El 13 de enero del 2020, Andrés merodeaba por las calles del cantón central de Alajuela como lo hace un perro callejero en busca de algo con qué llenar la panza. Había tocado fondo, según recuerda el joven que en ese entonces tenía 21 años y llevaba meses viviendo en la calle. Tanto tiempo tenía durmiendo en aceras y tapándose con bolsas que ni siquiera recordaba la última vez que se había bañado o recibido un plato de comida decente.
”Ese día, toqué a la puerta de una casa para pedir comida. Me vieron tan mal que me hablaron de un lugar que ayudaba a personas como yo y me dieron un número de teléfono. ¡Viera cómo costó después que alguien me prestara un celular para que yo llamara al Hogar San José! Al final, lo logré y conversé con la trabajadora social, un día después me dieron cita y así comenzó todo”, recuerda este muchacho, hoy de 23 años, y cuyo nombre e identidad completa reservamos a solicitud suya.
Ese “comenzó todo” fue la primera oportunidad que un extraño le dio en su vida de adicto a las drogas para iniciar un proceso de rehabilitación muy duro, con días y noches de intenso sufrimiento por el síndrome de abstinencia, en los que tuvo que aceptar y cumplir con la disciplina de un régimen de estos para salir otra vez a enfrentar a la vida, como efectivamente lo hizo nueve meses después de haber pedido cobijo ahí.
La Casa Hogar San José, ubicada en Sabana Sur, le abrió sus puertas, le brindó una cama, comida y lo preparó para volver a la vida, como lo ha hecho a lo largo de dos décadas de servir a las personas habitantes de la calle enganchadas a las drogas, que son casi todas. Andrés es uno entre 6.000 adictos a quienes la Asociación Casa Hogar San José ha ayudado en sus 20 años de servicio.
No le pidieron ningún requisito especial, dice. El Universo se confabuló para que encontrara un campo disponible para él el mismo día en que tocó a sus puertas, pues la necesidad es mucha y los espacios en estos centros son pocos. Andrés realizó terapia, encontró trabajo y regresó “a la vida normal”, fuera de las cuatro paredes del centro, no sin antes salir con una advertencia: no falte a ninguna de las sesiones de grupo.
LEA MÁS: #CiudadPandemia: Indigencia en la capital recrudece por crisis sanitaria
“Yo sabía que debía hacer caso, pero apenas uno pone un pie afuera la misma vida lo enfrenta a pruebas”, reconoció. Una novia y la tentación de las drogas que pululan en cada esquina lo volvieron a enganchar, porque además, ¿adivinen? ¡Exacto! No siguió la advertencia de ir a las sesiones de grupo en donde el centro garantiza un seguimiento, hombro a hombro, a los adictos que cumplen una primera rehabilitación.
Esta realidad la conocen muy bien en la Asociación, pues solo un 17% de los adictos que ayudan logran reinsertarse sin problemas a la vida diaria, confirmó el sacerdote David Solano Chaves, uno de los responsables de esta organización.
La situación, sin embargo, no es obstáculo para recibir cuantas veces sea necesario a personas que reinciden y vuelven a caer en las garras de las drogas, como le pasó a Andrés. Similar a la parábola del hijo pródigo, el muchacho volvió y fue recibido.
“Creí que podría solo, y no. Con una vergüenza enorme y miedo de recibir un portazo en la cara, volvía adonde ellos. Yo no podía creer lo que estaba viendo: no me preguntaron nada; no me reclamaron nada, tampoco me regañaron o humillaron.
“Me volvieron a abrir las puertas con un amor infinito y aquí estoy, viviendo y aprovechando la segunda oportunidad que me da Dios para cambiar mi vida”, comenta con su rostro lavado, un rostro casi de niño a sus 23 años, a pesar de haber probado la crudeza del lado oscuro de las calles.
Fuente de esperanza
Junto al centro de Sabana Sur, la Asociación tiene la Casa Hogar San Gabriel (Goicoechea), Casa Hogar Nuestra Señora del Carmen (La Uruca) y el Centro de Escucha Casa Hogar San José (Heredia). Apoyar a jóvenes como este vecino de Alajuela y a personas que incluso llegan a los 64 años, que han vivido en la calle y en drogas está entre sus propósitos más importantes. Esta Asociación también da una mano a personas con VIH-sida.
En sus dos centros de tratamiento se han atendido cerca de 6.000 personas en 20 años de servicio. En el centro de escucha, en Heredia, se han brindado unas 38.400 atenciones que incluyen alimentación, ducha, cambio de ropa y referencias a otros servicios de atención, durante 10 años de funcionamiento que tiene ese local.
Y en el albergue de larga estancia para personas con VIH-sida han visto a unas 65 personas en los 14 años que tiene este sitio de estar bajo el respaldo de la Asociación, la cual funciona como parte de la Pastoral Social de la Arquidiócesis de San José.
LEA MÁS: Drogas arrastran a jóvenes de la GAM a la indigencia
“Hace 20 años, empezamos con un hogar, pero ahora hay cuatro. La obra está en crecimiento porque la necesidad sobrepasa cualquier expectativa. Lo que reciben aquí es terapia ocupacional, apoyo psicológico y de trabajo social. No se les cobra un cinco”, dijo el sacerdote, quien atribuye a la mano divina que nunca les falte nada para “sus muchachos”, todos hombres de 18 a 64 años, en situación de pobreza con problemas de adicción y habitantes, muchos de ellos, de comunidades rurales.
Cerca de ¢90 millones anuales provienen de fuentes como la Iglesia y de recursos estatales de instituciones como los que aporta el Instituto de Alcoholismo y Farmacodependencia (IAFA), la Junta de Protección Social (JPS), y el Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS).
Pero lo demás, hasta llegar a los ¢200 millones que es la cantidad mínima anual para sostener los cuatro centros, se consiguen con actividades que ellos mismos generan. No es nada fácil, por cierto; menos en estos tiempos.
El costo de mantener a estas personas y darles servicios de apoyo para que dejen las calles y las drogas, representa una inversión mensual por persona de ¢400.000 para garantizar que no les falte nada.
“No se pierde el sueño de que esto crezca, pero el futuro es complicado”, aseguró el sacerdote, quien no se cansa de tocar el corazón de las personas de buena voluntad que quieran colaborar en esta ardua tarea de rescate.
Andrés, mientras tanto, recuerda que ni en los años en que estuvo al amparo de su mamá comía tantas veces al día, como lo hace en el hogar de La Sabana. “Aquí hasta merienda tenemos en la mañana, en la tarde y antes de acostarnos. El apoyo espiritual es constante”, asegura.
LEA MÁS: Peligrosas enfermedades empeoran calvario de indigentes
En esta, su segunda oportunidad para retomar un camino que lo aleje de la cocaína o el crack que consumió desde que tenía 15 años, Andrés espera seguir al pie de la letra las indicaciones para mantenerse alejado de las calles.
“Yo toqué fondo. Un día, bajo un puente, lleno de costras en todo el cuerpo por no sé cuánto tiempo que estuve sin bañarme y haciendo las necesidades encima, comiendo de la basura, enfermo, Dios me iluminó porque me permitió darme cuenta de lo que estaba haciendo con mi vida y buscar ayuda”, dice este joven sin papá, hijo de una mujer cabeza de hogar, y que en el colegio lo único que “ganó” fueron las amistades que lo metieron de cabeza en las drogas.