En el Hospital del Trauma, del Instituto Nacional de Seguros (INS), los salones están llenos de motociclistas heridos y muy malheridos, víctimas de accidentes en carretera.
Estos conductores se han convertido en protagonistas de choques y muertes. Las víctimas sobre dos ruedas son, además, personas muy jóvenes, de entre 18 y 35 años.
Según un reportaje publicado este 27 de diciembre por La Nación, cada día se registran 15 heridos en accidentes en moto y, en los últimos ocho años, fallecieron casi 1.300 conductores de esos vehículos o sus acompañantes.
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Brandon, Junyor, Yoyce y un vecino de la península de Nicoya, que pidió reservar su identidad, cuentan historias de supervivencia. Personas que llevaban una vida normal y a quienes nunca les pasó por la cabeza amanecer un día amarrados a la cama de un hospital, con la vida transformada sustancialmente por un accidente.
Ellos accedieron a contar qué les pasó y cómo intentan ahora enfrentar su recuperación y un futuro todavía incierto.
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Sin trabajo y con familia dependiente
Brandon Araya Pérez apenas tiene 22 años. Iba hacia su trabajo como acompañante en una moto, sin más planes en su cabeza que cumplir con las tareas como ayudante de construcción aquel viernes 6 de diciembre.
Hoy, su pierna derecha está atravesada por varios fijadores en un intento por mantener unidos los huesos que se le partieron cuando la imprudencia del conductor de un carro lo hizo volar por los aires.
"Ocurrió el viernes 6 de diciembre, alrededor de 6:45 a. m. Iba hacia el trabajo como copiloto, por la escuela Divino Pastor, en Goicoechea.
“De repente, un carro giró en U y nos levantó en el aire. No me explicó cómo no nos vio, porque estaba claro y no había muchos carros en la calle. El carro me pegó en la espinilla y me quebró la tibia y el peroné”, contó el joven, quien nunca antes había sufrido un accidente vial.
“Yo siempre pensé que nunca me iba a pasar, pero uno no sabe la clase de personas que andan en la calle. Salimos volando; cuando caímos, yo intenté levantarme y vi que el pie se me cayó de medio lado. Al conductor de la moto, mi amigo, no le pasó nada”, dijo.
Ni el conductor del carro que supuestamente los arrolló, ni su patrono por los últimos dos años, quisieron asumir alguna responsabilidad. El primero, no activó la póliza –si es que la tenía– por haber provocado el accidente.
Aunque el hecho sucedió mientras Brandon iba camino a sus labores, el patrono nunca quiso activar la póliza por riesgos del trabajo con la cual también se cubren estos casos. Al muchacho, según cuenta, le faltaban 15 minutos para llegar a su destino cuando la vida le quedó en el suelo, por una maniobra temeraria de un conductor imprudente.
¿Cómo le cambió la vida?
"Se me hizo un problema grande. Estoy aquí por la póliza de la moto, pero los ¢6 millones no alcanzan para la operación para que me pongan una platina. Estoy esperando que me trasladen al San Juan de Dios (hospital de la Caja en San José) para seguir el tratamiento ahí.
“¿Y el trabajo? Ya no tengo trabajo. El patrón no me quiso ayudar con nada. Me dijo: ‘Mae, usted verá que hace’. Yo pienso actuar legalmente porque es la vida mía la que está aquí. Mi mamá es la que depende de mí junto a un hermano de 23 años, con problemas de aprendizaje. Los vecinos me están ayudando con ellos”, comentó.
Planes en vilo
Yoyce Cedeño Durán, de 34 años, llegó pasadas las 10 p. m. a su casa, en Laurel de Corredores, en Puntarenas, después de ver un partido.
Viajaba en moto, como copiloto de un amigo. No trasnochó más porque el domingo siguiente tenía que madrugar para trabajar.
"Nos parqueamos al frente de mi casa, nos estábamos despidiendo cuando pasó un carro a toda velocidad. Fue cuestión de segundos. Ni lo escuchamos. De pronto, nos arrolló y nos tiró a la ronda.
“No hemos sabido quién fue; con la caída, ni siquiera pudimos levantar la cabeza. Cuando nos vimos fue tirados en la ronda. Lo que más me duele es que yo no me estaba moviendo. El accidente me dejó lesiones en la parte izquierda del cuerpo, y el pie con varias quebraduras, a un costado de la pierna tengo unas escoriaciones infectadas”, comentó el joven, quien vive junto a su abuela, de 76 años.
Yoyce admite que, antes, ya había tenido varios “accidentes normales, de esos que, vacilando en una moto, me caí y me chollé", pero el primero en serio es este.
El atropello dejó en vilo sus estudios de computación en el Instituto Nacional de Aprendizaje (INA). También, se estaba preparando para entrar a la Fuerza Pública.
“Hice todas las pruebas. Solo falta que me llamen, pero si lo hacen, a como estoy ahorita, no podría trabajar. Esto que pasó me puede perjudicar si no llego a caminar bien”, teme.
“En mi caso no fue por mi negligencia. En estos días, cerca de mi pueblo, pasó otro accidente, pero la persona murió. Él iba para el trabajo a las 5 a. m., lo atropellaron y corrió con menos suerte. En mi caso, son traumas en otro lugar, pero todo es recuperable”, menciona, en un intento de inyectarse ánimos.
No vio a su hija graduarse
El mismo día que lo entrevistamos, su pequeña de seis años estaba graduándose de kínder y su papá no estaba con ella. Permanecía en una cama del Hospital del Trauma, en San José, a casi 200 kilómetros de la Península de Nicoya, donde viven.
Pidió guardar su identidad. Se trata de un hombre de 36 años, responsable de cuidar una finca de un extranjero en una de esas comunidades costeras.
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Menos de un kilómetro separan esa finca de su casa. El recorrido lo acostumbra hacer en moto y, el día en que sucedió el accidente, no fue la excepción.
“A las 12:30 p. m., salí a almorzar como siempre. De regreso al trabajo, la moto que venía a unos 35 kilómetros por hora me derrapó en una piedra. El camino es de lastre. Yo solo me caí y pegué la boca al suelo. Me quedaron todos los dientes destramados”, comentó al tiempo que enseñaba una dentadura totalmente desalineada, pero lo peor no estaba ahí.
La caída fue tan fuerte que se le quebraron, en varias partes, la tibia y el peroné de la pierna izquierda.
Como suele pasar en esas comunidades, en trayectos cortos la gente se confía. “Sí, andaba manejando en chancletas, sin casco y en pantaloneta. Yo tengo casco, pero solo lo uso en trayectos largos porque sé que me puede pescar un tráfico. De la finca a la casa, no”, admitió.
Se salvó porque la patrona le tiene una póliza de riesgos del trabajo y la situación que le pasó se considera cubierta por ese beneficio.
Tiene cuatro hijos que dependen de su ingreso. Todos viven con su madre, porque él vive solo. Y esto es lo que ahora le preocupa.
“¿Cómo me voy a bañar si me operan? ¿Quién me va a cuidar? No es fácil y esto me llevará, al menos, seis meses”, comentó, al tiempo que espera que su actual novia lo siga ayudando como hasta ahora lo ha hecho, porque, ¿si no qué?
Primer accidente grave
Casi dos meses después de haber sufrido su primer accidente grave en motocicleta, Junyor Hermida Montenegro, de 30 años, regresó al Hospital del Trauma por una infección en una de las heridas que le causó el atropello.
Este carnicero de oficio ya había sufrido dos eventos más en moto, pero ninguno como el que tuvo que vivir el 19 de octubre pasado.
Viniendo del trabajo, en la tarde, un carro que seguramente intentaba adelantar se lo topó de frente.
“No sé qué fue lo que pasó. El carro venía en dirección contraria, invadió mi carril y me golpeó. Me fracturó el peroné (del pie izquierdo), que dio un giro de 360 grados. Me dislocó el hombro y me hizo una perforación de la ingle. Fue algo caótico”, comentó.
Junyor reconoce que este accidente le ha cambiado la vida. Hace un año, estaba tras el mostrador de la carnicería atendiendo la alta demanda de estos días de fin de año.
Esto, dijo, le afecta en lo económico y en lo familiar. La fe, reconoció, es despedir el 2019 junto a los suyos.