“A partir del vencimiento de las licencias de arrastre esperamos ver una recuperación de las poblaciones de peces (víctimas de pesca incidental) sobre todo en las zonas costeras y sí, se podría hablar de una recuperación entre cinco y diez años”.
Con estas palabras, Jorge Jiménez –director de la organización MarViva– dimensionó el impacto positivo que traería la resolución de la Sala IV al prohibir la técnica de arrastre en aguas costarricenses.
Asimismo, y según explicó el biólogo Erick Ross de MarViva, la recuperación de peces no solo vendrá por el hecho de no ser capturadas por redes de arrastre sino que también tendrán más fuentes de alimento al también recuperarse las poblaciones de camarones en el litoral Pacífico. Este sería el caso de la corvina, el róbalo, el congrio y la cabrilla.
Ahora, la pesca de arrastre es uno de los factores de la disminución del recurso pesquero, pero no es el único.
Para recuperar estas poblaciones aún debe regularse el uso de rastras por parte de pescadores artesanales en el golfo de Nicoya y controlar la contaminación que traen las cuencas hidrográficas hasta las aguas del Pacífico.
Las rastras son pequeños marcos de acero de donde se sujeta una bolsa que es arrastrada y “barre” el fondo marino. En principio, su impacto ecológico yace también en la pesca incidental.
Este es un tipo de arte de pesca que es ilegal. Aún así, y según Jiménez, existen unas 500 rastras operando en el golfo de Nicoya.
“Si hay pesca de arrastre en el golfo de Nicoya, esta no proviene de camaroneros sino de las rastras artesanales que además son ilegales”, acusó Román Chavarría, representante de los camaroneros.
El otro factor es la contaminación costera. “Las especies se reproducen en los estuarios y manglares. Allí es donde estamos recibiendo grandes descargas de contaminantes agrícolas y fecales que vienen de la ciudad”, dijo Jiménez.
Ordenamiento, controles y diversificación de actividades permitirán al golfo volver a sus años de mayor productividad.