
El bastón con el que entró al servicio de Emergencias, el 4 de octubre, sigue a la orilla de su cama de hospital. También están sus sandalias negras de hule, como si bastón y sandalias planearan irse algún día de ahí. No será nada fácil. Este 9 de febrero, “Manuel” cumplirá 127 días olvidado por su familia en una cama del quinto piso, en la torre este del centro médico.
“Manuel” tiene 81 años. Está en el grupo de nueve adultos mayores en condición de abandono que registró el censo de los servicios de Geriatría y Trabajo Social del Calderón, a finales de enero.
Es probable que ese número crezca conforme avance el año. El 2024 finalizó con 67 adultos mayores abandonados en el Calderón. Entre todos, sumaron 4.000 días de estancia hospitalaria, mientras les buscaban albergue y se cumplía el protocolo que obliga al hospital a denunciar cada caso ante el Ministerio Público, contó la jefa de Geriatría, María Rodríguez.
En los hospitales de la CCSS esos números van en alzada. En el 2020, hubo 63 egresos de mayores de 65 años relacionados con negligencia y abandono. Los datos preliminares del 2024 dan cuenta de 129 personas en esa condición, según el Área de Estadística en Salud, de la Gerencia Médica de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS). Un 63% de los casos del año pasado eran hombres.
A finales de enero, siete hombres y dos mujeres de 65 años o más permanecían abandonados en el Calderón Guardia por alguna circunstancia. En el caso de “Manuel”, el rastreo realizado por este hospital solo encontró a una pariente lejana. La mujer dijo que no lo podía cuidar porque el señor tiene problemas de comportamiento por alcoholismo y por el deterioro cognitivo que se robó su memoria.
En sus condiciones actuales, este octogenario depende completamente del cuidado de otra persona para comer, bañarse, hacer sus necesidades fisiológicas y tomar sus medicinas.
No revelaremos su nombre real en esta historia. “Manuel” recuerda muy poco de su vida. Sus memorias son como una nube que pasa frente a sus ojos y se evapora sin dejar rastro.
La geriatra María Rodríguez tiene más de dos décadas de laborar en el Calderón. En sus inicios como especialista, muy ocasionalmente veía a un adulto mayor abandonado en ese centro médico.
Avanzado el siglo XXI, cuando la población de 65 años y más se mantiene en franco crecimiento (representa al 10,6% de la población total: poco más de 540.000 personas), el riesgo de abandono por múltiples causas se incrementó en Costa Rica.
En el Calderón, la percepción es que el abandono está entre las principales fuentes de maltrato a la población adulta mayor.
En ese hospital, como en otros de la Caja, se han visto obligados a integrar comisiones con personal de Geriatría, Enfermería, Psicología, Trabajo Social y Derecho para investigar cada caso y buscarle, a la mayor brevedad, una salida. Pero no es fácil.
Ni memoria del pasado ni certeza del futuro
La cama donde reposa “Manuel” es eléctrica. Las sábanas están limpias. Se las cambian todos los días; en ocasiones, varias veces en una misma jornada. Una cobija lo calienta mientras varios almohadones especiales lo protegen de las úlceras por presión que aparecen cuando una persona está mucho tiempo en una misma postura.
En la cabecera de la cama, un cartel recuerda los cambios de posición que deben practicársele para evitar la formación de llagas, que son una puerta de entrada a las infecciones.
Usa anteojos y su dentadura está casi completa. Son pocos los que, a su edad, conservan tan bien todas las piezas dentales. En medio de balbuceos, se echa una carcajada cuando lo piropeamos. Es muy poco lo que habla.
Una trabajadora del servicio de Nutrición pasa por el salón, el mismo que alguna vez albergó a enfermos de covid-19 en la pandemia, y reparte botellitas de yogur. A “Manuel” le tocó una de sabor a fresa.
Pero él no puede comer solo. Por seguridad, sus manos están sujetadas a la cama con gasas. Es por eso que una geriatra le ayuda a tomar el yogur con una pajilla.
