Un niño en edad escolar amenazó con tirarse del balcón del condominio donde vivía, porque sus papás pretendían quitarle una tableta con la que llevaba horas consumido en un videojuego donde los personajes mueren asesinados, resucitan y vuelven a morir. El pequeño no pudo manejar la ansiedad de estar sin el aparato. Para evitar que la amenaza se concretara, sus padres se vieron obligados a ceder.
Otra pequeña pateó paredes y se abalanzó sobre su mamá para recuperar el teléfono celular que le habían quitado en un intento por limitarle el tiempo de uso. Ella era incapaz de controlar la frustración que sentía por no poder chatear con sus amigos ni revisar redes sociales. La señora tuvo que llamar al 9-1-1 para tratar de controlar la situación, que no era la primera vez que ocurría.
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Situaciones similares se observan en consultas psicológicas y psiquiátricas, tanto en centros públicos como privados, donde se evidencia el impacto que el excesivo uso de aparatos electrónicos y tecnología está provocando en niños y adolescentes.
Tras ellos hay papás y mamás muy ocupados laboralmente y estresados económicamente, que no cumplen con la debida supervisión y control de sus hijos. Quizá ignoren el enorme daño cerebral, emocional y físico que están sufriendo sus pequeños, sometidos a estímulos exagerados en una delicada etapa de su desarrollo.
Datos de la encuesta que la Clínica del Adolescente del Hospital de Niños (HNN) realiza cada cinco años confirman esa tendencia en los comportamientos. Conforme al último estudio, elaborado en el 2019 , un 47% de los 9.223 alumnos entrevistados de 101 secundarias ya reportaban problemas familiares relacionados con el uso de tecnología.
Un 31% admitió que navegaba en Internet más de seis horas diarias; otro 33% lo hacía entre una y tres horas al día y un 26%, de 4 a 6 horas diarias. Por otra parte, un 53% admitió tener acceso a pornografía: 61% de ellos tenían entre 12 y 15 años, y un 18% eran menores de 12 años.
El sondeo se hizo antes de que la pandemia de covid-19 empujara hacia el confinamiento y la virtualización de la cotidianidad de miles personas, incluidas las menores de edad.
“Sí ya era difícil el tema de la supervisión antes de la pandemia, imagínese ahora con la pandemia cuando (al inicio) los estudiantes tuvieron acceso a Internet y los papás sin posibilidad de estar encima viendo. Esto llevó a que usaran ampliamente el celular, sin límites.
“Lo que estamos viendo es que a los papás, en algunos grupos familiares, les cuesta mucho poner límites. Y cuando ponen uno que no habían establecido con anterioridad, el adolescente no logra manejar esa frustración y reacciona con este tipo de conductas”, explicó la directora de la Clínica del Adolescente, Daniela Carvajal Riggioni.
La especialista casi da por un hecho que si esa medición se volviera a hacer hoy, los porcentajes en el capítulo relacionado con el uso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) serían mucho mayores a los de tres años atrás.
Adolescentes y uso de TIC's
En el 2019, la Clínica del Adolescente realizó una encuesta en la cual preguntaron sobre el uso de tecnologías, entre otros temas.
FUENTE: Investigación sobre prácticas y conocimientos los adolescentes escolarizados 2019- Clínica de Adolescentes HNN, consulta con especialistas. || KIMBERLYN ZAMORA Y Ángela Avalos / LA NACIÓN.
A inicios de abril pasado, el hospital pediátrico alertó sobre el incremento de intentos de autoeliminación con intoxicaciones en menores de edad. Entre el 2019 y el 2021, la cantidad de casos atendidos en el Centro Nacional de Intoxicaciones se duplicó, al pasar de 337 a 700 atenciones. Hasta el pasado 30 de marzo, ya se habían visto 166 casos, lo que representa un 23% del total registrado en el 2021.
Muchas de esas atenciones corresponden a niños y niñas que encontraron en una intoxicación la respuesta a la frustración que sintieron cuando les quitaron su celular o su aparato electrónico, comentó, muy preocupada, Viviana Ramos, directora del Centro Nacional de Intoxicaciones.
