Muchas de las personas que transitan a diario la ruta 27, a la altura de Santa Ana, no se percatan de que pasan a solo algunos metros de un estallido de biodiversidad, refugio de especies amenazadas en el Valle Central. Lo hacen al cruzar el parque Lorne Ross, el cual es actualmente objeto de una fuerte disputa política en la Asamblea Legislativa.
El sitio, también conocido como Centro de Conservación Santa Ana, contiene un enorme bosque secundario de 54 hectáreas, hogar de pizotes, monos carablanca, pájaros carpinteros, martillas, osos hormigueros, garzas, chocuacos, patos, mapaches, ocelotes y numerosas de especies de aves, árboles e insectos. La vía 27 parte el parque en dos.
Esta enorme propiedad fue donada al Estado por el señor Lorne Ross y su esposa Agnes May, en febrero de 1975. Ellos pidieron que las tierras se destinaran a la conservación de la naturaleza y a la creación de un parque zoológico y botánico nacional.
Hoy, casi 50 años después, dos fracciones de la Asamblea Legislativa discuten sobre el uso que se le dará a este bosque. Por un lado, el Partido Liberal Progresista (PLP) impulsa un proyecto de ley para crear el Parque Natural Urbano Lorne Ross, en concordancia con los deseos del donante de los terrenos.
No obstante, la jefa de fracción oficialista, Pilar Cisneros, bloqueó la iniciativa con 45 mociones, al tiempo que aboga por otro proyecto para crear un “Parque del Agua” como el de Lima, Perú, con fuentes, chorros y luces artificiales.
La Nación visitó este bosque secundario que, en plena Gran Área Metropolitana, se funde con los ríos Uruca y Corrogres.
Al ver las imágenes de las catarata Murciélago o del cañón del río Uruca, es fácil pensar que corresponden a un parque natural en Dota, Limón, San Carlos o el Pacífico sur, pero en realidad está en medio de la GAM, rodeado de complejos habitacionales, comercios, supermercados y una autopista.
A la catarata Murciélago, en el sector norte, se puede llegar desde la ruta 27, caminando por el bosque durante 15 minutos con pantalón largo y zapatos adecuados. Antes de llegar al río Uruca, es posible escuchar las chicharras y el suelo húmedo está repleto de libélulas. Además, hay pequeños lagos con líquenes flotando en su superficie. No hace falta recorrer más de 200 metros para sentirse en la naturaleza y encontrar una pareja de patos.
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Esta enorme biodiversidad es uno de los principales activos de la finca. Para los vecinos de Santa Ana, este lugar puede servir como “aula interactiva” para que estudiantes de escuelas y colegios aprendan qué es un árbol de chicle, cómo se ve un nido de garza, por qué el musgo es señal de un ambiente limpio, y cuál es la simbiosis entre la planta cornizuelo y las hormigas que la habitan.
Por eso, vecinos se han organizado para defender el fin ambiental del sitio.
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Un estudio técnico realizado por el Sistema Nacional de Áreas de Conservación (Sinac), en 2023, detalló que, en el Centro de Conservación Santa Ana, se contabilizan 23 especies de anfibios, 58 especies de reptiles, 130 especies de aves y 16 especies de mamíferos.
Además, dentro de estas 227 especies de fauna, 11 se encuentran en estado de amenaza. Ocho de estas tienen poblaciones reducidas: la rana de ojos dorados, la boa constrictora, el pinzón orejiblanco, la lora frentiblanca, el chorlito de doble collar, el tucanillo piquianaranjado y los perezosos de dos y tres dedos.
Por su parte, otras tres especies están en peligro de extinción: la lora de nuca amarilla, el gecko tuberculoso y la rana craugastor ranoides.
Asimismo, el Sinac reportó un total de 193 especies de flora. Entre las más diversas, se encuentran 32 de la familia de las leguminosas, 13 de las ceibas, nueve de los higuerones y ocho del café.
Los especialistas detallaron que, hasta el 2009, se identificaron cinco especies de árboles nativos que necesitaban con urgencia el establecimiento de programas de conservación. Se trata de los árboles de bálsamo, cedro, balsa, cascarillo y quinino; todos estos pueden ser encontrados en la antigua finca de Lorne Ross.
