A las 9 a. m., de este domingo, una multitud de migrantes cubanos se adentró en tierras nicaragüenses desde Costa Rica por el puesto fronterizo de Peñas Blancas. “¡Queremos seguir, queremos seguir!”, gritaban al unísono.
Sin pedir permiso y sin mayor problema, empujaron un portón corredizo de unos cinco metros de altura, de color azul.
“El portón se abrió y nosotros corrimos. Nos decían que solo teníamos 30 minutos para salir. Usted comprenderá que todos salimos corriendo. Es mentira que lo tiramos, como están diciendo. Nadie nos impidió el paso”, aseguró Alejandro Nazco, quien anhela llegar a Estados Unidos, al igual que el resto de sus compatriotas.
Una vez en suelo nicaragüense, centenares de cubanos recorrieron unos ocho o nueve kilómetros por la carretera Panamericana. La cifra de personas oscilaría entre 700 y 1.000.
Durante ese trayecto, según relatan varios de ellos, tuvieron que superar al menos tres retenes del Ejército y de la Policía Nacional de Nicaragua.
“Nos decían que nos detuviéramos y lanzaban tiros al aire, pero no pudieron impedirnos el paso. Éramos muchos y ellos muy pocos”, cuenta Yoanis Arias, quien viaja rumbo a Miami, donde la esperan algunos familiares.
En ese peregrinaje, incluso, fueron recibidos por vecinos de un pueblo de Rivas, quienes los alentaron a continuar.
“Nos dieron hidratación y hasta cosas de comer”, agregó Arias.
Sin embargo, fue después de pasar ese pueblo cuando comenzó la “pesadilla”, “la historia de terror”, como ellos mismos la describen. “Casi nos matan”, afirmó Yeleine Céspedes.
De acuerdo con su relato, tras más de dos horas de caminata y varias paradas para descansar, llegaron a un punto de la carretera a donde no había viviendas cerca y en donde los árboles tapaban la vista a ambos lados.
Fue ahí donde se encontraron un retén de la Policía Nacional y del Ejército de Nicaragua, que los repelió con gases lacrimógenos, balas de goma y garrotazos.
“Nos tendieron una emboscada”, dijo un joven que prefirió no decir su nombre por temor a que su familia en la Isla sufra represalias del gobierno de Raúl Castro.
El uso de la fuerza por parte de las autoridades nicaragüenses se produjo luego de que los cubanos se negaran a abordar unos autobuses, en los cuales se les prometía llevarlos a Managua. Ellos temían que el fin verdadero fuera devolverlos a suelo costarricense, como posteriormente admitió el Gobierno nicaragüense en un comunicado oficial.
“Nosotros estábamos negociando; solo queríamos que nos dejaran pasar. Íbamos de forma pacífica, sin armas y con las manos arriba. Pero a ellos no les importó, nos atacaron a pesar de que iban niños y hasta mujeres embarazadas”, relata Claudia Pérez, de Pinar del Río, Cuba.
“Querían que las mujeres y los niños nos fuéramos antes. Por suerte, no accedimos; si no, ahorita, todos los hombres estarían muertos”, agregó.
La huida. En medio de los gases lacrimógenos y de oficiales corriendo detrás de ellos, los migrantes tuvieron que emprender la huida, algunos por las veredas de la carretera y otros, a tropezones: “Vea mis pies, están todos llenos de ampollas; perdí mis sandalias mientras corría y la carretera me quemó los pies”, declaró María, sin querer decir su apellido.
Como ella, María Elena Guerra y su nieta Eimy Évora Benítez sufrieron consecuencias. La niña, de año y medio de edad, tuvo heridas en el rostro: “Estábamos en la retaguardia, yo estaba sentada en la cuneta con la niña cuando comenzaron a disparar y a lanzar gases que cayeron al lado de nosotras. Yo traté de tapar a la niña, pero siempre le afectó el labio. Yo corría toda ahogada, hasta que otros cubanos comenzaron a echarnos agua encima”.
Tras el rechazo por parte del Ejército, cientos tuvieron que devolverse, algunos a pie y otros en bus, hasta territorio costarricense, donde su futuro es incierto.