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El análisis de Ramos coincide con el de otros expertos. La psicóloga clínica Paola Vargas explicó que el elemento común en muchas de sus consultas con padres de familia es la nula o escasa supervisión que tienen en cuanto al uso de aparatos electrónicos.
“‘No sé qué hacer’. ‘No tengo tiempo’. ‘Estoy agotada de luchar’”, es lo que le dicen a Vargas quien recomienda a los adultos “no tapar emociones con el uso de un dispositivo”. Los pequeños que crecen en esas condiciones, advierte, corren un alto riesgo de perder su capacidad de concentración, desarrollarse sin tolerancia a la frustración, y con un mundo virtual totalmente distorsionado al real.
Efectos en el desarrollo
“Lo normal que debe dormir un adolescente es de 9 a 11 horas por día. Antes de la pandemia, ¡ojo!, solo un 48% dormía adecuadamente. Es decir, más de la mitad de los adolescentes dormía insuficientemente. Cuando se les pregunta, dicen que se acuestan a las 2 o 3 de la mañana. No tienen límite.
“Lo ideal es apagar el celular dos horas antes de dormir porque la melatonina, que es la que produce el sueño (y permite, en ese espacio, recuperar y fortalecer funciones cerebrales), corta su producción si hay luz por estímulo visual. Eso trae un montón de problemas del sueño: cuando los chicos se levantan a las 5 a. m. para ir al colegio, irán cansados, enojados y sin capacidad de concentrarse”, advierte Carvajal Riggioni.
Por su parte, el jefe de Psiquiatría del Hospital Nacional de Niños, Max Figueroa Malavassi, advirtió a los padres que, a más temprana edad de exposición, se genera un mayor detrimento de la salud, física y mental, de los niños a largo plazo.
Edades y uso de tecnologías
FUENTE: Investigación sobre prácticas y conocimientos los adolescentes escolarizados 2019- Clínica de Adolescentes HNN, consulta con especialistas. || KIMBERLYN ZAMORA Y Ángela Avalos / LA NACIÓN.
“Son épocas en las cuales los chicos tienen que desarrollar una serie de habilidades y no pueden por estar ocultos en este mundo cibernético. Mientras haya más control adulto hay menos probabilidades de desarrollar una adicción a este tipo de tecnologías”, afirmó el psiquiatra. Por ejemplo, según dijo, se recomienda que cualquier niño menor de dos años no esté expuesto a ningún tipo de pantalla.
“La infancia es un momento en que se desarrollan áreas como la autorregulación y las funciones ejecutivas. Es el desarrollo de la corteza prefrontal. Ahí están unas neuronas encargadas de que las personas podamos tomar decisiones en forma adecuada y hagamos las cosas con independencia, sin ser impulsivos. Si exponemos a los chicos a situaciones tan estimulantes como los videojuegos, se afecta este desarrollo porque hay una sobreestimulación de la dopamina, un neurotransmisor que comunica una neurona con otra.
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“Si yo sobreestimulo la liberación de estas sustancias placenteras genero una disregulación, y hago que, más adelante, las neuronas necesiten mucho estímulo para ser complacidas. Esto lo ven los papás en la dificultad, cada vez mayor, de complacer a sus hijos. Tienden a ser chicos dispersos, con periodos cortos de concentración, con mayor riesgo de presentar más adelante otras condiciones no solo en conducta leve sino trastornos psiquiátricos mayores”, advirtió Figueroa.
La sobreexposición a los aparatos electrónicos, sostuvo, eleva las dosis de placer a través del sonido, luces y colores que emiten y evita que los niños aprendan a afrontar sanamente sentimientos como la frustración. Esto, a nivel conductual, les va a complicar su vida futura porque exponerse más de la cuenta con un uso abusivo, genera que la persona libere más sustancias placenteras de las que su cerebro debería liberar.
