. Para ella, lo ideal es un punto medio.
“Con mis años, sé que no voy a estar en una relación sacrificada totalmente solo de mi parte, ni tampoco voy a ser tan intolerante sabiendo que tal vez esa persona tuvo un mal día o que yo puedo convivir con los defectos que tenga, porque, para mí, las cualidades que tiene son mayores”, dijo.
De acuerdo con Brenes, el Estado debe tomar nota de los cambios en los patrones en el estado conyugal de la población, pues es muy posible que las políticas cuya meta sea fomentar mayores tasas de matrimonio o de fecundidad tengan poco éxito, por el mayor nivel educativo de la población joven y la visión individualista que se fortalece.
Además, el investigador llamó a tener en cuenta que en las sociedades donde las separaciones y los divorcios aumentan, es posible que se incremente también el número de adultos mayores que viven solos.
“En términos de políticas de envejecimiento, hay que tomar en cuenta que las personas adultas mayores separadas o divorciadas pueden estar en un mayor riesgo de vulnerabilidad social, en el futuro particularmente, si no tienen la red de apoyo de su familia”, señaló Brenes.
Unión libre gana terreno
Mientras el porcentaje de personas que vive en matrimonio se reduce, el de quienes conforman uniones libres aumentó ligeramente en los últimos nueve años, al pasar de 23,5% en el 2009 a 24% en el 2019.
Pero un análisis enfocado en quienes viven en pareja también revela que se trata de una alternativa que gana terreno frente al matrimonio.
El director del CCP señaló que, según el censo de 1984, entre quienes convivían con su pareja, un 17% lo hacía en unión libre, y el otro 83%, en matrimonio.
Las mediciones posteriores muestran que la brecha entre esas dos alternativas se cierra.
Para el censo del año 2000, el porcentaje de parejas casadas había caído a un 73,7%, mientras que las uniones libres aumentaron hasta un 26,3%.
Ya para el 2019, según la más reciente Enaho, los matrimonios son un 67,3% de las parejas, mientras que las uniones libres representan un 32,7%.
“Hay una mayor interpretación de qué es lo que significa vivir en pareja y, entonces, ya no necesariamente se pasa directamente de soltería a matrimonio, sino que también se acepta la unión libre en algunos casos, como una especie de unión de prueba, para ver si el matrimonio va a resultar, o bien como una forma de no establecer lazos tan formales como los que implica el matrimonio”, dijo Brenes.
Según el investigador, otra teoría argumenta que las parejas también pueden ver el matrimonio como una inversión cuyos costos podrían superar los de una unión libre, y por eso eligen la segunda opción.
Sin embargo, también están quienes no ven ninguna diferencia entre un matrimonio y una unión libre y, en apego a sus principios, eligen convivir sin casarse.
Es el caso de Freddy Montes, de 36 años y ateo, y su novia, de 33 años y católica creyente, quienes viven juntos desde hace nueve años, cuando emigraron de Venezuela en busca de mejores oportunidades. Ambos tienen una hija de cuatro años.
“Nosotros no necesitamos tener ningún tipo de validación de nuestra relación de ninguna otra parte, llámese iglesia, civil o lo que sea”, afirmó Montes, quien se dedica al desarrollo web.
“La relación de nosotros siempre se ha basado en el apoyo mutuo (...); obviamente eso se desarrolló cuando nos vinimos solos a un país nuevo y empezamos a vivir juntos. Era como ‘nada más nos tenemos a nosotros, vos dependés de mí y yo dependo de vos, entonces nuestra relación se ha basado en eso’ ”, contó Montes.
Tanto Montes, como un joven de 34 años quien pidió ser identificado como Andrés, relataron que han hablado con sus parejas sobre qué los movería a casarse por la vía civil y la conclusión es que solo lo harían si esto les proporcionara algún beneficio o garantía legal de peso.
“Es el hecho de que mi pareja se pueda montar en un avión e irse en cualquier momento, pero decida quedarse conmigo, es importante. Yo lo que pienso es que la verdadera voluntad se da en libertad. Cualquier elemento de coacción que haya, ya lo vuelve impuro”, aseguró Andrés.