Upala. La noche del 24 de noviembre prácticamente toda la población de la ciudad de Upala y los barrios al rededor, fueron sorprendidos por el huracán Otto. De una población de 42.000 habitantes, solo poco más de 1.600 personas se resguardaron en albergues. La mayoría, llegó luego de la tragedia.
El pueblo reaccionó tarde. El alcalde, Juan Bosco Acevedo, como presidente del comité local de emergencias, prefirió no alarmar a la población con el tema del huracán, lo que hizo que el fenómeno encontrara, literalmente, durmiendo a los pobladores de Upala.
“Quiero serle muy claro; yo grabé, me grabaron un video donde le solicito a la gente que haga la evacuación porque si uno habla antes de tiempo, si uno alarma, la gente se alarma, y si no pasa algo, la gente lo culpa a uno por alarmar”, dijo el alcalde en entrevista con este diario, dos semanas después del impacto de Otto.
La falta de aviso y de toma de medidas preventivas agravó los efectos del huracán.
Esa noche, seis vecinos de Upala morirían en sus casas arrastrados por una corriente de lodo y piedras. Se trata de Juana Guerrero, Vianca Pichardo, Dylan Chévez, Israel Zúñiga, María Isabel Picado y Kathya Argüello.
Los habitantes se quejan de que no hubo llamados de alerta a tiempo, que solo se dieron algunos avisos por perifoneo, pero que no se dio a entender nunca la magnitud de la situación.
Ningún vecino de alameda reportó la llegada de personeros del Comité Local de Emergencias en las horas previas al impacto, a nadie se le dijo que el golpe del huracán podría ser tan grande como para arrasar casas y gente.
“Aquí no hubo alerta de nada; solo se supo que venía el huracán, y la gente se refugió en sus casas. Pasó el viento, como diez o veinte minutos, y cuando nos dimos cuenta es que se empezó a salir el agua del río, se vino la empalizada, y la gente comenzó a correr, a salir de las casas, a subir a los niños a los techos y todo se perdió”, recordó Josué González, un comerciante upaleño.
Mientras continúan las labores de limpieza y reconstrucción, los habitantes de Upala mantienen la duda de lo que habría pasado si les hubiesen alertado a tiempo, si les hubiesen dicho que pusieran sus cosas a resguardo, si se hubiesen activado los comités locales de emergencia.
“En cosa de segundos nos trepó el agua por aquí, mire (señala el pecho). Esta silla flotando, la refrigeradora flotando. Mire para allá: esa puerta, en un tiro la empujó la correntada y se vino la chiflonada, se metió un montón de palos, y me decía mi hijo: ‘Papi, abramos el zinc para salir de aquí’”, dijo Narciso Fernández, vecino de Calle Real de Upala.