“Se crece asociando el placer con la pantalla. Y este placer me va a costar sentirlo con otras cosas. Ya no voy a sentir tanto placer viendo un atardecer en la playa o con mis amigos porque ya saboree esa gran descarga de dopamina por estar sentado jugando o viendo ese video que me estimulaba con sus colores y con la forma en la que envuelve la virtualidad”, explicó el psiquiatra.
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Figueroa resumió así los riesgos para niños, niñas y adolescentes asociados a un uso abusivo de la tecnología:
- Pueden perder la capacidad de socializar en la vida real. Esto les producirá ataques de pánico, ansiedad y dificultades para adaptarse como personas funcionales a nivel laboral y académico.
- Pierden la capacidad de resolver conflictos. Cada conflicto va a ser una crisis y un intento de suicidio o un suicidio concretado. Muchas veces, cuando los jóvenes tienen intentos de autoeliminación es porque tuvieron un conflicto y no supieron cómo resolverlo. El estar metidos en los aparatos electrónicos los aleja de los tiempos necesarios para aprender a gestionar la vida.
- El mayor de los temores es que terminen en un acto violento contra sus vidas, con condiciones psiquiátricas crónicas por aislamiento, y desarrollen una adicción a Internet, que es más complicada de resolver.
Capacidad sobrepasada
En el Hospital Nacional Psiquiátrico (HNP), donde también atienden a niños y adolescentes, no cuentan con una estadística específica que permita evaluar el impacto directo del abuso de las TIC en su población usuaria, explicó Gloria Chacón Gordon, coordinadora del servicio dirigido a esa población.
Sin embargo, aclaró, un estudio publicado en el 2021 con una muestra de 65 pacientes menores de edad internados en el HNP en el 2018 por otros trastornos, detectó que un 9,5% de ellos presentaba un uso problemático de tecnologías, de leve a moderado.
“Estamos percibiendo que ese uso problemático viene asociado a otro montón de problemas bastante serios: a las personas con trastornos postraumáticos, de ansiedad, depresión, trastornos de conducta asociados a déficit de atención; el uso problemático de los medios tecnológicos agravaba una condición preexistente”, manifestó la psiquiatra.
Chacón, no obstante, advirtió sobre la inconveniencia de sobresimplificar el problema. “Hay que romper ese molde culpabilizador con la figura del padre. Son hijos de personas que también sufrieron trastornos y que arrastran problemas depresivos, otras formas de adicción, y son personas que merecen atención clínica.
“A veces se la ponemos demasiado grande a papás que tienen una historia de vida traumática con sus secuelas. No se trata de minusvalorar a las personas, si no de empoderarlas dentro de los recursos que tienen y promover su recuperación. Detrás de las personas depresivas menores de edad, generalmente está alguno de sus progenitores”, aseveró.
La psiquiatra admitió que la capacidad de oferta de servicios en la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) está sobrepasada por la demanda de niños y adolescentes con problemas que, según señaló, son de gran cuantía.
“Creo que no hacemos nada viendo a los niños y niñas como entes aislados de la familia y de sus figuras principales de cuido. Ya son chicos con trastornos de conducta y si son hijos de papás que trabajan y pasan solos durante el día, quítele usted ese celular o póngale un horario. ¡Ah, no, eso acaba en emergencias! O en una confrontación o en un intento suicida. ¡No es tan sencillo!
“Yo puedo empezar a educar a mi niño de cinco, seis o siete años. Pero con nuestros adolescentes con trastornos de fondo, en algunos se convierte en un tema en el que interviene la policía o acaba en el 9-1-1″, manifestó.
“Posiblemente en un adolescente promedio acabe en una cara torcida, una puerta zumbada o un hombro encogido. Pero en nuestra población, por sus secuelas traumáticas, esto termina en violencia intrafamiliar”, reiteró la psiquiatra, quien dijo confiar en la capacidad de las familias, la comunidad y el sistema de salud para iniciar un proceso de reconstrucción de la salud mental de los menores.