Una semana exacta después de la captura de una banda de coyotes por mover migrantes cubanos hacia Nicaragua, un equipo de La Nación constató la presencia de otros traficantes de personas en la capital.
Son las dos de la tarde del miércoles anterior. Los viajeros se bajan con cara de cansancio de los buses que vienen desde la frontera con Panamá, entre los planteles del Ministerio de Obras Públicas y Transportes y la plaza González Víquez. Afuera, el movimiento es regular. Los taxis formales y los piratas se amontonan en la acera, ante la mirada de oficiales de tránsito que, de cuando en cuando, pasan cerca de la terminal.
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En la soda de la esquina, el tema de conversación sigue siendo la caída de una red de coyotes que terminó con 12 de sus miembros tras las rejas. “Esto todavía está caliente”, dice Gato. Se le pregunta su nombre. “Solo Gato”, responde. Remueve el café con leche y habla suelto.
En la esquina de la barra de la soda, un tipo grande tiene dos televisores encendidos y mira de reojo. El hombre que sirve el café habla poco: “Aquí no llegan ya, desde el operativo, nadie se arrima. Los espantaron”.
Pero Gato va más allá: “Ellos vienen de noche. Recogen a los cubanos que vienen en el último bus que entra a San José entre las 11 p. m. y la medianoche”.
Afuera, los taxistas miran desconfiados. Pero siempre alguien habla. A unos cuantos metros, en un negocio un hombre responde mientras mira a ambos lados de la acera: “Lo que pasa es que una de las vendedoras cercanas a la terminal es la querida de uno de los coyotes. Ellos siguen llegando, pero de noche”.
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Los coyotes siguen aprovechando la oportunidad de mover a los cubanos y hacer su negocio.
Flujo. Mientras la directora de Migración, Kattia Rodríguez, asegura que el deber de las autoridades es impedir que las bandas criminales saquen provecho de los migrantes, cada noche, decenas de cubanos con visas extraordinarias todavía bajan de los autobuses para caer en las manos de los transportistas.
Ese miércoles, cerca de las 11 p.m., un equipo de La Nación esperó el último bus que venía de Paso Canoas. Afuera, una docena de vehículos, entre taxis formales y piratas, esperaba a los pasajeros para ofrecer sus servicios.
Al llegar el autobús, el grueso de los pasajeros se bajó, se distribuyó en taxis o se subieron a carros particulares. Un grupo se quedó conversando con algunos de los transportistas.
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El fotógrafo de este diario apenas podía captar a los hombres que charlaban sin terminar de salir de la terminal. Una mujer caminó frente al carro de La Nación . ¿Venían muchos cubanos?, se le preguntó. “Uff, un montón de cubanos y otra gente”, dijo... se subió a una moto y se perdió entre las calles pobladas de travestis.
Algunos de los taxistas se percataron de la presencia de los periodistas, y empezaron a caminar hacia el vehículo. No hubo tiempo de preguntar nada más.
Cubanos consultados en Peñas Blancas dicen que les cobraron $50 (¢27.000) por persona por llevarlos a la frontera en taxi.