En busca de una distribución justa y equitativa de los beneficios de usar recursos genéticos para ayudar a la conservación y uso sostenible de la biodiversidad se creó en 2010 el Protocolo de Nagoya; fue un acuerdo complementario del Convenio sobre Diversidad Biológica de 1992.
Entre quienes dieron forma a ese importante acuerdo internacional en la ciudad japonesa de Nagoya, estuvo la costarricense Grethel Aguilar Rojas. Diez años más tarde, el documento fue ratificado por 127 estados miembros de Naciones Unidas y la Unión Europea.
Aguilar fue nombrada el viernes, en Suiza, como directora general de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), la organización mundial más grande dedicada a la conservación de recursos naturales.
En el corazón del acuerdo creado en Japón yacen las enseñanzas de los pueblos indígenas costarricenses con quienes trabajó.
En una conversación con La Nación, la doctora en Derecho explicó cómo en las rutinas y visiones de mundo de estas comunidades casi invisibles en la vida pública, están los pilares para salvar al planeta.
- ¿Cómo empezó su vida académica?
- Soy de San José, estudié en la Escuela República del Perú y luego en el Colegio Laboratorio de la Universidad de Costa Rica donde luego estudié Derecho. Hice mi doctorado en la Universidad de Alicante en España.
“Después de graduarme trabajé en Talamanca, en la defensa de las comunidades a las que se acusaba de cortar árboles y todo tipo de cosas, pero más bien, luego, llegué a entenderlos y descubrir que ellos son una misma entidad con la naturaleza. Somos nosotros quienes deberíamos aprender de nuestras poblaciones originales”.
- ¿Cómo y qué exactamente?
- Aprendí una manera distinta de ver la naturaleza y la vida, lo cual me motivó a seguir trabajando con ellos y a proteger los recursos naturales.
”Sin agua limpia y tierra fértil, no somos nada. Ir al supermercado es fácil pero debemos preguntarnos y recordarnos más seguido de dónde viene todo. Ser humano y naturaleza son uno mismo, pero se nos olvida”.
- ¿Cómo se ha plasmado eso en su trabajo?
- Si se ha avanzado, pero no como quisiera. Yo trabajé mucho en el armado del Protocolo de Nagoya y ahí hay varios artículos que llaman a la protección del conocimiento tradicional y reconocer los derechos de los pueblos indígenas al uso de sus recursos en sus territorios.
“Los proyectos que he implementado en mi vida han sido proyectos de conservación pero con beneficios para los más necesitados y quienes viven el día a día en contacto con la naturaleza: los campesinos y los indígenas de todo el planeta”.
- ¿Qué dice ese acuerdo mundial sobre estas poblaciones?
- Cada país firmante adoptará medidas para asegurar que se acceda a los conocimientos tradicionales asociados a recursos genéticos que tienen las comunidades indígenas y locales con el consentimiento fundamentado previo o la aprobación y participación de dichos grupos bajo condiciones mutuamente acordadas.
- ¿Pero no le parece que, por evidente que es cuidar el ambiente, las cosas cada vez parecen lucir peor?
- La gente no se percata, solo cuando les llega al corazón. Estas comunidades han sabido cohabitar con el ambiente porque viven muy diferente, deberíamos aprender eso; el planeta ya no aguanta la escasez de especies, el plástico en los océanos y la pérdida de biodiversidad, quien no pueda verlo está ciego.
– Moderar el propio consumo parece una ruta a seguir ...
- Yo trabajé con el pueblo bribri de Kéköldi y los cabécares, en Talamanca. De ellos aprendí el uso de plantas medicinales y lo llevo conmigo y la manera de ver la vida, donde no todo es consumo; una visión en la que hay un gran respeto por la naturaleza, incluido el uso del agua y la relación con los animales.
”Ellos conviven con lo que requieren y moderan mucho su consumo, y aclaro que esto no guarda relación con temas de pobreza. Claro que los pueblos indígenas tienen muchas necesidades pero lo que más tienen es una manera muy diferente de ver el mundo y es que somos uno con la naturaleza. El problema es que lo hemos olvidado por eso es sagrado recordarlo porque en ello nos jugamos la vida de todos”.
-Y a pesar de ello, usted sigue en la pelea ¿qué la anima?
- Sigo creyendo en el poder para cambiar y la inteligencia del ser humano. Como soy una mujer positiva creo que tenemos en nuestro poder un destino que no luce nada bien y el cual debemos pensar cómo cambiarlo. Debemos preguntarnos de dónde viene el alimento para nuestra boca y cómo llegó a nosotros.
”Es un sencillo ejercicio para tomar conciencia y vincular nuestro consumo con la necesidad de tierras fértiles, aire limpio, calidad de agua para consumo y claridad de que el planeta no subsistirá. Los indígenas saben todo esto y no es algo de libros”.
- ¿Qué significado tiene que una mujer sea la directora de la UICN?
- Las mujeres en todo el mundo siempre tenemos retos distintos por razón de estudios, familia y otros. Siento un gran compromiso con las mujeres jóvenes y una gran responsabilidad con ellas de hacer un gran trabajo.
“Cuando uno tiene la oportunidad de estudiar y hay esfuerzo, porque nada es fácil, uno puede servir de referencia para otras mujeres. A todas quiero decirles que sí es posible, con esfuerzo, determinación y valentía, pero posible al fin, salir adelante.
“En mi vida he contado con el apoyo de mis hijos Mariano, Gabriel y Alejandro, de mi compañero Mauricio, de mi papá, Eduardo Aguilar Jiménez, y mi mamá, Alicia Rojas Leal, y de mi abuelita María Leal Sequeira y lo mismo de mis hermanas, Hazel y Cinthya. Vengo de una familia de mujeres fuertes y luchadoras, empezando por mi abuelita; todas han sido mi gran ejemplo”.
- ¿Cuál será su énfasis?
- Impulsar entre gobiernos y entidades en todo foro un mundo justo que valore la naturaleza y, bajo mi dirección, esa será mi línea. Siempre con las personas en el centro: con equidad económica, de género y con justicia social como bases de una conservación que nos beneficie a todos.
“Hace unos días, conversaba con un astrónomo que me topé en el Observatorio de Ginebra, le pregunté si por casualidad había algún planeta B dado que en la Tierra a veces ya no sabemos. Él investiga si hay agua en otro lugar.
“Se volvió y me dijo: aún si lo encontráramos y hubiera, no tenemos la tecnología para ir pero aun así ¿por que habríamos de hacerlo? La Tierra es perfecta, tiene todo cuanto realmente necesitamos. Eso me llenó de emoción y angustia por cuidar de nuestro planeta y la certeza que todos debemos juntar las mejores energías para preservar este increíble y único hogar que compartimos”.