Pasa como aletargado. Probablemente por las medicinas, pero también por tanto tiempo sin contacto con el mundo exterior. Las únicas ventanas están muy arriba, pegando al techo, y es poco el cielo que se puede ver y también muy poca la luz que entra.
Su vecino de la cama de al lado es otro adulto mayor en condición de abandono. Este lleva menos tiempo en el hospital, pero se encuentra en un estado más vulnerable: permanece sedado y tiene una sonda nasogástrica para alimentarse.
El silencio del salón que ha sido la casa de “Manuel” por las últimas semanas se corta solo con el sonido de los monitores de signos vitales de cada uno de los seis pacientes, aparatos que registran presión arterial, oxigenación, ritmo cardíaco...
“Manuel” habla muy muy quedito, casi en un susurro, mientras clava la mirada en un punto desconocido. Entre lo poco que balbuceó con algún sentido dijo que era de Nicaragua. Deducimos que vivió en Managua hasta que sus papás lo empujaron a Costa Rica para huir de los primeros años de la dictadura de los Somoza, apellido que mencionó.
De sus palabras recortadas se deduce que trabajó en el ferrocarril de alguna finca bananera porque mencionó un viaje en tren entre bananales. Contó que fue zapatero. Cuando le preguntamos dónde vive, respondió: “Ahí, ahí”, y señaló hacia el frente con un movimiento de cabeza como si estuviera viendo su casa.
¿Hijos? Su mirada se vuelve a perder y, aleatoriamente, menciona que tiene cinco: tres hombres y dos mujeres. No recuerda sus nombres.
Como la gran mayoría de estos pacientes, “Manuel” entró al hospital por Emergencias. Venía con su bastón y sus sandalias negras de hule. Traía puestos sus anteojos y un golpe en un brazos, que fue el que lo motivó a consultar. Se presume que de alguna caída.
Estuvo en Emergencias cuatro días. Luego lo subieron a piso porque contrajo una infección, la cual lograron curarle. Pero cuando llegó el momento de darle la salida, sus familiares no aparecieron.
“El paciente viene por algo agudo. En siete días se le resuelve y, cuando se le va a dar la salida, es cuando no aparecen los familiares”, lamenta la geriatra María Rodríguez.
Las razones detrás de esa “desaparición” son múltiples y complejas. “Hay quienes simplemente dicen: ‘Yo no puedo cuidarlo, vean ustedes qué hacen’. Vi a una señora en Emergencias a quien teníamos que darle la salida. Tiene cáncer. Su hija comenzó a hablar (como para sí misma): ‘Yo voy a tener que cuidarla... Pero tengo hijos y no voy a poder’”, narra la especialista.
Más ‘Manueles’ en la CCSS
El Calderón Guardia, uno de los tres hospitales nacionales que se localizan en San José, es de tercer nivel; es decir, el nivel de mayor complejidad de atención, categoría que comparte con el México y el San Juan de Dios.
Solo por ocupar una cama y recibir alimentación, el Hospital Calderón Guardia invierte en “Manuel” alrededor de ¢1 millón al día, monto que no incluye la visita de la geriatra, el control del terapeuta físico, el seguimiento de Enfermería ni cualquier otro cuidado adicional que reciba cada vez que lo necesite.
La estancia por día en cada uno de los otros centros ronda entre ¢600.000 y ¢1 millón.

¿Por qué “Manuel” sigue en el Calderón 127 días después de llegar a Emergencias con un brazo golpeado?
Como en cualquier otro hospital de la Caja, la atención de pacientes en condición de abandono debe seguir un protocolo que incluye una exhaustiva investigación por parte de los equipos de Trabajo Social para rastrear redes de cuido familiar y comunal que se puedan hacer cargo de la persona.
Cuando la familia desaparece o no se puede hacer cargo por alguna razón (justificada o no), el hospital debe denunciar el caso ante el Ministerio Público para que un juez declare el abandono y, eventualmente, sancione a posibles responsables de esta forma de maltrato al adulto mayor.
Datos de la Dirección de Planificación del Poder Judicial muestran que las denuncias por abandono de incapaces pasaron de 408 en el 2022 a 512 en el 2023. Las infracciones contra la Ley de Protección del Adulto Mayor subieron en el mismo periodo de 2.424 a 2.607.
En el 2023, año con los datos más recientes, las dos personas sentenciadas por abandono de incapaces fueron absueltas, mientras que de las 40 sentenciadas por infringir la Ley de Protección del Adulto Mayor, se absolvió a 28.
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Hasta octubre pasado, el Ministerio Público había tramitado 6.182 casos relacionados con diferentes delitos contra adultos mayores, informó Édgar Barquero Ramírez, fiscal de la Unidad de Capacitación y Supervisión, del Ministerio Público, en una entrevista en radio Columbia.
Todo este proceso de denuncia consume semanas, explicaron por separado las jefas de Trabajo Social de los hospitales San Juan de Dios y Nacional de Geriatría, Gina Coto Villegas y Jeannette Martínez Muñoz, respectivamente.
En el caso de “Manuel”, a las dificultades para reubicarlo se suma un trámite migratorio: tiene la cédula de residencia vencida y, sin este papel, el Consejo Nacional de la Persona Adulta Mayor (Conapam) no puede iniciar la búsqueda de un albergue.
En el Hospital San Juan de Dios atendieron a 227 adultos mayores abandonados entre los años 2020 y 2024, un promedio de 45 casos por año, aunque en el 2024 cuidaron a 50. Un dato positivo es que el tiempo promedio de estancia se redujo ahí, pues se pasó de 72 días en el 2020 a 49 el año pasado.
Lograr esa reducción implicó para el San Juan de Dios asignar dos trabajadores sociales exclusivos para atender a los abandonados, grupo en el que no solo hay adultos mayores: también hay personas más jóvenes con alta dependencia de cuido. Otro profesional de Trabajo Social está asignado al servicio de Emergencias del San Juan en horario vespertino, todos los días.
“Si ingresa una persona adulta mayor con perfil asociado a un posible abandono, se empieza a intervenir desde ahí a la familia. Cuando el paciente pasa al salón, el caso se traslada a las trabajadoras sociales del programa”, explica Coto.
La atención es compleja. Coto recuerda a un paciente del 2022: “Debido a su discapacidad, su atención le correspondía al Conapdis (Consejo Nacional de Personas con Discapacidad) pero nos llevó 133 días de estancia mientras una institución y otra justificaban la necesidad o no de su reubicación”, comenta en referencia al frecuente “rebote” de pacientes entre Conapdis y Conapam.
Esta situación es más frecuente de lo que debería y retrasa de manera significativa la reubicación en albergues y otras modalidades de cuido, que están saturadas. En el San Juan, por ejemplo, han tenido que recurrir a la Sala Constitucional para obligar a otras instituciones del Estado, principalmente el Conapam y el Conapdis, a resolver los casos con mayor celeridad.
Los equipos hospitalarios de Trabajo Social deben hacer una labor de hormiga para hallar en el Expediente Digital Único en Salud (EDUS), el Registro Civil y otras fuentes de información el mínimo dato que les permita identificar a contactos.
“No podemos declarar (a una persona) en abandono o hacer una denuncia en el Ministerio Público hasta no haber contactado a todos los que se pueda. Luego, se hace un traslado al Conapam y, a partir de ahí, empieza un proceso administrativo que toma tiempo, para lograr la resolución de cada caso”, explicó Coto, quien admitió que, cuanto mayor sea el grado de dependencia del paciente, es más difícil hallar una respuesta oportuna.
Desconocemos cómo fue la relación de “Manuel” con los hijos que dice tener. Tampoco sabemos sobre sus vínculos con otros allegados, familiares o amigos, antes de que se deteriorara su capacidad de pensar yde cuidarse por sí mismo.
Lo único que sabemos de él es alguien muy frágil, dependiente de cuido para sobrevivir y que, ante el rechazo de los escasos parientes conocidos, seguirá sumando días en un salón de hospital que jamás podrá sustituir el calor de un hogar.
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