“Estos datos demuestran la importancia del sitio dentro del contexto urbano, ya que los hábitats que alberga constituyen los últimos relictos para especies con distribución restringida al Valle Central. El sitio es reconocido como un sitio recreativo familiar, lo cual le brinda un alto potencial como parque urbano. Los espacios naturales de esparcimiento son esenciales para equilibrar la carga digital a la que está sometida la sociedad actual”, explica el informe.
Al norte de la ruta 27, se encuentra el área más pequeña del parque, pero con mayor biodiversidad, incluyendo la catarata Muerciélago y el cañón del río Uruca.
Por su parte, al sur de la autopista se ubica la antigua infraestructura de la hacienda Ross, incluyendo una casa del siglo XVIII, un trapiche, un museo agrícola, jardines, recintos para animales y muchos otros edificios.
No obstante, el estudio de Sinac no abarcó todo el terreno del Centro de Conservación, sino solo los terrenos ubicados al sur de la ruta nacional 27, con una extensión de 31 hectáreas. Este documento detalla que entre los principales riesgos de la finca se encontraba la contaminación sónica y por residuos sólidos.
Hacienda Ross: Una instalación histórica
Una artículo publicado por La Nación, el 25 de diciembre de 1971, identificaba a la vieja casa de los Ross entre las más antiguas del Valle Central. La nota resaltó que la “antiquísima” hacienda reunía “el pasado y el presente” de Costa Rica.
Además, la publicación destacó que, a la par de la casa, estaba el componente más antiguo de todos: una caldera de 1843, que funcionaba como chimenea del trapiche que instaló don Lorne Ross. Esta primitiva caldera fue extraída de un barco que zozobró en Puntarenas, tenía sellos de 1843 y esta inscripción: “Bonnance do 25 MAI 5 B 1843″.
“Don Lorne Ross, descendiente de canadienses e irlandeses, nos recibe en su casa de habitación, que está a unas doscientas varas finca adentro de donde se encuentra la casa vieja que esperamos visitar con el permiso de su propietario. El abuelo de don Lorne, Roberto Ross, llegó en un velero a Puntarenas en la segunda mitad del siglo XIX, allá por 1860.
“A don Roberto le gustó el país y adquirió aquellas tierras, y ahí ha estado la familia por más de un siglo. Visitamos la casa donde hay muestras evidentes de que es antiquísima, sobra decir que sus paredes son de adobes y que se conserva la teja original. Esta casa fue la primitiva iglesia de Santa Ana, en ella vivió un sacerdote”, cita la publicación de hace 53 años.
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Según el informe de Sinac, en 1750 el sacerdote y médico español, Juan Pomar Burgos, compró los terrenos donde hoy está el Centro de Conservación y construyó la casona con bahareque, calicanto, caña brava y teja.
En los tiempos previos a la colonización de Cristóbal Colón, el actual territorio de Santa Ana fue dominio del cacique Garabito y de los pueblos huetares. El primer colonizador de Costa Rica, Juan de Cavallón, instauró el primer poblado español en la zona, llamado Garcimuñoz.
En 1850, la casa se convirtió en la primera iglesia de Santa Ana, mientras que el padre Ana Tiburcio Fernández fue dueño de la hacienda. En el lugar hay una figura de una virgen elaborada con madera policromada, que se estima fue traída desde Guatemala hace 150 años.
Sin embargo, en 1869 la familia Ross adquirió la finca y desarrolló una importante actividad agrícola, principalmente en producción de azúcar, arroz y café; llegando a ser de los mayores productores del país.
Para el año 1976, la finca fue dividida en varias partes, unas de ellas fue comprada por el Estado, y la otra fue donada por la familia Ross con el fin de conservar el patrimonio natural y cultural del lugar. El estudio reseña que tanto la casona como el trapiche fueron declarados Patrimonio Arquitectónico Nacional.
El estudio de Sinac realizado en 2023 concluye que el Centro de Conservación Santa Ana “evidencia la presencia de especies de flora y fauna características del Valle Central y cuya distribución se ha reducido por la pérdida de hábitat”.
“Por esta razón se considera importante su protección bajo alguna categoría de manejo. A partir de las características encontradas, se recomienda analizar la factibilidad de ser administrado como monumento natural o parque natural urbano”, finaliza el documento.
A continuación, algunas de las imágenes del Centro de Conservación Santa Ana, capturadas por el fotoperiodista Marvin Caravaca: